CAPÍTULO III
DE CÓMO PACO SANCHO FUE NOMBRADO DELEGADO DEL GOBIERNO EN LO QUE CREYERON UNA ÍNSULA Y RESULTÓ SER LA FINCA DE UN POTENTADO BROMISTA
DE CÓMO PACO SANCHO FUE NOMBRADO DELEGADO DEL GOBIERNO EN LO QUE CREYERON UNA ÍNSULA Y RESULTÓ SER LA FINCA DE UN POTENTADO BROMISTA
CONTINUACIÓN
Dice el cronista de
esta historia, Cide Hamete Benengeli, que la misma se desarrolla por los años
sesenta de esta era, es decir cuando España gobernaba una dictadura y nuestros
personajes habían regresado de USA, la tierra de los sueños, la cuna de la
civilización hippie, la fuente y surtidor del capitalismo. En aquellos tiempos
no existían inventos tan prodigiosos, sin duda nacidos de la malevolencia de
algún mago malo, muy malo, como el teléfono móvil que se puede llevar a todas
partes para que allí donde estemos podamos ser incordiados y a su vez incordiar
a todo el mundo. Es por eso que de acuerdo a la documentación que poseo debo
enmendar la plana al cronista y convertirme en historiador serio y sesudo. En
realidad esta historia no se sabe muy bien cuándo se desarrolla, aunque sí
dónde. El bueno pero confuso Cide debió poner la fecha por poner algo, porque
toda historia debe ser fechada, es decir situada en el tiempo, y también en el
espacio, para que todo el mundo tenga un motivo para creerla, porque si ocurrió
aquí y hace dos, tres décadas o las que fueren precisas, la gente se deja
convencer más fácilmente que si se dijera, por ejemplo, que estos hechos
ocurren no se sabe dónde ni cuándo, entonces todo el mundo piensa en cuentos
para niños y consejas de abuelas. Debo poner en solfa la versión de Benengeli y
situar esta historia justo cuando se popularizó el llamado móvil, que nunca fue
tan móvil como lo fuimos nosotros, no tenía patas ni ruedas y se conformaba con
ir a donde lo lleváramos. No voy a dar años ni décadas para no tener que
enmendarme luego, si sienten tanta curiosidad pueden consultar la Red y hacerse
una idea de la fecha en que comenzó y prosiguió esta historia, que no será tan
errónea como las fechas que se dan para el nacimiento, vida y muerte de los
personajes históricos de hace siglos e incluso más actuales, porque la
horquilla puede variar tanto que hasta se come la vida de los biografiados,
puesto que unos dicen que nacieron donde otros que murieron.
Y dicho esto, debo
proseguir la historia diciendo que Paco Sancho, tras haber echado unas
lagrimitas de persona sensible, recordó que su amigo el ventero tenía a su vez
otro amigo, el de la tienda de artesanía y recuerdos, quien a su vez conocía a
un personaje importante. Ni corto ni perezoso buscó su teléfono móvil en sus
alforjas y tras encontrarlo lo activó y marcó el número de su buen amigo el
artesano, quien contestó tan rápido como si hubiera estado esperando su
llamada. De ahí el preámbulo, introducción, prefacio proemio, exordio,
prolegómeno o prólogo a mitad de capítulo, porque había que explicar un desfase
grave en la crónica de Cide Hamete Benengeli. Esta fue la conversación
documentada como si Paco Sancho hubiera activado el botón de grabación sin
darse cuenta, porque era bastante lerdo en el uso de artilugios modernos.
-¿Eres tú, amigo
Sancho? Llevo días esperando tu llamada, querido amigo. Alguien me dijo que
habíais vuelto por estas tierras, tú y tu inseparable Quixote, y como no me
llamabas supuse que te habías olvidado de mí.
-No, no es así, amigo
Juanito, pensaba hacerlo nada más tomar tierra en un puerto del norte, pero
estos artilugios, a quien Dios confunda, no son lo mío, solo cuando me llaman a
duras penas consigo devolver la llamada.
Paco Sancho estaba
mintiendo, algo que nunca le pareció mal cuando podía librarse de entuertos a
través de la mentira, el engaño o haciéndose el despistado. Su amigo Juanito o
Juan Perez de Viedma, aristócrata venido a menos, como bien lo dice la
partícula “de” algo parecido a la “von” alemana que el mismísimo Beethoven
intentó hacer pasar por noble, lo sabía muy bien, pero hizo como que se lo
tragaba.
-No te preocupes,
Sanchico, que sé muy bien lo manazas que eres. ¿Cuándo vendrás a verme y a
disfrutar de unas buenas migas con vinillo de la tierra?
-Ahora mismico lo haría
si pudiera. Que unos “civiles” nos han pillado a Luis Quixote y a mí en una
carretera secundaria adelantando a un tractor y nos han multado, nos han
quitado los puntos y han precintado nuestras caballerías. Y aquí nos han dejado
tirados, sin poder movernos ni patrás ni palante. ¿No tenías tú un amigo
potentado metido a político? Necesitamos que alguien poderoso nos eche una mano
y podamos seguir camino, al menos hasta el siguiente pueblo.
-Así es Sanchico, por
suerte mi amigo potentado ahora ocupa el puesto de gerifalte máximo de la
Dirección General de Tráfico y además se encuentra en una finca celebrando con
los amiguetes no sé qué acontecimiento feliz. Dime dónde estáis y hablaré con
él para que os eche un cable.
Sanchico se lo dijo y
quiso la coincidencia que la finca no estuviera muy lejos. Juanito Perez de
Viedma le aseguró que iba a llamar a su conocido en cuanto colgara, pero antes
le hizo prometer que le visitaría en cuanto saliera del paso. Lo que juró y
perjuró Sancho haciéndole saber la inmensa deuda que tendría con él de por
vida. Colgó su amigo, aconsejándole que no se moviera de allí ni un pasico y
allí quedaron, Luis Quixote apoyado en el tronco de una encina, con la mirada
perdida en el cielo, como si por el aire pudiera aparecer su amada Dulcinea, en
un carro tirado por caballos alados, y Paco Sancho, también mirando al cielo,
suplicando que todo saliera bien o quedarían allí tirados de por vida. Sancho
no era muy religioso que digamos, pero cuando se enfrentaba a las tragedias de
la vida, que no pueden ser superadas sino a través de milagros, podía rezar y
suplicar como una beatona y prometer lo que fuera. En aquella tragedia en
concreto prometió y juró ponerse a dieta durante una quincena, no comiendo más
que los frutos de la tierra, es decir, verduras, pisto manchego, frutas y
ensaladas. Eso sí, no se atrevió a jurar que no bebería vinillo de la tierra,
sabedor que sería la única forma de trasegar a palo seco aquellos alimentos,
sabrosos como el pisto, pero poca cosa para un tragón como él, que podía
comerse un buen plato de pisto, pero como acompañamiento a duelos y quebrantos,
caldereta manchega, jamón y queso y los sabrosos platos de caza de la tierra.
Mientras prometía y
juraba no dejaba de caminar por el arcén hacia un lado y hacia otro, sin
alejarse mucho de sus caballerías. Paco Sancho se sentía raro, como nunca lo
estuviera en su vida, le hormigueaban los pies, las manos, le picaba la cabeza,
y sus ideas iban y venían sin aquietarse en parte alguna. Le parecía un milagro
haber hablado con su amigo Juanillo sin trabucarse y con resultados muy
positivos, de hecho lo había hecho mucho mejor que de haber estado en su
habitual sentido, es decir, quieto, tranquilo, con dificultad para pensar y
tratar con personas. No sabía a qué podía deberse aquel agitado estado de ánimo
en que se encontraba, ni se le pasaba por la cabeza la posibilidad de que las
malditas hierbas de Quixote hubieran caído en su comida y se las hubiera
trasegado o embaulado sin encomendarse a Dios ni al diablo. A veces se
encontraba bien, ligero como un pájaro, otras se notaba pesado y con ganas de
vomitar, lo que hizo un par de veces en la cuneta. Esperaba que su amigo
cumpliera su palabra y enviara pronto refuerzos al rescate que sin poder
evitarlo se los representaba como antiguos hijosdalgo, marqueses o condes,
vestidos a la antigua usanza, que llegaban hasta ellos en una linda comitiva de
caballerías bien enjaezadas, carros con bellas damas, criados, palafreneros y
todo lo que hubiera en las comitivas antiguas que no había leído tanto como su
amo. Entre la realidad y la fantasía, a veces se dejaba llevar por una y otras
veces por la otra, a veces luchaba por mantenerse a este lado y otras se dejaba
llevar al otro sin oponer resistencia. Pensaba en las ínsulas de las que le
había hablado su amo y se veía gobernando a cristianos y paganos mucho mejor de
lo que lo hacían los políticos, lo que no era difícil, aunque no caía en ello.
A veces caía en un vacío estático y se quedaba de pie, sin mover un dedo, con
la mirada perdida en cualquier parte. Cualquiera que les hubiera visto, a él y
a su amo, perdidos en distancias infinitas, habría dicho aquello de “¡vaya
cuelgue que tienen esos pájaros”, por ejemplo. Pero no pasaba nadie por aquella
desierta carretera y siguió desierta durante un tiempo que aquellos dos pájaros
nunca pudieron contabilizar.
Al cabo de un tiempo,
fuera el que fuese, apareció por la derecha una comitiva compuesta de algunos
vehículos de alta gama, una grúa suficientemente grande para llevar a dos
Harley Davidson, mucho más para una y un ciclomotor o vespino. Les acompañaban
algunos motoristas, un descapotable donde reían varias damas y dos guardias
civiles motorizados, uno por delante y otro por detrás. En cuanto llegaron se
detuvieron frente a las dos estatuas humanas y de un mercedes bajó un bien
trajeado hombre de mediana edad, canoso y con pinta de marqués, conde o grande
de España. Se dirigió a los dos hombres y se puso a hablar con ellos, como si
pudieran entenderle. No fue así, Paco Sancho había entrado en una especie de
trance y aunque sus ojos podían ver la comitiva, su mente los había
transformado en gentes de otra época, dueños de una gran ínsula de la que él
sería gobernante, porque el fuerte brazo de su amo así se lo conseguiría, como
se lo había prometido. Entre su mente delirante y sus emociones completamente
descolocadas e ingobernables no podía articular una palabra, a pesar de
intentarlo con gran voluntad. En cuanto Luis Quixote su mirada no percibía las
cosas de este mundo sino de otro, interior e inescrutable.
El gran señor, que no
grande porque no era muy alto, ni muy robusto, ni muy nada, tan gris como su
traje, viendo el panorama se acercó a la grúa y pidió a los empleados que
procedieran a subir las motos con cuidado, porque parecía que iban a
desmoronarse y volverse polvo en cualquier momento. En cuanto a los dos hombres
que no se movían pidió ayuda a cuatro hombres jóvenes y fortachones, bien
vestidos, con gafas de sol muy oscuras y auriculares en las orejas, lo que les
catalogaba, para cualquier entendido, como guardaespaldas o matones. Despojaron
a Paco Sancho y Luis Quixote de sus pertenencias, que fueron guardadas en el
maletero de un todo terreno y dos a dos se los llevaron en volandas. Más fácil
lo tuvieron los que se encargaron de Quixote que parecía una pluma al viento,
pero al final ambos estuvieron sentados en la parte de atrás de un gran
descapotable conducido por un melenudo y su novia, supuestamente, quienes dieron
unos cuantos gritos apaches, manifestando lo felices que se sentían de haber
hallado semejante tesoro, con el que se divertirían a lo grande esa noche. El
resto de la comitiva se acercó al señor del mercedes y hablaron largo y tendido
de la fiesta que les esperaba y de la diversión caída del cielo que daría
momentos de gloria.
En cuanto las motos
estuvieron en el camión grúa y todo el mundo preparado para regresar a la finca
los guardias civiles motorizados cortaron la circulación, por si acaso, porque no
pasaba nadie, y todos dieron la vuelta con harta dificultad porque el ancho de
la carretera era el que era. Entre sonidos de claxon, gritos por las
ventanillas abiertas y frenazos y acelerones la comitiva se puso en marcha y de
esta forma nuestros personajes, con las miradas perdidas en horizontes perdidos
y los pocos pelos que aún tenían en su cabeza sacudidos por una ventolera
repentina que aún era peor en el descapotable, fueron acercados a una gran
finca vallada, entre mucho arbolado y césped bien cuidado, y en mitad de ella
un enorme caserón con torreones, como imitando los castillos medievales o más
bien las mansiones de los potentados de nuestro Siglo de Oro. Desde lo alto de
una almena sonó algo así como un cuerno de caza o una trompeta, que ambas
posibilidades les parecieron aceptables a Quixote y Sancho, que con aquel
sonido empezaron a despertar de su letargo, no así de su delirio que se
acentuó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario