lunes, 22 de abril de 2024

SEGUNDO ASESINATO EN CRAZYWORLD I

 


                          SEGUNDO ASESINATO EN CRAZYWORLD

La doctora, tras pedir calma, organizó todo aquel tinglado de la mejor forma que podía organizarse. Pidió a las damas que me llevaran en volandas al sofá del salón, que yo había conocido ya en otro tiempo que ahora se me antojaba tan lejano como mi nacimiento, del que no había recordado nada tras salir de mi amnesia, cosa harto natural porque nadie recuerda algo de su nacimiento. Tras aposentarme con sumo cuidado en aquel enorme armatoste, la doctora, reconvertida ahora en capitán general les ordenó que volvieran al dormitorio y rehicieran la cama, si es que podía rehacerse, o que llamaran al servicio de mantenimiento de Crazyworld para atender a aquella urgencia. Les ordenó que se quedaran allí porque ella necesitaba soledad para buscarme las constantes vitales. Y así se hizo. Yo me quedó sola con mi doctorcita, de la que intentaba recordar su nombre sin conseguirlo. Tras el brusco despertar mi mente se había dispersado más de lo que estaba antes, se había confundido bastante, dando pasos indecisos entre una supuesta niebla metafórica y al mismo tiempo estaba recordando a ráfagas, como en destellos relampagueantes, con una lucidez que me tenia muy asustado. Es decir, que estaba hecho un verdadero lío y para completar aquel panorama desolador mi cuerpo parecía anestesiado, bueno ciertas partes de mi cuerpo, como ya he dicho antes. No sabría decir qué partes en concreto habían perdido la sensibilidad, cuáles la estaban recobrando y hasta qué punto y lo que se podía esperar de esta tranquila recuperación. Ignoraba el tiempo, las horas, o los días que tardaría en recobrarme por completo. Mientras tanto estaba sometido a los caprichos de las damas o de cualquiera que pasara por allí, porque estaba seguro de no poder mantenerme en pie, de haberlo intentado. Sentía las piernas como chicles que no pueden ponerse en pie y caminar sin doblarse para todos los lados. Y ahora mismo estaba totalmente sometido a los caprichos de la doctora, que adoptaban la forma de una auscultación muy técnica y profesional, pero que en el fondo no eran otra cosa que un magreo concienzudo. Tras auscultarme el corazón con el estetoscopio, mirarme la tensión con un tensiómetro profesional y observar mi respiración durante unos segundos, comenzó a hacerme la respiración artificial como si me fuera en ello la vida. Me besaba de una manera muy poco profesional, aquello no era una respiración boca a boca, aquello era un largo beso con lengua. Cuando se cansó inició una exploración de mi cuerpo, abriéndome la chaqueta del pijama, cuyos botones desabotonó con toda la calma del mundo y me bajó el pijama y los calzoncillos, que imagino ella misma me había puesto al llegar, algo que no tenía claro porque seguía ignorando cómo había acabado allí. No tengo ni idea que pintaba aquella auscultación detallada de mi piel, desde los pezones, bajando, bajando hasta llegar a mi despierto miembro viril que se puso aún más contento de lo que ya estaba y saltaba entre sus manos como si estuviera vivito y coleando, que lo estaba.

En estas estábamos cuando se oyó el timbre de la puerta. A continuación, un alboroto de gallinero, exclamaciones de sorpresa insólita y de pronto escuché la voz de un hombre que reconocí enseguida. Era Jimmy, mi Jimmy, El Pecas. Su voz resultaba inconfundible y pronto lo sería su conducta, como así fue. No sé qué les diría ni cómo las convencería para que le dejaran pasar. Allí estaba, a la puerta del salón, mirándome con aquella mirada entre malévola y sarcástica, mitad demonio, mitad humorista que se burla de todo sin que para él exista nada sagrado.

-Maldito cabrón, las traes a todas de calle. No sé qué les das, pero aún estando muerto no son capaces de vivir sin ti. No me dijeron nada estas harpías. Sabía que te habían rescatado con vida, pero no soltaron prenda de dónde te habían escondido. Al fin hoy oí un rumor y supuse que la casa de la doctora era el sitio más probable donde encontrarte.

Intenté contestar, pero me di cuenta de que aún tenía dificultades, no solo para moverme, también para hablar.

-No, no te esfuerces. Me hago cargo. No creo que hayan tenido tiempo de contarte cómo te encontraron. Habrán estado demasiado ocupadas con aspavientos y carantoñas. Te haré un resumen porque tenemos cosas muy importantes entre manos. Ahora mismo nos ha caído encima otro asesinato. Sí, no te rías. Justo cuando te rescataron y todo Crazyworld se puso patas arriba, alguien aprovechó para cargarse a una mercenaria del sexo. Esto se complica, si es un asesino en serie no encaja que se dedique a hombres y mujeres y si matar al director nos obligaba a buscar a una mujer, el que ahora se haya cargado a una puta no tiene el menor sentido. Me apostaría las pecas a que se trata de un hombre. Es una pena que no puedas ayudarme en mis elucubraciones, pero pronto lo harás. Te necesito. En cuanto Mr. Arkadin se ha enterado ha blasfemado en arameo y dice que se presentará aquí en dos o tres días como mucho. Para entonces tienes que estar en pie y echándome una mano o te retorceré los huevos, como que me llamo Jimmy. En cuanto a tu rescate te diré que la primera noche nadie pareció echarte de menos, excepto Alice, esa camarera del infierno, que puso el grito en el cielo porque no aparecieras. Quería que todo el mundo se pusiera a buscarte con desesperación. Menos mal que les pude convencer que una noche no es nada para ti, podrías haber encontrado a una mona que te gustara y estarías encaramado en cualquier árbol con ella. Sí, ya sé lo que me dirías, aprovecho que de momento parece que no puedes hablar. Al día siguiente a Alice se unió Heather quien temía que te hubiera alcanzado un rayo. ¿Un rayo a ti? ¡El rey de las tormentas! Esta fue más práctica. Programó un robot para que te buscara en el bosque y consiguió que nuestro veterinario particular le prestara los perros con mejor olfato del condado. Pidió voluntarios y formó grupos de búsqueda. Dolores encontró un dron de carga en nuestro almacén de trastos viejos y estuvo todo el día aprendiendo a menejarlo en los jardines, luego se unió al grupo de Heather que manejaba media docena de perros.

“Se formaron varios grupos de batida, unos más numerosos que otros. Yo no me uní a ninguno porque estaba convencido de que aparecerías mas pronto que tarde. Pero no sucedió así. Pasaron los días y no había el menor rastro de ti. Yo empecé a preocuparme de verdad. Curiosamente los perros permanecían en el claro, donde Alice dijo haberte dejado. Heather les obligaba a moverse, tirando a la fuerza de sus correas, pero apenas lograba que caminaran unos pasos por el bosque. Enseguida se volvían y husmeaban por el claro como locos. Al final Heather se desesperó, les soltó para que olisquearan a su gusto y se unió a otro grupo que peinaba una zona muy tupida del bosque. Así fueron pasando los días. Te preguntaras cuántos. Voy a satisfacer tu curiosidad, fueron casi dos semanas. Los grupos regresaban a Crazyworld, comían, dormían, se reintegraban a la búsqueda. El grupo de pacientes permanecía fuera de sus celdas, nadie se ocupaba de ellos, así que El telépata loco y el Sr. Múltiple personalidad formaron su propio grupo. El doctor Sun permanecía en su despacho, volviéndose más loco de lo que ya está. Yo iba a verle para darle cuenta de la investigación. No avanzaba nada. Sin ti para ponerme pegas a todo cualquier hipótesis me parecía razonable. Fui a hablar con la doctora y me dije que aquella mujer era incapaz de asestar múltiples puñaladas a nadie, ni para vengar a su hijo ni para defenderse.

“Aunque no te lo creas El telépata loco defendía, testarudo como un buey, que tú estabas en alguna parte del claro. Nadie le hizo caso, por supuesto, pero era muy curioso que los perros y aquel loco se aliaran para permanecer allí, obcecados en que solo podías estar allí. No te vas a creer lo que ocurrió. Dolores aterrizó su dron en el claro porque ningún grupo la llamaba porque hubieran encontrado una pista, como habían acordado. Allí habló con El telépata loco que no le dio ninguna razón, peregrina o no, simplemente le dijo que estabas allí porque él podía escuchar tus pensamientos ¿Dónde? Preguntó la buena de Dolores. Los pensamientos de ese hombre me vienen de abajo, contestó el loco. Así que ni corta ni perezosa se acercó a los perros, los acarició y chistó con cariño y les enseñó una prenda de ropa tuya. No me preguntes cuál porque no lo sé. Los perros olieron y comenzaron a cavar en una zona que aún conservaba algo del barro producido por la tormenta. Yo no vi nada de esto, por supuesto, me lo contaron. Al parecer sufrió una crisis histérica y comenzó a chillar, llamándote a voces. No puede estar muerto clamaba y juraba y perjuraba que si aparecías vivo nunca se separaría de tu lado. Perdido por completo el sentido se introdujo en el barro y comenzó a caminara con dificultad. De pronto la zona se hundió, dejando al descubierto lo que parecía un suelo metálico. A pesar de su histerismo Dolores comprendió que había descubierto algo muy importante, el azar la había puesto encima de la única pista tuya y claro… la hundió con su peso. Creo que ella era la única persona en Crazyworld capaz de producir un hundimiento semejante. Da gracias a su peso, de otra forma nunca te habrían encontrado.

“Llamó a todo el mundo que se congregó en el claro. Trajeron una excavadora y picos y palas y todo el mundo se puso a cavar. Encontraron lo que luego resultó ser el techo del búnker donde esa maldita zorra de Kathy te tenía atrapado. Hundir ese techo hubiera sido imposible, ni haciendo caer el edificio principal de Crazyworld sobre él, pero la curiosidad mató a la gata. Al parecer Kathy, sorprendida por el enorme ruido que todo el mundo estaba produciendo en la superficie quiso saber lo que estaba pasando y asomó su cabecita por una trampilla que se abrió por algún mecanismo. En cuanto observó la causa de aquel ajetreo, supo que te habían encontrado e intentó cerrar la trampilla, pero en ese momento la leona de Dolores, que se encontraba muy cerca, se tiró en plancha e impidió que aquello se cerrara, sacando a Kathy a empollones, sujetándola por la cabeza.

domingo, 21 de abril de 2024

LA CANTANTE DE LA TROPICANA II

 


LA CANTANTE DE LA TROPICANA II














Dicen

Autor: Cecilia Santisteban Sánchez

Mis pasos incrusto en murallas de silencios,
escarchas, soledad sucumben,
mar sin dueño.

Qué cadenas de miedo enrejan mi piel,
amor como olas
en destierro eterno.

Mi tiempo se pierde entre ovillos,
mi sonrisa es muerte,
lejana está mi sonrisa.

Dicen, sólo dicen.
©sally04





Una mujer camina sin prisas en la madrugada, taconea en ritmo sincopado como una orquestina de jazz. Las calles están desiertas y un poco húmedas, el cielo aparece ligeramente cubierto antes de la aurora. Al pasar frente a una farola un viejo cliente de la Tropicana, que permanece muchas noches escondido en una mesa tras una columna, enciendo un pitillo y a su luz reconoce el rostro de Sally la cantante de baladas, de blues rasgados por el desamor, de melancólicas canciones que no pueden ser atrapadas en genero alguno.

Ella no percibe su presencia enfrascada como está en canturrear en voz baja una nueva canción. Si quiero… Hay algo en la canción que hace estremecer al viejo cliente anónimo. Hay fuego en esta música y soledad en la voz desgarrada y rebeldía… y la ilusión latiendo en cada nota.

La mujer se va alejando pero el hombre en la sombra tiene tiempo de oír el estribillo final. No quiero que me condene el tiempo.

Mañana volverá a la Tropicana para escuchar esa canción con la vieja orquesta que acompaña a Sally todas las noches. Le fascina esta mujer, esta voz en la noche, ha mejorado mucho desde la primera vez que oyó su voz en la noche cubana, ha madurado, se ha hecho más profunda, hay más tensión en sus trinos y sobre todo parece tener muy claro que no es bueno que el hombre esté solo como decía el título de una vieja película.


Arroja la colilla al suelo y enciende otro. La mujer está ya muy lejos. El hombre en la sombra piensa que esta cantante llegará lejos pero no la querría ver en Las Vegas entre el ruido de las máquinas tragaperras y las miradas de los mafiosos al fondo vigilando el cash...

Slictik

lunes, 8 de abril de 2024

EL BUSCADOR DEL DESTINO XI

 


Me paso el resto del día en la cama, con dolor de vientre. Me gustaría bajar a la cocina y prepararme una infusión, pero me dan miedo las escaleras, no porque pueda caerme de culo, rebotaría, sino de cabeza, tengo la cabeza dura, pero no tanto como para rebotar en la piedra. Busco las noticias en el móvil. La ola de calor se acerca, cada vez está más cerca, y yo no he comprado ni un mísero ventilador de bolsillo. Lo voy a pasar mal, peor de lo que lo estoy pasando ahora. Me pongo de costado, primero del derecho, luego del izquierdo, luego boca arriba, no me pongo boca abajo por miedo a oprimir el vientre. Las horas pasan, se acerca la noche y no tengo ni pizca de hambre. Pero los gatos sí, oigo maullar afuera, en el jardín y también a la gata que cuida de sus gatitos en casa. Voy a tener que levantarme y eso no me hace ninguna gracia. Lo pienso, lo repienso, lo vuelvo a pensar. Al fin lo hago. Bajo las escaleras con cuidado. Esto no son vacaciones. Antes que nada, caliento agua y me preparo una infusión de manzanilla a la que hecho una bolsita de te verde y otra de tila. No tengo ni idea si estas combinaciones son buenas, posiblemente no, pero me sigue doliendo mucho la barriguita. Dejo que pase el tiempo y la infusión vaya enfriando. Me la tomo con parsimonia, con una calma budista Cuando termino decido dar pienso a los gatos. Salgo al jardín y con un saquito de pienso voy llenando los comederos. Observo que el gato Silvestre anda danzando por allí y es el primero que se pone a comer. Luego llegan otros. Con el tiempo los bautizaré por tribus, porque no se me ocurren nombres particulares para cada uno de ellos. Están los grisines porque todos son grises, los tigrines o tigretines porque son pardos, a mi se me parecen a tigres chiquitines. Puede que no se parezcan pero yo decido llamarlos así y me hacen caso porque vienen a otro comedero. He decidido poner un comedero por tribu, luego me daré cuenta de que no es suficiente y de que no todos los miembros de las tribus se llevan bien. Hay algún que otro blanquito. ¿Cuántos gatos hay en este pueblo? No los he contado y me da pereza contarlos. Me siento en un banco de madera del jardín y enciendo un pitillo. Puede que no sea bueno para el dolor de tripa, pero que le den a la tripa. Me importa un comino pasarme la noche desvelado. Me siento mejor. Será la infusión. Hace calor, pero no tanto. Se acerca la noche y sopla luna brisilla agradable. Se está bien aquí. No pienso pasarme la noche asomado al balcón por si vuelven las vacas y tiran otra vez la valla y me ponen el jardín perdido. Que les den a las vacas, al jardín y sobre todo a mí. Que me den lo que sea, me importa un carajo. Apenas he comenzado las vacaciones, acabo de llegar al pueblo y ya estoy harto. No sé de qué, de todo. Cuando pienso en la suerte que tengo me dan ganas de escupir gargajos sobre todo lo que pase cerca. Por desgracia para él pasa Silvestre y se lleva un gargajazo color tabaco. Sale corriendo, se sube al muro y me mira con malas pulgas, pero vuelve a su comedero que está ocupado con otro gato. Se pelea y el otro sale con el rabo entre las piernas. Esto de dar de comer a los gatos va a ser un problema. Sigo sentado. Enciendo otro pitillo. El tabaco me va a matar, espero que lo haga pronto. No me apetece leer, tampoco escuchar la radio, no me apetece nada. Sigo sentado. Se acerca la noche, debo pensar en cenar algo No se qué, con el dolor de tripa que tengo. El sol se oculta, los gatos han terminado el pienso. Algunos se van, otros se quedan merodeando por allí. Siento una especial ternura hacia ellos. Sentiría aún más ternura por alguna mujer, pero no hay ninguna mujer en mi vida. No sé por qué me pongo romántico, tal vez porque tengo un pico de libido. Siempre he pensado que todos los males se me curarían si tuviera una mujer que me diera cariño y un poco de sexo. No pido mucho, solo un poquito, una pizquita de nada. Empiezo a sentirme realmente mal. No por la barriguita que sigue como antes, sino por lo desgraciado que me siento. Maldigo a la vida, maldigo al destino, maldigo a todo lo que se ponga por delante. Esta vez es un grisín que se me queda mirando como si la maldición no fuera con él, y en verdad que no va por él, pobrecito. Ninguna mujer me quiere y yo las quiero a todas. No hay derecho. Esto se me pasaría con un buen polvo, Pero aquí el único polvo que voy a tener es el polvo del camino. Se ha levantado un viento fuerte que arrastra el dichoso polvo. Decido levantarme y regresar a casa. Me acuerdo que no he dado de comer a la gata. Los gatines comerán de ella, pero ella tiene que comer mucho y bien o no podrá alimentar a esos tragones. Subo pienso y unas lonchas de jamón de York. No puedo pasarme el día subiendo y bajando las escaleras. Tendré que hacer una lista de lo que tengo que subir y bajar, porque de otro modo voy a hacer tanto ejercicio que bajaré de peso. Con mi memoria mejor lo anoto en la agenda del móvil, pero luego me olvidaré de consultarla cada vez que vaya a subir o bajar.

Los gatines se esconden en el armario, he dejado la puerta abierta. La gata mantiene una distancia de seguridad, pero cuando echo el pienso en su comedero y las lonchas de jamón en trocitos hace como que se va a acercar, pero espera a que yo me aleje. Lo hago. Regreso al dormitorio y a la cama. Allí se me ocurre que podría cenar una sopa de arroz, respiñada, como decía papá, con aceite un poco de ajo y una cucharadita de pimentón. Algún sabihondillo me diría, si estuviera por aquí, que eso es malísimo. Mejor arroz blanco a secas. Vale, tiene razón, pero a mí me apetece así el arroz. Luego puedo hacerme un té verde con limón y santas gárgaras. A la mierda con todo. Quiero morir, quiero morir y quiero morir. Pero antes me voy a hacer el arroz. Caliento agua, echo una pizca de sal, cuando el agua borbotea echo el arroz. Saco una sartén pequeña, echo aceite, pelo un ajo y lo parto en rodajitas. Veo que he comprado pimentón, menos mal que no se me ha olvidado, porque yo sin pimentón no soy nada.

Me como tan ricamente el arroz, una vez cocido y respiñado. Me sabe a gloria, pero mucho me temo que no le sentará bien a mi barriguita. Seré bruto, más que bruto. Pongo agua a calentar para hacerme la infusión y salgo fuera. Dejo la puerta abierta y me siento en otro banco y enciendo un nuevo pitillo, de morir que sea por algo y cuanto antes mejor. Me sabe bien el pitillo. Veo a un grisín que se acerca a la puerta, pero no se atreve a entrar. Solo faltaba que se me colaran todos los gatos en casa. Tendré que automatizar eso de cerrar la puerta cada vez que salgo. Pero juro que esta noche no voy a vigilar desde el balcón por si vuelven las vacas. Que les den a las vacas y al jardín. Y si me tiran otra vez la valla, que le den a la valla. Ha caído la noche. No se ha roto la cadera de milagro. Entro, me tomo la infusión, cierro la puerta y subo las escaleras. De momento no entro en el servicio. Saco una silla al balcón otro pitillo más. Parece que la barriga se ha entonado, no hay como no ser políticamente correcto y hacer lo contrario de lo que piensa la mayoría de la gente. Se está bien allí, al fresquito. Ya veremos cuando llegue la ola de calor. Mañana será otro día, espero terminar la reparación de la valla antes de que llegue la ola, y sino que le den a la valla, a la ola y a mí, que me voy a dormir y espero pasar buena noche.

domingo, 7 de abril de 2024

LA VENGANZA DE KATHY Y XIX

 

                   LA VENGANZA DE KATHY XIX

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Lo bueno de la inconsciencia es que no te das cuenta de nada, por lo tanto, no hay dolor, ni angustia, ni notas el paso del tiempo, ni sabes lo que está ocurriendo fuera de ti, porque ni siquiera sabes que hay algo fuera de ti. Lo malo es que no existes, por lo tanto, no conoces, no sabes, no te comunicas, no sufres, eso es cierto, pero tampoco gozas, estás alegre, eres feliz. La nada de la consciencia es agradable mientras dura, porque nada te afecta, nada llega hasta ti, nada puede perturbar tu sueño, en el que no ocurre nada, porque no se trata de sueño lúcido sino algo más cercano a la muerte, a la muerte total, no a un supuesto paso entre una dimensión y otra….

Lo malo, malísimo del despertar a la realidad es que, al menos de momento, no sabes dónde estás, ni quién eres, ni lo que ha sido de tu vida, algo así como una amnesia, pero total, no de tu pasado, de tu presente y hasta de tu futuro. Te encuentras perdido, si supieras qué es eso. La primera consciencia que tuve de estar en la realidad fue que se me abrieron los ojos, sí, porque yo no los abrí, al menos que recuerde. Miré frente a mí y vi una pared, aunque tardé un poco en que la palabra y el concepto acudieran a mi mente. Volví los ojos en un giro panorámico y vi, sentada en una silla, al otro lado de la cama, a una mujer que parecía dormitar. Eso me permitió observarla con detenimiento y mucha delectación, porque supe que era guapa y que me gustaba y noté algo que enseguida recordé que era mi pene y que se estaba irguiendo, como buscando algo. Tardé algunos segundos en recordar que esa mujer era la doctora a la que había visitado en cierta ocasión. Y entonces los recuerdos fueron acudiendo a mí, como encadenados, sutilmente, pero encadenados. La había visitado durante la investigación del asesinato del director. Y eso me llevó a recordar a Jimmy y con él a Kathy y con Kathy llegó todo lo más doloroso de mis recuerdos, el pasado más cercano al presente que podía recordar. ¿Era posible que todo eso me hubiera sucedido a mí? Pues sí, al parecer sí. No quería recordarlo. Deseaba volver a la nada de donde acababa de surgir, pero ya no podía. Una vez que despiertas a la consciencia ya no paras, ya no puedes parar ni un segundo. Quería saber dónde estaba, qué hacía allí, y qué había ocurrido para que ya no estuviera en el búnker con Kathy, la terrible, la espantosa Kathy, la que deseaba matarme, aunque fuera a polvos, una bonita forma de morir en otros momentos, cuando no estuvieras paralizado totalmente por una droga inventada por el profesor Cabezaprivilegiada, a base de curare y otros elementos químicos sacados de su cabeza tan privilegiada como monstruosa. Necesitaba que alguien me dijera lo que había ocurrido. Y entonces, como si recordara que tenía garganta y boca, fui a decirle algo a la doctora, pero antes carraspeé.

Eso fue suficiente para que se despertara. Lo que me indujo a pensar que su supuesto sueño no era otra cosa que un agotamiento tal vez generado por muchas horas de velarme. Por cierto, ¿Cuánto tiempo llevaba privado de mi consciencia?

-Has despertado, has despertado. Bendito sea Dios y su bendita madre y toda la comitiva celestial.

No se inclinó hacia mí, como yo había supuesto que haría, para comprobar mis constantes vitales, suponiendo que fueran constantes y vitales, algo que dudaba, porque si aquello no era un sueño, era lo más parecido a ese estado letárgico al que llaman sueño. En su lugar se levantó como un cohete despegando y se dirigió a la puerta de la habitación con la velocidad que el mismo símil que estoy utilizando lo haría para librarse de la atmósfera terrestre en su camino a la Luna, a Marte, o a donde fuera. Y desde el otro lado de la puerta siguió dando voces.

-Ha despertado, ha despertado. Bendito sea Dios. Bendito sea. Venid todas, no creo que nos reconozca, pero le hará bien sentirse acompañado.

Escuché exclamaciones, grititos, gritos destemplados, y un pataleo caótico, como el de una manada de bisontes asustada por un peligro del que hubieran sido avisados, existiera o no. Entraron en la habitación, casi arrasando a la doctora, a la que arrastraron en su estampida. La última en entrar fue una mujer con enorme sobrepeso, pero que me cayó muy simpática a primera vista. Dolores. Era Dolores. No es extraño que me cayera tan bien porque acababa de recordar que me había pasado toda una noche con ella, en su lecho, dale que te pego, orgasmo tras orgasmo. Alguien así te tiene que caer bien, lo quieras o no. La primera que se me echó encima y me comió a besos fue una preciosa mujer a la que recordé ipso facto, era Heather la agente de seguridad de Crazyworld, porque estábamos en Crazyworld, naturalmente. La dejé hacer, encantado de la vida, hasta que descubrí que no podía hacer otra cosa, porque no podía mover los brazos, ni las manos, no podía mover nada, nada excepto aquel trocito de carne entre las piernas al que algunos bien hablados llaman pene o miembro viril y otros, mal hablados, de mil maneras groseras, tanto que no me sorprende que se escandalicen los que oyen esos sinónimos vulgares, bueno, no todos.

Lo curioso es que mi pene estuviera tan vivito y coleando y el resto de mi cuerpo no, a excepción de mis ojos, que lo miraban todo pasmados. Entonces recordé, en otro recuerdo encadenado, que era realmente la única parte de mi cuerpo que había permanecido viva y vital cuando Kathy me convirtió en un vegetal con aquel curare de los demonios. Gracias a su sexo portentoso, a su clítoris hinchado, desprendiendo aquel líquidillo de todos los diablos, que te atrapaba, bueno, lo atrapaba a él, a mi pene, a mi pequeño Johnny. Porque en otro recuerdo que me asaltaba mansamente, también recordé que yo era Johnny, bueno junior, claro, porque el senior era mi papá, aquel que aparecía en aquella escena que yo también recordaba, la primera que acudió cuando la amnesia dio un paso atrás y el velo de mi pasado se fue rasgando. En realidad, yo no era aún un gigoló, sino recordaba mal, aunque puede que aquel retazo de recuerdo no fuera todo lo fiel que debería.

En fin, que el pequeño Johnny se fue revolviendo más y más hasta alcanzar su máxima estatura, que no era mucha comparada con el resto de mi cuerpo pero más que suficiente para haber penetrado y gozado a aquella multitud de mujeres que se fueron arrojando sobre mí, una tras otra. La camarerita de mi amor, la doctorcita de mi corazón… Bueno, no, que yo recordara aún no me había acostado con ella, aunque esperaba hacerlo pronto, tan pronto mi cuerpo despertara del todo y no aquel pedacito que estaba tan entusiasmado que creí iba a desprenderse de mi carne y salir corriendo tras aquellas mujeres que me besaban, me acariciaban, me decían muchas cosas y muy bonitas. Deseé que aquel momento no terminara nunca, pero terminó…

Sí, porque la última, Dolores a la que habían relegado por su dificultad para moverse, al fin pudo acceder al lecho y se dejó caer aparatosamente sobre él. Por muy fuerte que fuera aquel lecho, que no lo era tanto, una cosa normal, no habría podido resistir tanto peso sin hundirse… Y no lo resistió. Fue el caos, el maremágnum, la histeria colectiva, el acabose. La cama se hundió y el peso de mi Dolorcitas cayó sobre mí. Gracias a que aún no había vuelto del todo a la vida, a que no había recobrado la sensibilidad normal y necesaria, mi cuerpo no lo notó demasiado, pero sí mi pequeño Johnny que se vio comprimido por semejante masa de carne. Dolores que sí lo notó, se apresuró a apartarse a un lado y sus manos buscaron desesperadamente bajo las sábanas, descubriendo que estaba desnudo y que en efecto aquel pequeño ariete era el pene que tan bien conocía. El resto de mujeres temiendo que me acabara matando la mujer que más me quería por kilógramo de carne, cuando no había sido capaz de hacerlo aquella máquina de matar y de follar que era Kathy, se apresuraron a levantarla y arrastrarla por la habitación, lejos del hundido lecho, entre reproches, insultos y gritos histéricos. Solo quedó Alice, suponiendo que así se llamara la camarerita de mi amor, porque mi memoria estaba confusa y neblinosa, aparte de por el brusco despertar por todo aquel harén histérico que taladraba mis tímpanos como un berbiquí de carpintero, suponiendo que supiera el significado de aquella palabra que había acudido a mi oreja, como el zumbido de un moscardón. Esta avispada mujer supo enseguida qué había estado buscando Dolores y siguió ella con la busca, masajeando y acariciando al pequeño Johhy que aún se encontraba dolorido, pero muy contento. Creo que incluso se hubiera puesto a horcajadas sobre mí y cabalgado con ganas de no ser porque la doctora que había desaparecido de la habitación, reapareció con un carrito de los helados, quiero decir con utensilios médicos para hacerme una prospección, sino a fondo, algo que yo le dejaría hacer con el tiempo y en circunstancias favorables, sí para encontrar mis constantes vitales. Tuvo que chillar como una energúmena y llamarlas de todo antes de que la hicieran caso, conscientes de la necesidad de saber si yo estaba bien o solo lo aparentaba. Y así comenzó la más extraña exploración médica que conocerían los siglos.

lunes, 1 de abril de 2024

EL BUFÓN DEL UNIVEFRSO V

 


 

 

-Pues no trabajará mucho, no es sencillo encontrar algo original en el universo, que pueda llamarle la atención e inspirarle.

-Así es, veo que te vas haciendo con el lugar y enseguida captas las verdades básicas de este sitio. Apuesto a que la velocidad de tu adaptación hará que batas el record actual, que podrás consultar cuando tengas tu pulsera. Escuo lleva un tiempo falto de inspiración y se encuentra tan desesperado que hasta ha solicitado salir del planeta en un viaje de aventuras y exploración, pero algo así no se le puede conceder.

-¿Por qué no? No lo entiendo.

-Ya lo entenderás. Los mutantes tenemos muy pocas posibilidades de sobrevivir ahí fuera. Solo en ciertos casos, cuando la mutación permite una buena defensa en situaciones de peligro y el mutante ha sido enseñado y educado hasta la extenuación se le permite un primer viaje exploratorio y según los resultados puede solicitar al Consejo un permiso indefinido para permanecer fuera de aquí.

-¿Eso quiere decir que yo no puedo marcharme cuando quiera?

-Por desgracia no. Primero tenemos que saber en qué consiste tu mutación, y de momento solo poseemos vagas ideas, las que nos ha dado un análisis exhaustivo de tu cuerpo y psiquis. Aún no hemos presenciado la menor manifestación de tus cualidades mutantes. Cuando sepamos de qué se trata, serás educado de forma conveniente, sin prisa y sin pausa. En el momento en que el consejo considere que estás preparado harás un primer viaje exploratorio con tu instructor.

-¿Qué es el consejo y quién será mi instructor?

-El consejo está formado por todos los profesores de mutantes que hay en esta escuela y tu instructor será el más adecuado a tu mutación. Pero dejémonos de charlas inútiles. Te voy a presentar a Escuo y espero hagáis buenas migas.

Me tomó de la mano y nos fuimos acercando al escultor. Un hombre perfectamente normal, estándar, al menos en su físico. Parecía tener una edad que sin ser provecta podía acercarse a ella en cualquier momento. Mi escasa experiencia fuera de mi planeta de origen me impedía hacerme una idea aproximada de las edades según especie y planeta de origen. Eso era algo que esperaba solventar en cuanto me dieran la pulsera, algo que deseaba no tardaría mucho. El hombre se encontraba ensimismado mirando una especie de monolito de su estatura, de un material desconocido para mí, pero que me pareció muy flexible puesto que apenas sus manos lo tocaban, más bien acariciaban, se movía de forma impredecible, hundiéndose, creando extrañas protuberancias o conformando esbozos que al menos a mí me parecía prometían mucho, pero no así a Escuo que retiraba las manos y maldecía en voz baja en una lengua desconocida y que no entendería hasta que no me colocaran la maldita pulsera, que cada vez me parecía un instrumento más imprescindible para la vida en aquel extraño lugar.

-Escuo, te presento a… ¿Cómo me dijiste que te llamabas?

-No te lo he dicho. Puedes llamarme el bufón del universo. De ahora en adelante no tendré otro nombre.

-Como quieras. Escuo, te presento al bufón del universo.

El escultor que había permanecido absorto en la contemplación de la columna de aquel extraño material flexible pareció despertar al escuchar aquel extraño nombre. Bufón del universo no era precisamente un nombre común y corriente. Se me quedó mirando como si no me viera, sus ojos parecían necesitar centrarse en un punto, como si antes hubieran estado dispersos por todo el espacio. Extendí la mano en el típico saludo de mi planeta, sin saber cómo se saludaban en el planeta del escultor, si es que se saludaban. Como Escuo no hiciera el menor caso de la mano tendida la retiré con cierta reticencia, mal empezaban las cosas entre nosotros

-No le hagas caso, es un poco rarillo, sobre todo al principio, luego te acostumbrarás. No es que no despiertes su interés, es que le cuesta regresar de su mundo mental y asumir que sus pies están pisando el suelo.

Armanas nos miraba con cierto regocijo en la expresión de su rostro que no podía ni quería disimular. Seguro que para ella la escena que estaba presenciando era como el comienzo de una pieza teatral, cuando no sabes cómo se desarrollará la historia y hacia dónde caminaran los acontecimientos. Pensé que el convivir tanto tiempo con aquel rebaño de monstruitos mutantes, incluidos animales y plantas, tenía que influir necesariamente en su estado mental, que no podía ser bueno. Se me ocurrió la peregrina idea de que aquella mujer era también una mutante y no me había dicho nada por querer conservar alguna ventaja sobre mí. No encontraba otra explicación a su vocación de protectora de todo bicho mutante que apareciera por allí o del que oyera hablar en cualquier punto de la galaxia. Nadie se dedica a salvar y proteger a desconocidos, salvo que tengas algo común con ellos, muy íntimo y común diría yo. Entonces, mientras lo estaba pensando algo me pilló por sorpresa, fue como una extraña compulsión ajena a mí, que sin duda venía de Armanas y que parecía adoptar la forma de una energía cosquilleante, a la que no te podía resistir. No parecía tener forma, aunque para mí adoptó la de una niña juguetona y hasta diabólica, una niña que sin duda era la que fue aquella mujer algunos años atrás, no calculaba cuántos.  No pude resistirme y no supe si hubiera servido de algo el haberlo hecho de no haberme pillado por sorpresa. Sentí la imperiosa necesidad de vomitar, me curvé hacia delante y algo que yo conocía muy bien empezó a brotar de mi boca. El ectoplasma que se iba formando adoptaba la forma del propio escultor. Era un Escuo extraño, bufonesco al tiempo que místico. Se parecía a su cuerpo físico pero era algo totalmente distinto, se podía entrever su interior, tan ridículamente concentrado en la creación escultórica que el ectoplasma, tan pronto se desprendió de mí se movió hacia la columna en la que aquel había colocado sus manos y como él acarició aquel material tan dúctil que empezó a transformarse en una imagen que enseguida intuí sería la del propio escultor.