jueves, 18 de abril de 2019

LA REBELIÓN DE LOS LIBROS XV

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Tuve tiempo sobrado para revisarlo todo de Torre de Babel, un robot que comenzaba a caerme simpático, a pesar de su fealdad y de ser un monumento erigido a la megalomanía de Slictik, un escritor detestable, narcisista y que nunca terminaba sus obras, tal vez por vagancia, esperando que las remataran otros, o porque era incapaz de hacerlo, sumergido en sus delirios de escritor genial que iba a pasar a la historia de la literatura como el más prolífico de todos los escritores habidos y por haber. Su ingenuidad superaba el ridículo, porque si aquel hombre del que la humanidad hubiera podido prescindir, terminaba pasando a la historia, con mayúscula o con minúscula, sería por su condición de millonario excéntrico, el más excéntrico de todos los millonarios, algo que no era mérito suyo porque sus millones los había logrado de la forma más mezquina, con un braguetazo. Situé programas de control ocultos en lo profundo de aquella mente artificial, loca y disparatada, y así tuve muchas garantías, nunca se tienen todas cuando se trabaja con una mente, artificial o natural, de que llegado el momento Torre de Babel cumpliría la misión a que había sido destinado, que no era la de servir de voceras en el tiempo a la obra inconclusa de un creador demente.

El millonario Slictik durmió el día, la noche, y al día siguiente se despertó hambriento. Pidió que le llevaran a la cama un chocolate con churros y que le pusieran música de jazz, algo que no soporto por las mañanas, por lo que me dediqué a hablar con los técnicos, algo que me agradecieron porque hasta recibir las nuevas órdenes de su patrono estaban mano sobre mano, muy aburridos. Así pude enterarme de que si bien casi todos los esfuerzos estaban dirigidos a la perfección y remate del más avanzado robot que vieran los siglos, también existían otros proyectos, dirigidos en secreto por alguien al que llamaban el profesor Cabezaprivilegiada, con quien no conseguí hablar a pesar de intentarlo con todo tipo de triquiñuelas. Slictik se levantó tarde y danzando como un trompo muy gordo. Parecía el hombre más feliz del mundo. Bailó con todas las mujeres del búnker al compás de diferentes canciones que debían haber sido preparadas con antelación por un pinchadiscos oculto; pidió a Torre de Babel que recitara alguno de sus textos, gracias a Dios no los dramáticos, y al final de la aburrida representación fue felicitado efusivamente por el robot, seguramente preparado por un ingeniero informático pelota. Slictik me pidió que subiera al estrado y les hablara de mis planes para su robot. Hice el paripé de exponer algunas ideas que se me habían ocurrido, supuestamente desde que estaba allí, muy avanzadas para aquel presente, pero totalmente desfasadas para mi época, y rematé con la sugerencia de que mejoraran el rostro y el diseño del cuerpo robótico, me parecía feo, y así lo dije sin ambages. Se hizo un sólido silencio hasta que Slictik comenzó a reírse a mandíbula batiente y a bailar sobre las puntillas de sus pies, lo que le llevó al suelo y tuvieron que levantarlo entre varios. Una vez autorizado el refocile todo el mundo se tronchó de risa. Cuando al fin llegó la calma Slictik agradeció mis buenas intenciones, pero no se iba a cambiar el físico de Torre de Babel, su clon, así era él, Slictik, feo, gordo, repelente y mala persona y eso no lo iba a cambiar nadie, ni siquiera yo, el mago de la informática.

En esas quedamos y antes de la comida nos fue proyectado un documental sobre la vida secreta de Slictik, sus proyectos más secretos, sus sueños más ocultos y una despedida, en forma de réquiem, en la que el millonario se despedía de todos nosotros, de su ex esposa, de su familia, de sus amigos, supuestos o reales, de los monjes, que le habían acogido con tanto cariño, y de la humanidad en general. Iba a morir, pero no como todos, sería pronto y nadie se iba a enterar, ni siquiera nosotros. Hasta su muerte nadie saldría de allí y una vez fallecido si todos los objetivos se habían cumplido seríamos puestos en libertad y podríamos hablar de lo que quisiéramos, porque ya sería tarde, la humanidad seguiría un curso prefijado, que nadie podría cambiar, y Slictik pasaría a la historia con dos caras, como Jano, una la que quisieran ponerle los historiadores o la gente corriente, y otra la que su fiel y amado robot, hijo queridísimo, Torre de Babel, no se cansaría de pregonar allí donde se dijera algo de él. Una especia de biografía autorizada que estaría siempre presente en cualquier historia que se escribiera sobre él, como la contraparte inevitable.

Observé caras muy largas cuando dijo aquello de que nadie saldría de allí hasta su muerte. Seguro que todos pensaban que a pesar de lo poco que el millonario se había cuidado, de lo gordo que estaba, de su colesterol altísimo, de su elevado nivel de glucosa, de su úlcera, de sus problemas respiratorios y todo lo demás, incluida su edad, todos pensaban que a pesar de ello bien podría vivir mucho tiempo, demasiado, porque bicho malo nunca muere, un refrán popular que a mí me ponía el vello de punta. Yo me reí para mis adentros, a mi no podría retenerme, e incluso estuve tentado de marcharme “ipso facto” pero quise permanecer allí al menos durante el banquete, que esperaba disfrutar, y el tiempo necesario para observar las reacciones de Torre de Babel a mi algoritmo oculto que nadie más podría detectar. Luego ya vería si conseguía convencer a Slictik de que me dejara acompañarle de vuelta al monasterio, porque aunque no lo había dicho, daba por seguro que regresaría para morir allí. Hay “gente pa tó” como dijo el torero, según me informaron, pero Slictik era justo lo que faltaba para que no hubiera huecos, allí donde nadie se atrevía a pisar.
El banquete no me decepcionó ni creo que decepcionara a nadie. Al menos el millonario Slictik no era tan mezquino como otros millonarios que no voy a mencionar, comió lo que comimos todos, elevó el menú hasta los cielos en lugar de bajarlo hasta los infiernos, solo porque fueran a disfrutar de él los proletarios, pelagatos y pelanas de este mundo. No voy a concretar el menú para no darles envidia, solo decir que al pareceré Slictik celebraba sus cumpleaños como si cada uno de ellos fuera el último, comía lo mejor de lo mejor, bebía los vinos y licores más exquisitos y siempre encargaba al chef un postre que no fuera muy dulce, pero sí creativo y sabroso. Los vinos y licores fueron los mejores del mundo según cualquier entendido. Todos acabamos borrachos, salvo Slictik a quien los buenos caldos afectaban de una manera muy peculiar y no se sabía muy bien qué palabra del diccionario debería emplearse para describir su situación física y mental. Habló por los codos y hasta por las orejas, desvelando sus más secretas y repugnantes intimidades entre risillas cínicas. Convencido de que nadie saldría de allí hasta después de su muerte, se permitía lujos que ningún ser mortal se permite mientras está vivo, incluso aunque sepa que va a morir mañana. También lo llaman estirar la pata. Me encanta el refrán que dice que a burro muerto la cebada al rabo. Adoro este lenguaje chabacano de este tiempo. En el mío todo esto se ha perdido y cuando alguien quiere divertir a sus invitados con algunos chascarrillos, ordena s su robot-bufón que se invente algunos. Son malos, muy malos, malísimos. Incluso mis algoritmos, los mejores entre los más buenos, sin falsa modestia, no han logrado que las mentes artificiales disfruten del humor al estilo humano. No hay manera. Mucha matemática, mucha lógica, mucha técnica, pero no hay un solo precedente de que un robot-bufón haya inventado algo tan simple y por otro lado tan chabacano, como el del burro muerto, la cebada al rabo. Es que me encanta. Ya lo habrán notado. Ni siquiera Torre de Babel, tan bien programado, incluso antes de que yo interviniera, le llegará nunca a la suela de los zapatos a Slictik, un humorista tan detestable que no tengo palabras para describir su humor.

No describiré la tardecita que nos dio el millonario, borracho perdido, por llamar de alguna manera a los efectos de los alcoholes que había trasegado. Ni aunque fuera mi peor enemigo llegaría a tanto por mucho que lo odiara. Baste decir que aquel cumpleaños de nuestro entrañable megalómano superó a todos los precedentes, y no voy a decir que también los futuros, porque no puedo desvelar si el millonario Slictik llegó o no al siguiente cumpleaños o estiró la pata -¡qué expresión más plástica, me encanta!- en su celda monástica, en solitario o rodeado de amables monjes cantando gregoriano.

Debo terminar este prolijo relato que ya se ha alargado en exceso, diciendo que el millonario Slictik no cenó porque se quedó dormido o sufrió una apoplejía, algo que no sé, porque su camarilla de médicos, también llamados matasanos -¡qué florida expresión-  lo llevaron en volandas a la enfermería y de allí a la cama, por lo que supongo que no fue nada grave. Sobre ella, la cama, permaneció la noche y el siguiente día. Y como su resaca parecía ir para largo, como comentaba todo el mundo que siguió la fiesta y se comió todas las viandas en varios días, terminando los sabrosos caldos y licores, decidí no esperar a que Slictik recobrara su juicio, si algo así era posible, y sin despedirme de nadie y de forma subrepticia  subí a mi artilugio temporal y me trasladé en el tiempo, dejando allí a semejante caterva de tontos del culo, y perdonen la expresión, a quien no echaría nunca de menos.



REGRESA EL VERDADERO NARRADOR

Esto fue lo que me contó y narró Karl Future. No voy a decirles cuando ni como, porque si ustedes están totalmente perdidos en el tiempo, un servidor de ustedes aún lo está más con tanto trasiego de viajes en el tiempo. Baste con que sepan que me sentí muy aliviado de no verme obligado a viajar una vez más para asistir a otro esperpéntico cumpleaños de ese personaje indeseable llamado el millonario Slictik, que de no ser por documentos históricos fehacientes que obran en mi poder, jamás hubiera imaginado que realmente existió en un remoto pasado de la especie humana. Tal parece inventado por una mente febril, hasta arriba de coca y anfetaminas –drogas superadas en estos tiempos en los que un robot puede inyectarte una mezcla de ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos, mientras te lee alguna historia relajante e imaginativa- si es que aquellas drogas caducas producían semejantes efectos, que lo dudo.

Para ustedes, bienaventurados que no sufrieron el más terrible invento de la especie humana, resultará incomprensible que este narrador haya viajado en el tiempo a innumerables cumpleaños del millonario Slictik durante lo que dura una celebración del día del libro, y eso que estamos por la mañana. No, no les voy a desvelar si tuve que viajar más veces para más cumpleaños, o me libré de ello porque Slictik estiró la pata. Y aquí estoy plenamente de acuerdo con Karl Future y su encantamiento por estas expresiones populares y chabacanas que utilizó la raza humana en un pasado divertido como hay pocos.

Disfruté extasiado de la belleza de Elizabeth, de su adorable discurso, que me mantuvo en un relajante duermevela que no me impidió observar lo que ocurría a mi alrededor, y puedo decirles que el algoritmo de Karl Future nos salvó a todos, a toda la especie humana, de un sangriento e implacable final. Que un solo robot y tan disparatado como Torre de Babel nos ayudara a sobrevivir es algo que dice mucho de la genialidad de Future. Pero eso no se lo voy a contar en este momento, esperaré al próximo día del libro, cumpleaños del millonario Slictik, y aunque hubiera o hubiese estirado la pata antes de su siguiente cumpleaños y este narrador no tuviera o tuviese que viajar de nuevo en el tiempo, voy a partir esta narración en tantos días del libro como quedan desde el año 2019 hasta el año 3001 de nuestra era, o seáse, el presente actual. Sé que soy un sádico, jeje, pero así soy yo. Lo que si les ruego encarecidamente es que lean, lean mucho, disfruten todo lo que puedan de la lectura… de libros de papel y no se les ocurra ni tomar en sus manos un libro electrónico, porque estos artilugios los carga el diablo. Se comienza con un libro electrónico y se termina con un robot-libro que les lee los libros sin tan siquiera tener que pasar las hojas. Ignoro si de haber leído más los robot-libro no se hubieran rebelado. Como en todas las épocas, hay muchos, más de la cuenta, que compran libros para decorar estanterías y no leen ninguno y compran también libros electrónicos para que no les consideren unos desharrapados, como a todos aquellos que no tienen su móvil moderno, su ordenador de última generación y su televisión por cable. Que por lo visto, según me contó Karl Future, en aquellos aciagos pero divertidos tiempos, un mendigo, un clochard, podía dormir sobre un cartón en la acera, pero eso sí, todos tenían su móvil por si les daba el pampurrio y tenían que llamar a urgencias. ¡O tiempos, o mores! Ustedes lean, lean mucho, diviértanse y sobre todo lean libros de papel, a lo mejor hasta cambiamos el pasado y nos libramos de la rebelión de los libros. Que ustedes lo pasen bien, que nosotros las estamos pasando canutas, con perdón.





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