ENLACE PARA DESCARGAR LA REBELIÓN DE LOS LIBROS, LIBRO I, EN PDF
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Tuve tiempo sobrado para revisarlo
todo de Torre de Babel, un robot que comenzaba a caerme simpático, a pesar de
su fealdad y de ser un monumento erigido a la megalomanía de Slictik, un
escritor detestable, narcisista y que nunca terminaba sus obras, tal vez por
vagancia, esperando que las remataran otros, o porque era incapaz de hacerlo,
sumergido en sus delirios de escritor genial que iba a pasar a la historia de
la literatura como el más prolífico de todos los escritores habidos y por
haber. Su ingenuidad superaba el ridículo, porque si aquel hombre del que la
humanidad hubiera podido prescindir, terminaba pasando a la historia, con
mayúscula o con minúscula, sería por su condición de millonario excéntrico, el
más excéntrico de todos los millonarios, algo que no era mérito suyo porque sus
millones los había logrado de la forma más mezquina, con un braguetazo. Situé
programas de control ocultos en lo profundo de aquella mente artificial, loca y
disparatada, y así tuve muchas garantías, nunca se tienen todas cuando se
trabaja con una mente, artificial o natural, de que llegado el momento Torre de
Babel cumpliría la misión a que había sido destinado, que no era la de servir
de voceras en el tiempo a la obra inconclusa de un creador demente.
El millonario Slictik durmió el
día, la noche, y al día siguiente se despertó hambriento. Pidió que le llevaran
a la cama un chocolate con churros y que le pusieran música de jazz, algo que
no soporto por las mañanas, por lo que me dediqué a hablar con los técnicos,
algo que me agradecieron porque hasta recibir las nuevas órdenes de su patrono
estaban mano sobre mano, muy aburridos. Así pude enterarme de que si bien casi
todos los esfuerzos estaban dirigidos a la perfección y remate del más avanzado
robot que vieran los siglos, también existían otros proyectos, dirigidos en
secreto por alguien al que llamaban el profesor Cabezaprivilegiada, con quien
no conseguí hablar a pesar de intentarlo con todo tipo de triquiñuelas. Slictik
se levantó tarde y danzando como un trompo muy gordo. Parecía el hombre más
feliz del mundo. Bailó con todas las mujeres del búnker al compás de diferentes
canciones que debían haber sido preparadas con antelación por un pinchadiscos
oculto; pidió a Torre de Babel que recitara alguno de sus textos, gracias a
Dios no los dramáticos, y al final de la aburrida representación fue felicitado
efusivamente por el robot, seguramente preparado por un ingeniero informático
pelota. Slictik me pidió que subiera al estrado y les hablara de mis planes
para su robot. Hice el paripé de exponer algunas ideas que se me habían
ocurrido, supuestamente desde que estaba allí, muy avanzadas para aquel
presente, pero totalmente desfasadas para mi época, y rematé con la sugerencia
de que mejoraran el rostro y el diseño del cuerpo robótico, me parecía feo, y
así lo dije sin ambages. Se hizo un sólido silencio hasta que Slictik comenzó a
reírse a mandíbula batiente y a bailar sobre las puntillas de sus pies, lo que
le llevó al suelo y tuvieron que levantarlo entre varios. Una vez autorizado el
refocile todo el mundo se tronchó de risa. Cuando al fin llegó la calma Slictik
agradeció mis buenas intenciones, pero no se iba a cambiar el físico de Torre
de Babel, su clon, así era él, Slictik, feo, gordo, repelente y mala persona y
eso no lo iba a cambiar nadie, ni siquiera yo, el mago de la informática.
En esas quedamos y antes de la
comida nos fue proyectado un documental sobre la vida secreta de Slictik, sus
proyectos más secretos, sus sueños más ocultos y una despedida, en forma de
réquiem, en la que el millonario se despedía de todos nosotros, de su ex
esposa, de su familia, de sus amigos, supuestos o reales, de los monjes, que le
habían acogido con tanto cariño, y de la humanidad en general. Iba a morir,
pero no como todos, sería pronto y nadie se iba a enterar, ni siquiera nosotros.
Hasta su muerte nadie saldría de allí y una vez fallecido si todos los
objetivos se habían cumplido seríamos puestos en libertad y podríamos hablar de
lo que quisiéramos, porque ya sería tarde, la humanidad seguiría un curso
prefijado, que nadie podría cambiar, y Slictik pasaría a la historia con dos
caras, como Jano, una la que quisieran ponerle los historiadores o la gente
corriente, y otra la que su fiel y amado robot, hijo queridísimo, Torre de
Babel, no se cansaría de pregonar allí donde se dijera algo de él. Una especia
de biografía autorizada que estaría siempre presente en cualquier historia que
se escribiera sobre él, como la contraparte inevitable.
Observé caras muy largas cuando
dijo aquello de que nadie saldría de allí hasta su muerte. Seguro que todos
pensaban que a pesar de lo poco que el millonario se había cuidado, de lo gordo
que estaba, de su colesterol altísimo, de su elevado nivel de glucosa, de su
úlcera, de sus problemas respiratorios y todo lo demás, incluida su edad, todos
pensaban que a pesar de ello bien podría vivir mucho tiempo, demasiado, porque
bicho malo nunca muere, un refrán popular que a mí me ponía el vello de punta.
Yo me reí para mis adentros, a mi no podría retenerme, e incluso estuve tentado
de marcharme “ipso facto” pero quise permanecer allí al menos durante el
banquete, que esperaba disfrutar, y el tiempo necesario para observar las
reacciones de Torre de Babel a mi algoritmo oculto que nadie más podría
detectar. Luego ya vería si conseguía convencer a Slictik de que me dejara
acompañarle de vuelta al monasterio, porque aunque no lo había dicho, daba por
seguro que regresaría para morir allí. Hay “gente pa tó” como dijo el torero,
según me informaron, pero Slictik era justo lo que faltaba para que no hubiera
huecos, allí donde nadie se atrevía a pisar.
El banquete no me decepcionó ni
creo que decepcionara a nadie. Al menos el millonario Slictik no era tan
mezquino como otros millonarios que no voy a mencionar, comió lo que comimos
todos, elevó el menú hasta los cielos en lugar de bajarlo hasta los infiernos,
solo porque fueran a disfrutar de él los proletarios, pelagatos y pelanas de
este mundo. No voy a concretar el menú para no darles envidia, solo decir que
al pareceré Slictik celebraba sus cumpleaños como si cada uno de ellos fuera el
último, comía lo mejor de lo mejor, bebía los vinos y licores más exquisitos y
siempre encargaba al chef un postre que no fuera muy dulce, pero sí creativo y
sabroso. Los vinos y licores fueron los mejores del mundo según cualquier entendido.
Todos acabamos borrachos, salvo Slictik a quien los buenos caldos afectaban de
una manera muy peculiar y no se sabía muy bien qué palabra del diccionario
debería emplearse para describir su situación física y mental. Habló por los
codos y hasta por las orejas, desvelando sus más secretas y repugnantes
intimidades entre risillas cínicas. Convencido de que nadie saldría de allí
hasta después de su muerte, se permitía lujos que ningún ser mortal se permite
mientras está vivo, incluso aunque sepa que va a morir mañana. También lo
llaman estirar la pata. Me encanta el refrán que dice que a burro muerto la
cebada al rabo. Adoro este lenguaje chabacano de este tiempo. En el mío todo
esto se ha perdido y cuando alguien quiere divertir a sus invitados con algunos
chascarrillos, ordena s su robot-bufón que se invente algunos. Son malos, muy
malos, malísimos. Incluso mis algoritmos, los mejores entre los más buenos, sin
falsa modestia, no han logrado que las mentes artificiales disfruten del humor
al estilo humano. No hay manera. Mucha matemática, mucha lógica, mucha técnica,
pero no hay un solo precedente de que un robot-bufón haya inventado algo tan
simple y por otro lado tan chabacano, como el del burro muerto, la cebada al
rabo. Es que me encanta. Ya lo habrán notado. Ni siquiera Torre de Babel, tan
bien programado, incluso antes de que yo interviniera, le llegará nunca a la
suela de los zapatos a Slictik, un humorista tan detestable que no tengo
palabras para describir su humor.
No describiré la tardecita que nos
dio el millonario, borracho perdido, por llamar de alguna manera a los efectos
de los alcoholes que había trasegado. Ni aunque fuera mi peor enemigo llegaría
a tanto por mucho que lo odiara. Baste decir que aquel cumpleaños de nuestro
entrañable megalómano superó a todos los precedentes, y no voy a decir que
también los futuros, porque no puedo desvelar si el millonario Slictik llegó o
no al siguiente cumpleaños o estiró la pata -¡qué expresión más plástica, me
encanta!- en su celda monástica, en solitario o rodeado de amables monjes
cantando gregoriano.
Debo terminar este prolijo relato
que ya se ha alargado en exceso, diciendo que el millonario Slictik no cenó
porque se quedó dormido o sufrió una apoplejía, algo que no sé, porque su
camarilla de médicos, también llamados matasanos -¡qué florida expresión- lo llevaron en volandas a la enfermería y de
allí a la cama, por lo que supongo que no fue nada grave. Sobre ella, la cama,
permaneció la noche y el siguiente día. Y como su resaca parecía ir para largo,
como comentaba todo el mundo que siguió la fiesta y se comió todas las viandas
en varios días, terminando los sabrosos caldos y licores, decidí no esperar a
que Slictik recobrara su juicio, si algo así era posible, y sin despedirme de
nadie y de forma subrepticia subí a mi
artilugio temporal y me trasladé en el tiempo, dejando allí a semejante caterva
de tontos del culo, y perdonen la expresión, a quien no echaría nunca de menos.
REGRESA EL VERDADERO NARRADOR
Esto fue lo que me contó y narró
Karl Future. No voy a decirles cuando ni como, porque si ustedes están
totalmente perdidos en el tiempo, un servidor de ustedes aún lo está más con
tanto trasiego de viajes en el tiempo. Baste con que sepan que me sentí muy
aliviado de no verme obligado a viajar una vez más para asistir a otro
esperpéntico cumpleaños de ese personaje indeseable llamado el millonario
Slictik, que de no ser por documentos históricos fehacientes que obran en mi
poder, jamás hubiera imaginado que realmente existió en un remoto pasado de la
especie humana. Tal parece inventado por una mente febril, hasta arriba de coca
y anfetaminas –drogas superadas en estos tiempos en los que un robot puede
inyectarte una mezcla de ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos,
mientras te lee alguna historia relajante e imaginativa- si es que aquellas
drogas caducas producían semejantes efectos, que lo dudo.
Para ustedes, bienaventurados que
no sufrieron el más terrible invento de la especie humana, resultará
incomprensible que este narrador haya viajado en el tiempo a innumerables
cumpleaños del millonario Slictik durante lo que dura una celebración del día
del libro, y eso que estamos por la mañana. No, no les voy a desvelar si tuve
que viajar más veces para más cumpleaños, o me libré de ello porque Slictik
estiró la pata. Y aquí estoy plenamente de acuerdo con Karl Future y su
encantamiento por estas expresiones populares y chabacanas que utilizó la raza
humana en un pasado divertido como hay pocos.
Disfruté extasiado de la belleza
de Elizabeth, de su adorable discurso, que me mantuvo en un relajante
duermevela que no me impidió observar lo que ocurría a mi alrededor, y puedo
decirles que el algoritmo de Karl Future nos salvó a todos, a toda la especie
humana, de un sangriento e implacable final. Que un solo robot y tan
disparatado como Torre de Babel nos ayudara a sobrevivir es algo que dice mucho
de la genialidad de Future. Pero eso no se lo voy a contar en este momento,
esperaré al próximo día del libro, cumpleaños del millonario Slictik, y aunque
hubiera o hubiese estirado la pata antes de su siguiente cumpleaños y este
narrador no tuviera o tuviese que viajar de nuevo en el tiempo, voy a partir
esta narración en tantos días del libro como quedan desde el año 2019 hasta el
año 3001 de nuestra era, o seáse, el presente actual. Sé que soy un sádico,
jeje, pero así soy yo. Lo que si les ruego encarecidamente es que lean, lean
mucho, disfruten todo lo que puedan de la lectura… de libros de papel y no se
les ocurra ni tomar en sus manos un libro electrónico, porque estos artilugios
los carga el diablo. Se comienza con un libro electrónico y se termina con un
robot-libro que les lee los libros sin tan siquiera tener que pasar las hojas.
Ignoro si de haber leído más los robot-libro no se hubieran rebelado. Como en
todas las épocas, hay muchos, más de la cuenta, que compran libros para decorar
estanterías y no leen ninguno y compran también libros electrónicos para que no
les consideren unos desharrapados, como a todos aquellos que no tienen su móvil
moderno, su ordenador de última generación y su televisión por cable. Que por
lo visto, según me contó Karl Future, en aquellos aciagos pero divertidos
tiempos, un mendigo, un clochard, podía dormir sobre un cartón en la acera,
pero eso sí, todos tenían su móvil por si les daba el pampurrio y tenían que
llamar a urgencias. ¡O tiempos, o mores! Ustedes lean, lean mucho, diviértanse
y sobre todo lean libros de papel, a lo mejor hasta cambiamos el pasado y nos
libramos de la rebelión de los libros. Que ustedes lo pasen bien, que nosotros
las estamos pasando canutas, con perdón.