NOTA PREVIA/ Cuando ya hace muchos años comencé a esbozar personajes humorísticos se me ocurrieron tal cantidad de ideas y de historias que me vi obligado a priorizar, centrándome en los personajes que más me atraían y que podían dar más juego, limitándome a esbozar, a vuela pluma, el resto. Así me voy encontrando ahora, jubilado y con mucho tiempo, con multitud de esbozos que había realizado de cualquier manera en libretas, cuadernos o donde se terciara.
Para organizarme un poco he ido haciendo índices a lo largo de los años, de personajes, de relatos, de ideas, con el fin de poder buscar rápidamente un esbozo o un personaje cuando lo necesitara. Dado el caos en el que he vivido todos estos años, no solo como escritor, también como persona, me ha resultado muy difícil poner un poco de orden en mis escritos, interrumpidos cuando se me ocurría otra idea mejor o más novedosa y proseguidos en libretas o cuadernos distintos, cuando se me ocurría reanudar un viejo relato o esbozo. A pesar del tiempo que me ha consumido la realización de índices, éstos son incompletos y muchos de ellos interrumpidos, no encontrados en su momento por lo que comencé otro y así sucesivamente. Es por eso que este personaje ha permanecido perdido y sin trabajar casi desde su esbozo, al comienzo de mi fiebre humorística, hace ya tantos años que ni me acuerdo.
Lo que si recuerdo es mi interés, en aquel momento, por parodiar y burlarme un poco del academicismo estilístico, de esa furia por mantener la forma, la gramática, el lenguaje, en un estado prístino, puro, casi impoluto, una especie de tabla de la ley, no de los diez mandamientos, porque aquí hay miles y miles de mandamientos que solo los eruditos más fogosos y pacientes pueden llegar a memorizar. Creo recordar haber escuchado a García Marquez o haberle leído o leído a alguien que hablaba de él (como mi memoria es tan poco literal nunca se me quedan esos datos) en el sentido de que propugnaba una gramática más sencilla y llana, olvidándose de si algo se escribe con "h" o sin "h", entre otras cosas, lo que no va a parte alguna que yo sepa. Mis dificultades con la gramática y el estilo hicieron que me sumara rápidamente a esta propuesta y así se me ocurrió esbozar este personaje, un ácrata del lenguaje, aunque no recordaba muy bien si el ácrata era él o el compañero narrador, dada la constante contradicción y polémica entre mis personajes humorísticos y sus narradores.
Retomo el personaje y la historia con mucho interés, dadas las transformaciones de todo tipo que sufre nuestro idioma en estos tiempos, con anglicismos constantes y a veces sin el menor sentido, con su dificultad para adaptarse a los tiempos modernos de la igualdad de género, el cambio de género y tantas transformaciones tecnológicas y sociales que nos asaltan constántemente, convirtiendo nuestra vida en una vorágine. El esfuerzo de nuestros académicos es muy loable, aunque en muchas ocasiones para mí carece de sentido. Por mi parte propugno un lenguaje popular, de calle, vivo, en permanente transformación, con agudo sentido del humor y de la parodia y tan creativo como sea posible o más. Espero que el personaje no se me haya quedado desfasado y pueda retomar su historia como si fuera ayer.
EL SR. LEOPOLDINO, UN
FILÓLOGO MUY FINO
NARRADO POR UN COMPAÑERO, ACADÉMICO DE LA LENGUA , NOVELISTA Y PERSONA
UN TANTO CÍNICA, GROSERA Y ANARCOIDE
Ya se lo dije, por activa y por pasiva,
a mis compañeros de la “Real” que se lo pensaran dos veces antes de elegir a
Leopoldino como ocupante del sillón “H”, dejado vacante por un excelso
dramaturgo a quien Dios tenga en su gloria, aunque no me llevara muy bien con
él. Lo cortés no quita lo valiente y si él merecía estar a la gloria del Padre
no voy a ser yo, mezquino y rencoroso, quien le arrebate ese derecho.
Leopoldino tenía fama de ser un
auténtico anarquista del lenguaje, un ácrata de las formas y un experimentador
sin tino. Coincidía conmigo en su afición por el lenguaje coloquial, vulgar, la
jerga y todo tipo de expresiones que armonizan mal con unos aristócratas del
lenguaje y unos marquesones en las maneras como lo son la gran mayoría de
académicos. Le tuve simpatía desde que nos conocimos en la presentación de un
libro de gramática parda y le he defendido a veces, cuando procedía, pero
ciertamente la propuesta que un grupo de académicos hizo de su candidatura para
ocupar el sillón vacante me pareció una tomadura de pelo de tintes surrealistas
y esperpénticos.
Leopoldino nunca ha tenido el menor
tino con sus experimentaciones gramaticales,
con su afición a destruir toda regla, sea la que fuere, y su desdén por
el estilo (escupiré al estilo, donde quiera que lo halle, es su frase más
conocida).
Quienes piensan que Leopoldino y un
“amo” de ustedes (porque nunca he sido ni seré servidor de nadie) deberían
hacer buenas migas porque ambos adoramos el lenguaje vulgar o coloquial (he
escrito un diccionario de tacos, otro sobre “vocabulario vulgar empleado para
referirse al sexo y actos concomitantes”) y despreciamos reglas tan idiotas
como la “b” y la “v”, utilizar o no la “h” y otras monsergas semejantes, no me
conocen bien ni saben qué número de zapato calza el bueno de Leopoldino. Sería
como intentar mezclar agua con aceite y si lo prefieren, pólvora con dinamita,
porque pueden estar seguros que si ese grupo de zopencos, zopilotes y rapaces
vultúridos, son capaces de elegir a Leopoldino para la academia, el
enfrentamiento con este humilde narrador está servido y la explosión dinamitera
hará temblar los cimientos de la muy vieja, aristocrática y “tiquis-miquis”
Academia de la lengua española y Real por su afición por el equipo que todos
sabemos.
La fama de Leopoldino ha corrido medio
mundo a lomos Facbook, Twenty y demás canales virtuales de expansión de
rumores. La conducta de este hombre, magro de carnes y de neuronas, es
totalmente impredecible y su cabezonería y testarudez raya en la incapacidad
mental. Es un hueso duro de roer hasta para los viejos perros, de mandíbula
experimentada, que se sientan en nuestra ínclita academia. Es un abrelatas fino
y afilado, capaz de abrir este bunker de buenas maneras, exquisito lenguaje y
mejores pensamientos.
Mientras intento convencer a algunos
pardillos de que la candidatura de Leopoldino es una auténtica locura me
permito el lujo de narrarles su vida y milagros, puesto que en un tiempo
escuché sus confidencias y en otro me documenté para escribir una hagiografía
de este santo varón a quien espero Dios tenga en su gloria muy pronto. Espero que esta historia me sirva, con
posterioridad, para redactar un opúsculo incendiario que entregaré a los
académicos antes de la votación.
Antes de iniciar la narración de su
historia me permitirán que ponga en este frontispicio un párrafo de su conocido
primer libro “Lenguaje y estupidez”.
“Encorsetar el lenguaje con normas
estrictas es como enjaular al ruiseñor, no digo matar, porque en realidad todo
lenguaje encorsetado está ya muerto. La
tristeza que le produce a este ruiseñor muerto y enjaulado estar entre barrotes
acaba con su canto. No es posible vivir y crecer entre rejas, ni se canta a
gusto con la garganta estrangulada, ni puede uno comunicarse con los demás con
la libertad precisa como para lograr entenderse.
“El lenguaje es del pueblo y los
aristócratas de la lengua lo usufructan como los políticos el poder, solo por
delegación y durante el tiempo preciso para que prueben su incapacidad, luego
debe regresar al lugar donde nació y vivió, al pueblo, lo mismo que el poder
regresa al pueblo durante las elecciones, y si ellos quieren cometer el error
que lo cometan, pero al menos que se les de esa posibilidad.
“Un lenguaje aristócrata y esteticista
solo sirve a los aristócratas y esteticistas, no al pueblo, lo mismo que un
lenguaje popular sin pulimento y no evolutivo, anquilosado, siempre termina en
el muladar de la chabacanería y la degeneración física y psíquica.
“Es preciso que el lenguaje sea libre y
flexible, un instrumento en manos de quien quiere comunicarse con otros y no
poner barreras a su finca para que solo entren en ellas distinguidos y
ricachones hijosdalgo, a saber de qué. Hay quienes se olvidan de que los
instrumentos no son nada sin las personas que los manejan y convierten el
lenguaje en un totem al que adorar, porque los pobres no tienen otros dioses
más satisfactorios…
Creo que con esta muestra ya tienen
bastante para ir cosiendo la mortaja a Leopoldino. Ahora permítanme regalarles
sus castos oídos, mientras cosen y cosen, con la historia de este pobre hombre
que se cree rico porque ha escrito cuatro libros diciendo sandeces.
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