domingo, 13 de marzo de 2022

EL VERDUGO DEL KARMA XI

 

RELATOS ESOTÉRICOS XI

7032022

JUICIOS KÁRMICOS CONTINUACIÓN

No anduvo mucho, en realidad se quedó a unos pasos de la puerta. La impresión que debió de recibir le dejó paralizado. A todos nos pasa la primera vez que entramos en la sala especial, la dedicada a los juicios contra los genocidas, cuya deuda kármica es tan vasta y laberíntica e involucra a tantas almas que no son precisamente juicios sencillos. No ocurre como en las apelaciones en los juicios kármicos individuales, donde un individuo no está conforme con la sentencia dictada contra actos realizados en su vida terrena o quiere discutir la acusación particular de alguna víctima a la que aún le parece poco su condena kármica y quiere otra condena mayor, mucho mayor. Son juicios bastante sencillos. Una vez que ambos han pasado por la recapitulación de sus vidas -con ayuda del casco virtual o kármico o akásico, que de todas estas formas se llama y cada verdugo le da su propio nombre, acorde con su personalidad y sentido del humor- muestran su disconformidad, el verdugo por su excesiva condena kármica y la víctima por lo corta que se ha quedado. Como estas posturas suelen ser irreductibles, no queda otra que celebrar un juicio rápido ante un tribunal unipersonal que rara vez preside un alto cargo, como un Anciano de los Días, por ejemplo. Suelen delegar en autoridades más bajas, más burocráticas, y solo en caso de apelación por quebrantamiento de alguna ley o reglamento kármico, interviene un Anciano de los Días, que en un juicio muy rápido y contundente suele dictar una sentencia mucho más onerosa para ambos de las que se han dictado con anterioridad. El fallo suele contener la famosa frase: si la recapitulación de sus vidas pasadas no les parece suficiente para aceptar con ecuanimidad la carga kármica correspondiente, es claro que su evolución espiritual aún deja mucho que desear, por lo que algunas vidas dramáticas, en consonancia con su karma, les vendrán muy bien para espabilar de una vez.

En cambio los juicios kármicos por genocidio suelen ser tan largos y complejos y hay involucrado tanto sufrimiento que siempre los preside un tribunal formado por los tres Ancianos de los Días que están de turno en ese momento. Es el primero de los juicios y si existiera apelación, ésta sería ante el Padre Universal quien deberá juzgar si la actitud del genocida es tan recalcitrante que procede una sentencia de aniquilación de su personalidad o consciencia o existen pruebas favorables, tan contundentes, que resulta insólito que entidades tan evolucionadas y con una jerarquía tan elevada puedan cometer semejante error. Como ustedes comprenderán, con los medios que existen en estos tribunales, no hay manera de que alguna prueba, a favor o en contra, se pueda traspapelar o resultar tan confusa que pueda inducir a confusión a un tribunal de Ancianos de los Días. Bien pudiera ocurrir- aunque es harto improbable y hasta imposible- que un Anciano estuviera ese día algo dormido y poco atento, pero tres a la vez, eso es imposible, como ya he dicho antes.

Los juicios kármicos por genocidio son más frecuentes de lo que deberían ser en planetas relativamente evolucionados. El caso del planeta Tierra es muy especial. Hay tantos juicios kármicos por genocidio que uno se pregunta si los genocidas del universo han sido trasplantados todos ahí, mi planeta de nacimiento, para mi desgracia,  y por eso la proporción es tan desproporcionada –permítaseme la redundancia- que puede llegar a cien juicios terrestres por uno del resto del universo. Lo que sin duda es muy, pero que muy desproporcionado. Esta estadística, así como otras, son muy conocidas en los archivos akásicos y en el resto de estamentos jerarquizados del más allá o mundos paralelos como algunos lo llaman, que viene a ser un intento de sinónimo menos feroz, pero bastante ridículo puesto que la realidad es la misma en todas partes, solo que la invisible resulta más desconocida en el más acá que en el más allá, porque los habitantes del más acá acostumbran a ser unos incrédulos de tomo y lomo. Permítaseme una pequeña anécdota. En los primeros tiempos de mi función como verdugo del karma, yo acostumbraba a presentar mi currículum, un día sí y otro también, solicitando algún puesto superior, menos simple y más agradable  que esta mierda de profesión de verdugo del karma. Lo hacía ante el burócrata de turno, que se reía en mis barbas cuando leía mi disculpa de que no tenía la culpa –perdón por el pareado- de haber nacido en un planeta tan delincuente y genocida. Así no había manera de conseguir los méritos apropiados para otros puestos más elevados y agradables. Tantas fueron las risas que suprimí la frasecita, primero, y luego el currículum. Dejé de esperar que la suerte me fuera favorable y hasta descubrí que ser verdugo del karma tiene su aquel, como el de bufón de una corte real, que se puede reír de todo el mundo, sin que le corten la cabeza, porque para eso es el bufón.

Regresando a mi somera descripción del juicio kármico por genocidio, debo decir que aquilatar el karma por genocidio solo está al alcance de un Anciano de los Días, mejor si son tres. Porque aquí no se trata del sufrimiento causado a una víctima en particular por un desgraciado sin sensibilidad ni conciencia, esto es mucho más serio. El sufrimiento causado a miles y miles y hasta millones de almas por un genocida sin entrañas no es moco de pavo. Los Ancianos de los Días son muy duros con esta clase de sufrimiento. Tanto que a pesar de mi fama de bufón dicharachero que utiliza las peculiaridades de su planeta de origen para hacer chistes y chascarrillos a cuanto burócrata ocioso me encuentro por estos pasillos, lo cierto es que nunca se me ocurrió contar ningún chiste a los Ancianos de los Dias, a pesar de que suelen tener un gran sentido del humor, cuando no están de servicio. Y mucho menos sobre genocidas terrestres. Eso me hubiera proporcionado una orden de aniquilación que hubiera tenido que apelar, sí o sí. Y a pesar de la fama de bondadoso que tiene el Padre Universal, prefiero no saber si eso me habría librado de la aniquilación total.

Ni siquiera sería un juicio fácil si consistiera únicamente en medir el karma del genocida. No habría si no que sumar el sufrimiento causado. Tantas víctimas, a tanto sufrimiento cada una, dan un total de… Solo habría que pesar en la balanza el sufrimiento de cada víctima y restar la consciencia del acto del genocida sus atenuantes. Lo complicado viene cuando está claro que un genocida no puede matar o hacer sufrir a tantas víctimas él solito. No existe avión que pueda portar tantas bombas como para que pilotado por un solo genocida alcance a producir millones y millones de víctimas. Es cierto que en la época nuclear del planeta Tierra con una sola bomba atómica se generaba un número incalculable de muertos, pero ni aún así un genocida puede matar solo a tantas almas. Aparte de que no se sabe de genocidas que supieran pilotar aviones. Con esto quiero decir que todo genocida, por muy genocida que sea y se precie, necesita de la colaboración, la complicidad, la omisión de ayuda por parte de otros, de muchos, de millones diría yo. Y es aquí donde el tribunal debe aquilatar mucho. El karma del genocida suele estar bastante claro, tan solo hay que analizar lo consciente que fue durante todo el proceso de genocidio, las agravantes y atenuantes, la herencia genética, hasta dónde llegó una demencia genética o aguijoneada por los pelotas y asesores de turno y si existe algún atenuante para su falta de empatía.

Lo laberíntico de estos juicios son la cantidad ingente de testigos –todas las víctimas- como de coadyuvantes, cómplices, colaboradores necesarios, asesores sin conciencia, pelotas asquerosos, o simplemente pecadores por omisión, los que podían haber hecho algo y no hicieron nada. Adjudicar a cada cual su correspondiente karma resulta muy lioso. Porque aunque no se le quite ni un ápice de karma al genocida, no es lo mismo ser un colaborador necesario, pongamos por caso, o un asesor malintencionado, que un pelota ridículo y estrafalario o que un pobrecito cobardica a quien el miedo impidió levantar siquiera el dedo para protestar. Para soportar estos juicios hay que tener mucho estómago para no echar la bilis a cada instante. Razón por la cual estamos solos en las tribunas para espectadores.

El iniciado no ha tenido problema para elegir el asiento que más le gustaba. En lo más alto, justo el asiento de la derecha del pasillo central. No se engañen, no ha estado todo el tiempo impactado, sin mover una ceja, mientras yo les endilgaba este largo discurso. Les recuerdo que aquí el tiempo no existe, por lo que lo que para él ha sido un instante en su consciencia, para ustedes ha sido un largo periodo de tiempo, aburrido, que sin duda les habrá hecho bostezar. Porque no existe el tiempo es también la razón por la que estamos a punto de presenciar en directo, en el momento actual, un juicio que para el iniciado ocurrió justo después de la muerte del genocida, hace ya muchas décadas de su tiempo actual en el mundo físico de donde procede. Todos los espectadores que acudirán, si es que acuden, lo harán en su momento presente en el mundo de la vigilia, y para todos ellos será como si contemplaran el juicio en directo, no en grabación. Como ya habrá tiempo para descripciones, me limitaré a darles una somera imagen de esta gigantesca y solemnísima sala de juicios. Una especie de hemiciclo con asientos, un pasillo central, una zona para acusados y testigos, y una tarima muy alta donde están los jueces, los Ancianos de los Días, que debido a su altísima presencia no necesitan una tarima elevada para destacar por encima de todos los asistentes para quienes su elevadísima consciencia y jerarquía les hace parecer gigantes o titanes con los pies en un extremo del universo y la cabeza en el otro. Hay una cúpula elevadísima, acristalada, que deja pasar una luz tan hermosa y pura que no puede ser otra que la del amor, aunque es cierto que no todos la ven igual, algún que otro genocida, la mayoría ni ven la luz del amor ni ven tan altos a los jueces, ni ven nada que no sea lo que quieren ver.

Me siento al lado del Iniciado y éste me habla como si el tiempo transcurrido entre su entrada a la sala y mi aposentamiento a su lado fuera un tiempo corriente, unos segundos. Ustedes saben que no, que me ha llevado un largo tiempo este discursito introductorio.

-¿Por qué estamos solos?

-Hay que tener mucho estómago para soportar estos juicios. Las declaraciones de los genocidas y sus adláteres harán vomitar al más templado. Y en cuanto a los testigos, la exposición “in persona” de sus sufrimientos hundirían en el abismo de la desesperación al más inquebrantable. Será un juicio muy largo y muy duro. Si quieres podemos levantarnos y salir. No es obligatorio permanecer aquí todo el tiempo. Estamos en una visita guiada, turística. Si en algún momento te supera solo tienes que decírmelo y nos vamos.

-Entiendo lo que quieres decirme, pero quiero permanecer aquí todo el tiempo y ver con mis propios ojos las disculpas que va utilizar el genocida en su defensa. Hitler es el prototipo de los genocidas, pero hay otros, algunos tan demoniacos como él o más. ¿Podría ver también esos juicios?

-Podrías. Solo sería preciso salir otra vez por la puerta y volver a entrar pensando en el genocida de turno. Pero no te lo aconsejo. Si eres capaz de soportar este juicio sin salir corriendo confesaré humildemente que te juzgué mal.

-Lo aguantaré. Te apuesto lo que quieras.

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