sábado, 2 de abril de 2022

EL VERDUGO DEL KARMA XII

 






No se me ocurrió ninguna apuesta interesante para mí, porque era seguro que la iba a ganar de todas-todas. El iniciado guardó silencio porque algo ocurría en la sala que llamó su atención. En efecto, el juicio iba a empezar. No se puede decir que se hizo un silencio ominoso, porque el silencio era casi absoluto desde que entramos. Nadie había hablado entre los testigos -que eran muchos- sentados religiosamente en sus asientos y no había nadie más en la sala, de momento. Tampoco había más espectadores que nosotros dos. No se puede decir que fuera algo curioso, porque el tiempo es aún más prolongado que el espacio, y además, por experiencia, me consta que no hay mucho interés en los juicios a los genocidas, salvo los que han sufrido en sus carnes ese ansia sádica que tienen aquellos de acabar con todo el mundo y de la forma más dolorosa posible, y éstos o sus familiares son testigos por imperativo legal.

Como por ensalmo aparecieron los tres jueces de turno del tribunal del karma en sus sillas sobre la tarima, tras la mesa del tribunal que no tiene otro sentido que hacer que el decorado no desentone de lo que todos esperan en un tribunal, porque es lo que han visto estando vivos, o mejor dicho, reencarnados. Como en un acto reflejo todos los testigos se pusieron en pie y bajaron la cabeza. Es imposible que los dioses del karma pasen desapercibidos allí donde estén y aunque no sean visibles para los sentidos humanos o astrales o dicho de otra manera, los que poseemos quienes estamos en esta dimensión paralela. El iniciado debió de atisbar su presencia, aún sin verles, lo que indica bien a las claras el impacto que aquellos habían tenido sobre su consciencia desde que les conoció en presencia, porque supongo que alguna idea teórica o imaginativa se había formado en su realidad carnal. A mí ya no me afectan tanto, debo haber formado callo de tanto verles y temerles. Sería tonto por mi parte describirles o darles nombre porque solo quien les ha visto en persona, personalmente, se puede hacer una idea de su naturaleza. Decir que parecen venerables ancianos con luengas barbas y túnicas blanquísimas, que parece desprenderse de ellos un poder que aterroriza tus entrañas y que su majestad nada tiene que ver con la de los reyes, emperadores y demás jerifaltes que en el mundo han sido, no es una descripción que se acerque mucho a lo que los reencarnados llaman “realidad”. Baste pues con las frases anteriores para pasar a la narración de los hechos.

En el tribunal del karma no hay secretarios, ni fiscales, ni abogados defensores ni cualquier otra figura que conocen los reencarnados por haber asistido a sus tribunales de justicia o por haber oído hablar de ellos. No es preciso un secretario porque en la gran pantalla de video kármico aparecerán todos los hechos que sean necesarios, sin necesidad de ser narrados por un falible secretario de tribunal. No hay fiscales porque los hechos en sí son tan demoledores que no se necesita una acusación, los hechos acusan con total contundencia y en forma exacta. Tampoco se requieren abogados defensores porque la única defensa posible es la admisión de la culpa o la apelación a un tribunal superior que solo puede ser el Padre Universal, quien da otra oportunidad o aniquila la existencia. Lo mismo que ocurre con los cascos virtuales kármicos que utilizamos los verdugos del karma, los hechos que se presentan lo tienen todo, desde la realidad física percibida por los sentidos de los reencarnados, hasta los pensamientos, emociones y consecuencias kármicas de cada acto. No queda si no asumir las consecuencias de nuestros actos y quien se niegue a ello sufrirá el castigo correspondiente dictado en la sentencia del tribunal.

El tribunal no tuvo que hacer indicación alguna al ujier, agente judicial o fuerzas de seguridad adscritas a los tribunales. Aquí no es necesario presencias interpuestas, cada acusado, testigo o lo que sea recibe con contundencia mental la orden del tribunal y si se resiste… Mejor no decir nada sobre los que se resisten…Bueno, en este caso sí hay que decir algo. Porque el acusado, el conocido en su tiempo como Heil Hitler, asomó su conocido cuerpo físico por una esquina, vestido con uniforme militar, como no podía ser menos, y con su famoso mostacho. A los acusados, testigos y por supuesto espectadores, se les permite escoger la apariencia del cuerpo físico que han usado en cualquiera de sus reencarnaciones, como si fuera una carcasa. Aquí cada uno elige su apariencia, sea la que fuere, y si alguno tiene poder suficiente, hasta puede configurar un cuerpo a su medida, aunque no lo haya habitado nunca. Pero para eso se requiere tal poder que nadie lo consigue. Los dioses del karma podrían hacerlo pero a ellos les tiene sin cuidado su apariencia, aparecerían ante nuestros ojos como payasos de circo si así lo eligieran pero nosotros no seríamos capaces de verles como tales payasos porque su naturaleza divina y poderosa nos haría verles como tales dioses del karma, ancianos venerables y majestuosos.

Como decía, debo narrar un incidente gracioso que ocurrió tan pronto como el genocida apareció por una esquina. Y fue que debió de resistirse a personarse ante el tribunal porque sin que se escuchara voz alguna o los jueces del karma demudaran la expresión de sus rostros, y mucho menos llamaran a nadie en su ayuda, nuestro personaje salió despedido como si le hubieran dado un puñetazo cósmico y volando por el aire cayó de culo a los pies del tribunal. Muy erguido y orgulloso se puso en pie, pasó las manos por los pantalones, para quitar supuestas arrugas y se atusó el bigote. Se plantó rígido como una tabla, mirando al tribunal y para sorpresa de todos los presentes hizo el saludo hitleriano y nazi con el brazo derecho estirado. No se oyó un oh clamoroso porque aquí los sonidos son más bien mentales, pero todos lo percibimos como tal sonido clamoroso. Un tribunal de reencarnados hubiera llamado al orden y ordenado a las fuerzas policiales que lo pusieran, no digo firme, porque ya lo estaba, pero en su sitio. Aquí sencillamente salió levitando, firme como estaba y con el brazo en alto, hacia el sillón del acusado, donde permaneció un segundo de pie, luego sus rodillas se doblaron y quedó sentado, eso sí muy rígido. Como no me he cansado de repetir, aquí no existe el tiempo, pero de haber existido nos habríamos aburrido de verle levitar, como a cámara lenta. Simplemente lo percibimos y a todos nos pareció muy gracioso, como en una de esas películas del cine mudo de los reencarnados.

El orgulloso genocida intentó volver a ponerse en pie, firme, con el brazo en alto, pero cada vez que lo hacía se veía sentado en su silla, como si algún poderoso robot estuviera dispuesto a descoyuntarlo una y otra vez, hasta que asumiera que el tribunal kármico merecía un respeto. En el tiempo de los reencarnados o en sus películas mudas esto hubiera durado un tiempo inaceptable, aquí todos lo percibimos como si ese tiempo hubiera transcurrido sin hacerlo. La escena era tan divertida que todos los testigos soltaron una estentórea carcajada, mental, por supuesto, porque aquí los sonidos no son lo mismo que en la realidad de los reencarnados. Hasta noté que el iniciado se doblaba de la risa y que a mí se me saltaba la carcajada a pesar de haber visto ya este juicio unas cuantas veces. Los dioses del karma ni se inmutaron o si se estaban riendo de lo lindo, era por dentro, y no se les notaba.

Al final se dio por vencido y quedó sentado, tan rígido, que parecía de palo. Entonces se escuchó una gran voz, formada por los tres dioses del karma, que sonó en nuestras mentes como si se hubiera producido en un espacio físico.

-¿Cómo se declara el acusado?

-Inocente.

Su voz sonó como sonaba en las películas grabadas de sus discursos, ni más ni menos. El tiempo no parecía haber pasado por él. Para hacerlo se puso en pie, firme, e intentó colocar el brazo rígido en saludo nazi. El resultado fue que al parecer se le permitió permanecer firme pero cada vez que el brazo se estiraba, una poderosa mano invisible se lo bajaba. Al final renunció también al saludo nazi y permaneció firme esperando lo que dijera el tribunal.

-Puesto que no se arrepiente de sus actos, puesto que los niega, puesto que ni el sufrimiento de la muerte ni su estancia en esta dimensión, donde tantos abjuran de su pasado y aceptan el karma necesario para purificar sus personalidades han conseguido doblegar su naturaleza megalómana, sádica y brutal, vamos a proceder a documentar el genocidio que llevó a cabo. De ser necesario documentaremos todos y cada uno de los actos de su vida, de sus pensamientos, de sus emociones, pondremos al descubierto toda su intimidad, hasta vaciar el retrete de su alma. Prosigamos.

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