martes, 23 de mayo de 2017

LUCIFERINO, UN IMITADOR DIVINO



NOTA INTRODUCTORIA/ Luciferino es uno de mis primeros personajes. Aunque no está datada la fecha de su nacimiento, aparece por primera vez en la libreta pequeña número 5, lo que significa que, como mucho, nacería pocos meses después del doctor Carlo Sun, de Olegario Brunelli, el humorista number one, del profesor Cabezaprivilegiada y su compañero de aventuras, Hipopótamus Hipocondriacus, del Sr. Buenavista, economista, y de alguno más. No encuentro razones para disculpar que haya permanecido tantos años hibernado, olvidado en el baúl de los recuerdos, como sus marionetas o muñequitos parlantes. Una de mis frustraciones más profundas como creador es la de no ser ventrílocuo, como alguno de estos geniales artistas de los que tanto he disfrutado a lo largo de mi vida y que son capaces de imitar casi cualquier voz que se propongan, algunas con más perfección y gracia que otras, porque no todos, ninguno, diría yo, han alcanzado las cumbres nevadas a las que llegó Luciferino, casi sin esfuerzo, y por supuesto sin oxígeno. Dentro de los especímenes humorísticos, los imitadores de voces, apoyados en el soporte de marionetas o muñecos, están entre los más admirados por el autor. Reconozco que a veces, alguno de ellos no es precisamente muy creativo y original, y a mi juicio no saca todo el partido posible –que me atrevo a pensar que yo sí conseguiría de haber sido agraciado con el don de la imitación de voces- de sus muñecos y de los diálogos que mantienen con ellos. El hecho de poder poner una voz distinta y graciosa a un muñeco con el que el humorista dialoga, es un instrumento casi mágico para el humorista que he echado mucho de menos al dar la vida y el aliento a mis personajes. A veces se me ha ocurrido intentar poner voz a mis personajes, pero salen tan impostadas, tan artificiales, que me he sonrojado de vergüenza. Si no tienes un determinado don, acéptalo con humildad y desarrolla los que sí has recibido de la vida.

Es posible que haya sido eso, mi incapacidad absoluta para la ventriloquía, lo que he hecho que me olvidara de este personaje, sin ser muy consciente de ello. Las posibilidades humorísticas de Luciferino son fantásticas, y sin duda hubiera intentado sacar partido de ello de no haber sido por la frustración de no poder poner voz a sus muñecos o marionetas. Se me ocurrió incluso buscar documentación sobre ventriloquía y el control y dominio de la voz, pero todo fue inútil. De haber sido yo un Carlos Latre hubiera disfrutado lo impensable poniendo voz a todos mis personajes humorísticos, y sin duda habrían alcanzado personalidades mucho más sólidas y divertidas de las que tienen actualmente. De niño recuerdo haber visto en la televisión a Herta Frankel y sus muñecos, luego a Maricarmen y los suyos o a Jose-Luis Moreno. Si hago memoria no encuentro demasiados ventrílocuos en mi vida, de lo que deduzco que no debe ser un arte precisamente fácil. Intrigado por este noble arte me propuse crear un personaje con el que pudiera jugar hasta tantear los límites del humor, de esta curiosa aventura nació Luciferino, a quien ahora pongo en pie para ver hasta dónde me lleva y hasta dónde no debería llegar el humor. Es un experimento divertido y gracioso, aunque un tanto arriesgado. Tal vez sea una vuelta de tuerca a mis personajes humorísticos clásicos, aunque el esquema creativo sea el mismo para todos ellos.

 Acompaño algunos enlaces sobre el arte de la ventriloquía, que por lo visto es tan antiguo o más que la democracia, algo que ignoraba porque mi documentación para el personaje no fue precisamente exhaustiva.





 LUCIFERINO, IMITADOR DIVINO

NARRADO POR EL PRODIGIOSO FIGURINISTA QUE LE REGALARA SUS MARIONETAS A MUY TEMPRANA EDAD

Ya de niño imitaba la voz histérica de su mamá cuando le regañaba, con tal gracia y perfección que ésta se vio obligada a delegar las broncas en el papá, quien con la pachorra y sarcasmo que le caracterizaba no sólo aceptaba las imitaciones que le hacía su hijo sino que las buscaba con cualquier pretexto, disfrutando tanto de sus parodias que la mamá perdía los estribos y procuraba mantenerse lo más alejada posible de ambos cuando preveía que éstos se iban a enzarzar en uno de sus repugnantes shows, puesto que el padre no le andaba a la zaga al hijo y aunque sus intentos de parodiar a su hijo eran bastante groseros, ambos podían pasarse horas diciéndose disparates y gesticulando como dos payasos de juguete con el mecanismo roto.

En el colegio los maestros huían como de la peste de Luciferino, un nombre que le pusiera su progenitor y con el que luchó en el registro civil hasta agotar a los funcionarios, al juez encargado del registro, a la Dirección general de los registros y el notariado y a todo el mundo que se cruzó en su camino. Al final se salió con la suya, alegando que él no tenía la culpa de la mala prensa, la leyenda negra de este nombre demoniaco, puesto que nada había en él, en su esencia y naturaleza, que fuera intrínsecamente malo y que si uno no podía poner a su retoño el nombre de un ángel, aunque luego cayera, lo que nos sucede a todos a lo largo de la vida, tampoco iba a consentir que otros niños llevaran nombres de santos, algo tan blasfemo o más como poner al niño el nombre de un ángel, puesto que los ángeles eran superiores a los santos, eran entidades más elevadas y espirituales y blá, blá y blá. Mareó a todo el mundo hasta salirse con la suya, y así a nuestro personaje y amigo se le endosó un nombre que con el tiempo resultaría casi profético puesto que su arte fue calificado por muchos como algo demoniaco. No voy a extenderme mucho sobre la reacción de su madre ante la excentricidad de su padre, porque eso nos llevaría casi las tres cuartas partes de esta historia, baste decir que la cosa no acabó en divorcio de milagro y que la mamá solo accedió y se contentó cuando el papá firmó un documento notarial comprometiéndose a ceder 999 veces de cada mil en las decisiones familiares. Preguntado años más tarde por la prensa rosa, la prensa amarilla, la verde y la esmeralda, sobre semejante desatino, se rió a carcajadas manifestando y preguntando si no se habían dado cuenta de que 999 bien podría ser 666 si se le daba la vuelta y se le ponía patas arriba. El número apocalíptico era el signo de los tiempos venideros y su hijo sería el anticristo que llamara al apocalipsis para terminar y exterminar a la especie humana, la única que merece semejante castigo de todo el universo, incluidas las galaxias más cercanas.  Visto lo visto y teniendo en cuenta la trayectoria de Luciferino debo decir que su progenitor no andaba muy descaminado, puesto que a lo largo de su joven trayectoria –acaba de cumplir los veinticinco años- no dejó títere con cabeza, nunca mejor dicho, y acabó colapsando la justicia de medio mundo, ante el cúmulo de procedimientos que contra él se dirigieron por parte de los ofendidos, especialmente políticos. Fue expulsado de todas las televisiones del mundo hasta que él mismo fundó la suya propia que hoy es la más vista del planeta y con la que gana tantos dividendos que le salen por las orejas. A pesar de su nombre, Luciferino es la persona más bonachona del planeta –cuando no está actuando- y lo prueba el hecho, por mí sabido y constatado, de que ha realizado cuantiosas donaciones para acabar con las lacras más terribles de la humanidad.

Pero se me ha ido la olla y he desvariado como títere sin cabeza. Debo confesar con toda humildad que en cuanto menciono a su padre se me sube la bilis a la boca; él y solo él es culpable de la mala trayectoria de su hijo, a quien puso semejante nombre sin su consentimiento y luego espoleó sin bondad ni ética para que terminara burlándose de todo el mundo, puesto que ya lo hacía de sus progenitores sin consecuencias, y le transformó en un consentido monstruito que no respetaba a nada ni a nadie. Algo de culpa también tengo yo que le facilitó sus primeros muñecos, a la tierna edad de cinco años. Y aquí me urge confesar un dato imprescindible para la comprensión de esta historia y del narrador. En efecto, yo soy su padrino, viejo amigo de su padre, al que odio con todas mis fuerzas, sin dejar de ser buenos amigos. Aunque, pensándolo bien, mejor que utilizara mis muñecos, magistralmente realizados y con caritas angelicales, que otros cualesquiera construidos por artesanos sin entrañas, sin amor al arte, mecanicistas sin el menor aliento de espiritualidad.


Pero debo disculparme una vez más y ésta sí, continuaré con la historia. Sus maestros, como decía huían de sacarle al encerado o de hacerle preguntas sobre la asignatura o cualquier otro tipo de preguntas. Al principio de cada curso el maestro de turno, delante de toda la clase, prohibía a Luciferino decir ni media palabra, bajo pena de santa excomunión. Al pasar la lista se saltaban su nombre y si faltaba algún día a clase, mejor para todos, incluso le premiaban con una piruleta cuando faltaba. Le aprobaban todas las asignaturas, por miedo a que tuviera que repetir curso con ellos y hacían como si fuera invisible, no le veían, no eran conscientes de su presencia, y hasta en alguna ocasión memorable pusieron a un alumno nuevo en el mismo pupitre que Luciferino, a tal punto llegaba su ansia loca de olvidarse de él. Si Luciferino se pasaba la mayor parte del tiempo en Babia, imaginando diálogos con sus muñecos, alguna que otra vez el aburrimiento y hastío de la vida le llevaba a dirigirse al profesor con voces disparatadas. Entonces se armaba el circo y el profesor de turno, aliviado, le castigaba al menos con la expulsión durante una semana, y si el director no ponía pegas, hasta con un mes.

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