jueves, 14 de septiembre de 2017

QUIJOTADAS QUIJOTESCAS III



                                  
  AFORISMOS.- La quijotada se presta a numerosos experimentos y el tema de la razón es ideal para ello.



QUIJOTADAS SOBRE LA RAZON


Adivina, adivinanza, ¿quién soy sino soy Sancho Panza?

-¿Qué es aquello que todos poseemos en cantidades ingentes y sin embargo no nos sirve absolutamente de nada?


No, no es el aire que respiramos; aunque haya cantidades ingentes de él sin embargo ya lo creo que nos sirve, nos es muy útil para echar un trago de vez en cuando y emborracharnos de vida. Dicen que algún día, tal vez pronto tengamos que comprarlo a precio de oro porque toda la atmósfera estará contaminada. ¡Pero qué nos importan nuestros nietos!, aun somos jóvenes.


No es la esperanza, quien más posee solo tiene unas gotas que administra con sumo cuidado y discreción. Aunque dicen que la esperanza es lo último que se pierde debemos tenerla muy bien guardada para no extraviarla por completo porque a lo largo de la vida apenas llegamos a tocar de vez en cuando sus magros cabellos.

-¿Qué es aquello que todos venderíamos y sin embargo nadie quiere comprar, ni siquiera los ricos a los que el dinero les sale por las orejas y podrían permitirse estos estúpidos caprichos?


No, no son nuestros cuerpos, aunque no lo parezca amamos a nuestros cuerpos, incluso si nos ha tocado la carrocería abollada de un viejo coche, reciclado del cementerio de automóviles. Además, si lo pensamos bien esto sería como un inmenso burdel. Todo el mundo dispuesto a vender y nadie a comprar, con excepción de cuatro ricachones pervertidos que solo comprarían los más jóvenes y bellos.

No es la luz. Dicen que nos ilumina durante la mitad de nuestras vidas, pero poco debe alumbrarnos para que nos demos semejantes batacazos contra todo. Además algunos solo pueden imaginársela, han nacido ciegos, pero deben pensar que los desgraciados somos nosotros, creemos verlo todo y sin embargo andamos a puñetazo limpio con lo que encontramos a nuestro paso. Ellos no ven nada y sin embargo se pasan la vida acariciando objetos y personas. Dan mucho amor y reciben infinitamente más del que nosotros soñaríamos recibir en mil vidas.

No, aunque lo parezca tampoco es la muerte. En nuestro mundo la muerte abunda tanto que está tirada por doquier; en cada esquina de nuestras vidas hay un muerto esperando la resurrección de la carne. Sin embargo nosotros aún estamos vivos, sonreímos a los muertos que aparecen en nuestros televisores y aunque sabemos que algún día el peso nos aplastará seguimos avanzando hacia el hermoso horizonte donde nos espera ese futuro que se truncará en algún lugar del camino porque nadie vive para siempre.

Ni siquiera son nuestras almas. El demonio las compraría absolutamente todas a un precio irrisorio, tal vez con solo ofrecernos unos años más de vida. Ellos no las comprarían y tampoco los demonios humanos que andan sueltos por ahí sienten gran interés por ellas. A esos demonios sólo les interesa destruir cuerpos porque pueden ver la sangre manando de las vísceras abiertas. ¿Qué sacarían con acuchillar almas?

¿Adivinas qué es? No, esta vez no te lo voy a decir hasta que me des la razón.




Sí, lo has adivinado. Porque a todos nos sobra -siempre creemos tener razón en todo- y nadie nos la quiere comprar porque sería estúpido adquirir algo que rebosa las ventanas de nuestras moradas. En eso todos somos ricos, podemos ir por la vida con la cartera bien repleta y cuando es necesario la sacamos de nuestros bolsillos y la exhibimos ante las narices de nuestros prójimos. ¡Aquí tienes diez mil billetes de mil razones, estúpido!

Os voy a contar un cuento para niños.

Dicen que con razones se compran opciones para vivir en libertad. Crédulo como siempre fui ya desde niño me llenaba los bolsillitos de mis pantaloncitos cortos de cuanta razón encontrara en mi camino. Sin embargo con ellas no conseguí ni abrir una sola puerta, puede que tuviera mala suerte o puede que me tocaran los únicos goznes y cerraduras oxidados por el tiempo, no lo sé, el caso es que ni una sola de mis razones abrió nunca una puerta.


Con el paso del tiempo acabé acorralado en un callejón sin salida, allí me mantearon como al buen Sancho Panza y me dieron tal tunda, tal cantidad de puñadas que no pararon hasta hacerme sangrar el alma a borbotones. Desde entonces procuro llevar mis bolsillos llenos de divisas y no de razones. Con las divisas compro cuanta razón necesito o el perdón o lo que sea.


Sin embargo no he podido olvidar del todo mi infancia con los bolsillitos cargados de razones. Cuando me encuentro en la calle con un candoroso niño, acuclillado recogiendo razones del suelo, acaricio su linda cabecita y le doy unas monedas a cambio de la vieja y maloliente razón que él acaba de coger del suelo. Al alejarme unos pasos, cuando estoy seguro de que él ya no me ve la tiro en el primero cubo de basura que encuentro.


No puedo evitar caer en la tentación de poner a los niños en el buen camino de la vida, tal como hicieron conmigo, pero les aseguro que yo soy mucho más comprensivo y cariñoso que quienes me encauzaron a mí en el buen camino, ellos no tuvieron empacho en hacerlo a patadas en vez de con caricias.

Algún día les contaré cómo fue la infancia de La Razón, entonces podrán comprender muchas cosas que ahora se les escapan. Creo que lo haré pronto, en cuanto pueda apartar la basura de razones que me ocultan el camino.











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