CENTRO DE SEGURIDAD DE CRAZYWORLD/FINAL
Cuando supe hasta para qué servía la última ruedecilla, Heather salió del programa y comenzó a teclear como una loca. Pude ver en unos minutos todo Crazyworld, desde los tejados hasta los sótanos, pasando por los reductos más insólitos e íntimos. Pude ver a pacientes en los retretes, haciendo sus necesidades biológicas más bajas, el comedor desierto, las cocinas, las habitaciones de algunos pacientes, parecidas a la mía, las residencias de los profesionales médicos y sanitarios, el apartamento de Heather, uno de los salones de recreo de la residencia de las prostitutas, la sala de fiestas o cabaret, el restaurante “íntimo” y otras muchas dependencia que no puedo enumerar ni recordar. Hasta hizo un barrido por el perímetro de la finca, haciéndome ver las vallas electrificadas, el muro de piedra con cristales y triple línea de alambre de espino y los perros de presa atados a sus casetas a cierta distancia unos de otros. Al parecer por la noche se soltaban y los guardias patrullaban en jeeps.
Dejé de pensar en Jimmy, se me fue por completo de la cabeza. Aquella mujer estaba tan cerca de mí, que me estaba empapando de su perfume, de la sensualidad de su cuerpo y hasta del calor que despedía su piel. Me encontraba tan a gusto que perdí por completo la noción del tiempo. La sordidez de aquella vigilancia de Gran hermano, a la que nos sometían en Crazyworld, y el miedo a la pérdida de la intimidad más elemental, desaparecían ante el embrujo de Heather.
Todo iba bien hasta que se produjo un gran estrépito. Un armario archivador se vino al suelo con todo su peso, generando un ruido metálico que me produjo dentera. Por lo visto “El Pecas” había estado husmeando donde no debía. Eso puso de un pésimo humor a Heather que por lo visto también se había olvidado de él. Se acercó corriendo y al pasar frente a otro monitor pudo ver en la pantalla la habitación de Kathy. La ninfómana paseaba tranquilamente por su habitación, algo perfectamente normal, de no ser porque lo hacía en cueros. Pude contemplar su cuerpo con delectación unos segundos, el tiempo que tardó la agente de seguridad en cambiar de escena. En el monitor ahora aparecía el hall, completamente desierto, algo poco habitual a cualquier hora del día.
Heather se cebó en Jimmy. El que hubiera estado husmeando la molestaba, y mucho, pero el hecho de que hubiera buscado en el otro monitor la habitación de Kathy y se hubiera estado regodeando en la desvergüenza de la ninfómana, eso la ponía fuera de sí. ¿Eran celos? No sabría decirlo. Las mujeres son inescrutables en estos temas. Aunque bien pensado, ¿qué demonios sabía yo de mujeres? ¿Acaso recordaba algo más que las relaciones con mujeres que había tenido desde que despertara en la enfermería? Claro que bien podría considerarse suficiente, dada la entidad de alguna de dichas mujeres, tal como una ninfómana llamada Kathy.
Heather obligó al “Pecas” a poner de pie el archivador y colocarlo en su sitio. Luego, con una sangre fría que me puso el vello de punta, le dio un bofetón antológico que le dejó la cara como un tomate, y bien marcada. Por si fuera poco lo agarró del pelo y lo arrastró por el suelo hasta mí.
-Creo que será mejor que esta serpiente de cascabel te lleve a conocer el resto de Crazyworld. No soy capaz de tenerlo un segundo más a mi presencia.
Por un momento imaginé que Jimmy se levantaría e intentaría darle una buena paliza a Heather. Digo que lo intentaría, porque solo un milagro le permitiría lograr tal hazaña. Estaba seguro de que la mujer dominaba las artes marciales, así como que la endeblez del Pecas le impediría doblegar físicamente a cualquier otra mujer. A pesar de la bilis que corría por su sangre, él debió pensar lo mismo y se abstuvo de cualquier reacción que no fuera alejarse de ella.
Yo me sentí mal y me acerqué a la mujer, buscando la posibilidad de que el momento mágico que había pasado junto a ella se repitiera. Ella debió de ver eso en la expresión de mi rostro, porque se dulcificó, se humanizó y me abrazó como una tierna amante, besándome con pasión.
Fue entonces cuando escuché la voz de Jimmy, rezongando por lo bajo. No se le oía muy bien, aunque hasta un idiota se hubiera dado cuenta de que estaba insultando a Heather con las palabras más soeces del diccionario. Jimmy se estaba poniendo muy pesadito. Yo diría que estaba celoso y tal vez con razón. Me resultaba sorprendente que Heather y él hubieran sido amantes en algún tiempo. Lo de Kathy lo encontraba más lógico, al fin y al cabo una ninfómana no mira tanto ciertas cosas, o al menos es lo que pienso. Puede que en mi pasado hubiera alguna que otra, pero como no recordaba nada o casi nada, lo cierto es que todo eran elucubraciones por mi parte.
Ya desde nuestra entrada Heather se había puesto visceralmente en su contra. Claro que El Pecas no era manco para provocar a la gente. Las deudas pendientes entre ellos no me preocupaban, ni mucho ni poco, aunque me sentía muy molesto en aquel ambiente, tenso, irrespirable, diría yo. Por eso, en cuanto la mujer me dio un respiro, y aprovechando la sugerencia que había hecho antes, me acerqué a Jimmy y le pedí que me sacara de allí. Necesitaba respirar aire puro. Aquel bunker donde nuestro Gran Hermano particular introducía sus cámaras hasta en nuestros calzoncillos me estaba poniendo enfermo.
Jimmy se estaba poniendo muy pesadito. Yo diría que estaba celoso y tal vez con razón. Me resultaba sorprendente que Heather y él hubieran sido amantes en algún tiempo. Lo de Kathy lo encontraba más lógico, al fin y al cabo una ninfómana no mira tanto ciertas cosas, o al menos es lo que pienso. Puede que en mi pasado hubiera alguna que otra, pero como no recordaba nada o casi nada, lo cierto es que todo eran elucubraciones por mi parte.
-¿Tienes miedo de que esa zorra y yo nos peleemos a mordiscos?
-Vamos, Jimmy, deja tus rencillas personales para luego. No te miento, este lugar me está asfixiando. Solo pensar en que a cada minuto del día tengo una cámara siguiendo mis pasos me dan ganas de destrozarlas a martillazos.
-No lo hagas, amigo. Eso supondría al menos un mes en las celdas de aislamiento de Sun, que acabas de conocer. Tú te volverías loco y yo también, sin nadie con quien hablar, aguantando a estas malditas pirañas…
Y miró a Heather que estaba tecleando algo en su ordenador. Imaginé que había oído a Jimmy llamarla zorra, así como el resto de la conversación. Cuando El Pecas se ponía nervioso o se enfadaba todo el mundo a su alrededor terminaba por saberlo. Eso no era bueno, porque lo que menos deseaba yo era que todo Crazyworld acabara sabiendo nuestros planes de fuga. Por suerte Jimmy se estaba controlando bastante bien en ese tema.
Jimmy se dirigió hacia la puerta. Aproveché para acercarme a Heather y agradecerle su hospitalidad. Le pedí disculpas por aquel mamarracho que no era capaz de mantener la lengua quieta ni un segundo.
-No te preocupes, cariño. Sé muy bien cómo ese idiota de Jimmy. No te olvides de hacerme una visita.
Y me recordó dónde estaba la copia de la llave de su apartamento, que me había entregado con tanta generosidad. Se cercioró de que El Pecas no estaba mirando y me dio un muy agradable beso a tornillo.
-Es mejor que salgas por las cocinas. Tal como está de excitado ese zopenco si tuvierais la mala suerte de encontraros con alguno de mis compañeros, habría sangre.
Y me acompañó hasta la puerta. Jimmy ni siquiera la miró cuando tecleó el código de seguridad y la puerta comenzó a abrirse.
-En lugar de regresar por las celdas de seguridad, tienes que bajar un tramo de escaleras más. La puerta que hay a la derecha da a las cocinas y está abierta.
En cuanto el hueco fue suficiente para que pasara una persona, Jimmy se lanzó escaleras abajo. Yo me volví y tomando de la cintura a Heather, le arreé tal beso a la buena mujer que no pudo reaccionar ni supo desearme suerte. Allí se quedó, con los ojos como platos y la boca entreabierta, respirando con fuerza.
Bajé tras los pasos de Jimmy, pero no lo encontré. Decidí continuar por mi cuenta. Bajé el otro tramo de escaleras, tal como me había aconsejado Heather y abrí la puerta. Me llegó un fuerte olor a comida. Entré en las cocinas. ¿Dónde estaba aquel mastuerzo? ¿Estaba tan enfadado que había decidido dejarme en paz?
Cuando supe hasta para qué servía la última ruedecilla, Heather salió del programa y comenzó a teclear como una loca. Pude ver en unos minutos todo Crazyworld, desde los tejados hasta los sótanos, pasando por los reductos más insólitos e íntimos. Pude ver a pacientes en los retretes, haciendo sus necesidades biológicas más bajas, el comedor desierto, las cocinas, las habitaciones de algunos pacientes, parecidas a la mía, las residencias de los profesionales médicos y sanitarios, el apartamento de Heather, uno de los salones de recreo de la residencia de las prostitutas, la sala de fiestas o cabaret, el restaurante “íntimo” y otras muchas dependencia que no puedo enumerar ni recordar. Hasta hizo un barrido por el perímetro de la finca, haciéndome ver las vallas electrificadas, el muro de piedra con cristales y triple línea de alambre de espino y los perros de presa atados a sus casetas a cierta distancia unos de otros. Al parecer por la noche se soltaban y los guardias patrullaban en jeeps.
Dejé de pensar en Jimmy, se me fue por completo de la cabeza. Aquella mujer estaba tan cerca de mí, que me estaba empapando de su perfume, de la sensualidad de su cuerpo y hasta del calor que despedía su piel. Me encontraba tan a gusto que perdí por completo la noción del tiempo. La sordidez de aquella vigilancia de Gran hermano, a la que nos sometían en Crazyworld, y el miedo a la pérdida de la intimidad más elemental, desaparecían ante el embrujo de Heather.
Todo iba bien hasta que se produjo un gran estrépito. Un armario archivador se vino al suelo con todo su peso, generando un ruido metálico que me produjo dentera. Por lo visto “El Pecas” había estado husmeando donde no debía. Eso puso de un pésimo humor a Heather que por lo visto también se había olvidado de él. Se acercó corriendo y al pasar frente a otro monitor pudo ver en la pantalla la habitación de Kathy. La ninfómana paseaba tranquilamente por su habitación, algo perfectamente normal, de no ser porque lo hacía en cueros. Pude contemplar su cuerpo con delectación unos segundos, el tiempo que tardó la agente de seguridad en cambiar de escena. En el monitor ahora aparecía el hall, completamente desierto, algo poco habitual a cualquier hora del día.
Heather se cebó en Jimmy. El que hubiera estado husmeando la molestaba, y mucho, pero el hecho de que hubiera buscado en el otro monitor la habitación de Kathy y se hubiera estado regodeando en la desvergüenza de la ninfómana, eso la ponía fuera de sí. ¿Eran celos? No sabría decirlo. Las mujeres son inescrutables en estos temas. Aunque bien pensado, ¿qué demonios sabía yo de mujeres? ¿Acaso recordaba algo más que las relaciones con mujeres que había tenido desde que despertara en la enfermería? Claro que bien podría considerarse suficiente, dada la entidad de alguna de dichas mujeres, tal como una ninfómana llamada Kathy.
Heather obligó al “Pecas” a poner de pie el archivador y colocarlo en su sitio. Luego, con una sangre fría que me puso el vello de punta, le dio un bofetón antológico que le dejó la cara como un tomate, y bien marcada. Por si fuera poco lo agarró del pelo y lo arrastró por el suelo hasta mí.
-Creo que será mejor que esta serpiente de cascabel te lleve a conocer el resto de Crazyworld. No soy capaz de tenerlo un segundo más a mi presencia.
Por un momento imaginé que Jimmy se levantaría e intentaría darle una buena paliza a Heather. Digo que lo intentaría, porque solo un milagro le permitiría lograr tal hazaña. Estaba seguro de que la mujer dominaba las artes marciales, así como que la endeblez del Pecas le impediría doblegar físicamente a cualquier otra mujer. A pesar de la bilis que corría por su sangre, él debió pensar lo mismo y se abstuvo de cualquier reacción que no fuera alejarse de ella.
Yo me sentí mal y me acerqué a la mujer, buscando la posibilidad de que el momento mágico que había pasado junto a ella se repitiera. Ella debió de ver eso en la expresión de mi rostro, porque se dulcificó, se humanizó y me abrazó como una tierna amante, besándome con pasión.
Fue entonces cuando escuché la voz de Jimmy, rezongando por lo bajo. No se le oía muy bien, aunque hasta un idiota se hubiera dado cuenta de que estaba insultando a Heather con las palabras más soeces del diccionario. Jimmy se estaba poniendo muy pesadito. Yo diría que estaba celoso y tal vez con razón. Me resultaba sorprendente que Heather y él hubieran sido amantes en algún tiempo. Lo de Kathy lo encontraba más lógico, al fin y al cabo una ninfómana no mira tanto ciertas cosas, o al menos es lo que pienso. Puede que en mi pasado hubiera alguna que otra, pero como no recordaba nada o casi nada, lo cierto es que todo eran elucubraciones por mi parte.
Ya desde nuestra entrada Heather se había puesto visceralmente en su contra. Claro que El Pecas no era manco para provocar a la gente. Las deudas pendientes entre ellos no me preocupaban, ni mucho ni poco, aunque me sentía muy molesto en aquel ambiente, tenso, irrespirable, diría yo. Por eso, en cuanto la mujer me dio un respiro, y aprovechando la sugerencia que había hecho antes, me acerqué a Jimmy y le pedí que me sacara de allí. Necesitaba respirar aire puro. Aquel bunker donde nuestro Gran Hermano particular introducía sus cámaras hasta en nuestros calzoncillos me estaba poniendo enfermo.
Jimmy se estaba poniendo muy pesadito. Yo diría que estaba celoso y tal vez con razón. Me resultaba sorprendente que Heather y él hubieran sido amantes en algún tiempo. Lo de Kathy lo encontraba más lógico, al fin y al cabo una ninfómana no mira tanto ciertas cosas, o al menos es lo que pienso. Puede que en mi pasado hubiera alguna que otra, pero como no recordaba nada o casi nada, lo cierto es que todo eran elucubraciones por mi parte.
-¿Tienes miedo de que esa zorra y yo nos peleemos a mordiscos?
-Vamos, Jimmy, deja tus rencillas personales para luego. No te miento, este lugar me está asfixiando. Solo pensar en que a cada minuto del día tengo una cámara siguiendo mis pasos me dan ganas de destrozarlas a martillazos.
-No lo hagas, amigo. Eso supondría al menos un mes en las celdas de aislamiento de Sun, que acabas de conocer. Tú te volverías loco y yo también, sin nadie con quien hablar, aguantando a estas malditas pirañas…
Y miró a Heather que estaba tecleando algo en su ordenador. Imaginé que había oído a Jimmy llamarla zorra, así como el resto de la conversación. Cuando El Pecas se ponía nervioso o se enfadaba todo el mundo a su alrededor terminaba por saberlo. Eso no era bueno, porque lo que menos deseaba yo era que todo Crazyworld acabara sabiendo nuestros planes de fuga. Por suerte Jimmy se estaba controlando bastante bien en ese tema.
Jimmy se dirigió hacia la puerta. Aproveché para acercarme a Heather y agradecerle su hospitalidad. Le pedí disculpas por aquel mamarracho que no era capaz de mantener la lengua quieta ni un segundo.
-No te preocupes, cariño. Sé muy bien cómo ese idiota de Jimmy. No te olvides de hacerme una visita.
Y me recordó dónde estaba la copia de la llave de su apartamento, que me había entregado con tanta generosidad. Se cercioró de que El Pecas no estaba mirando y me dio un muy agradable beso a tornillo.
-Es mejor que salgas por las cocinas. Tal como está de excitado ese zopenco si tuvierais la mala suerte de encontraros con alguno de mis compañeros, habría sangre.
Y me acompañó hasta la puerta. Jimmy ni siquiera la miró cuando tecleó el código de seguridad y la puerta comenzó a abrirse.
-En lugar de regresar por las celdas de seguridad, tienes que bajar un tramo de escaleras más. La puerta que hay a la derecha da a las cocinas y está abierta.
En cuanto el hueco fue suficiente para que pasara una persona, Jimmy se lanzó escaleras abajo. Yo me volví y tomando de la cintura a Heather, le arreé tal beso a la buena mujer que no pudo reaccionar ni supo desearme suerte. Allí se quedó, con los ojos como platos y la boca entreabierta, respirando con fuerza.
Bajé tras los pasos de Jimmy, pero no lo encontré. Decidí continuar por mi cuenta. Bajé el otro tramo de escaleras, tal como me había aconsejado Heather y abrí la puerta. Me llegó un fuerte olor a comida. Entré en las cocinas. ¿Dónde estaba aquel mastuerzo? ¿Estaba tan enfadado que había decidido dejarme en paz?
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