sábado, 2 de marzo de 2024

EL HOMBRE-SUEÑO II


CAPÍTULO II



Mis padres vivían en un tiempo olvidado y yo trataba de olvidar un tiempo vivido.

Alguien –tuvo que serlo- gestionó la herencia de mis padres, el piso y unos ahorrillos sin importancia. Me acompañó a donde tuviera que ir -–no sé a donde- y guió mi mano para que echara unas firmitas –la esencia de la individualidad en nuestra burocratizada sociedad- . Seguro que hizo más que guiar mi mano porque sumergido en la ensoñación no es fácil mover la mano, ni siquiera coger un bolígrafo entre los dedos.

Alguien –puede que fuera el mismo- gestionó mi licencia por enfermedad en el trabajo y debió preocuparse de que comiera algo, de otra forma hubiera terminado por ensoñar sin cuerpo, algo que por otro lado sin duda sería mucho más fácil y divertido.

No recuerdo mucho de aquel tiempo, puede que exagere si digo que no recuerdo nada, pero lo cierto es que entre lo poco que recuerdo y nada no debe ni siquiera haber la distancia de una pulgada- de lo que sí estoy seguro –por las consecuencias posteriores- es de que debí aprender a ensoñar hasta adquirir una pericia digna de un gran profesional.

Creo que un día desperté un momento y miré a mi alrededor con ojos asombrados. Todo en el piso parecía ordenado y tan limpio que ni siquiera una ensoñación mágica podría haberlo logrado. Estaba solo, acostado sobre una cama bien hecha, aunque alguien había quitado la colcha para que no la manchara, el resto era sin duda una obra de arte que solo una mujer hacendosa puede lograr y tan solo después de mucha práctica.

Me toqué el cuerpo para cerciorarme de que no era un sueño, y advertí que estaba en pijama, un pijama nuevecito y a medida. Puse los pies en la alfombra y me calcé unas babuchas. Recorrí la casa como si fuera la primera vez que la veía desde la muerte de mis padres. Me gustó lo que mis ojos miraron y mis manos palparon. No era muy grande pero sí lo bastante para que un ser humano se sintiera solo, incluso alguien como yo.

Alguien me visitó a la mañana siguiente. Ni siquiera me dí cuenta al despertar de que era de noche. Debí quedarme dormido otra vez o tal vez ensoñando. Dijo ser una tía lejana que había estado cuidándome durante todo aquel tiempo –no quise preguntar cuánto- pero debía volver con su familia a una ciudad lejana –no recuerdo su nombre. Me dio un beso en la mejilla y me dijo que ahora ya estaba bien –nunca me sentí mal- pero no obstante una enfermera me echaría un vistazo de vez en cuando y una mujer vendría a limpiar la casa cada quince días. No tenía que olvidarme de firmar uno de los cheques del talonario que estaba sobre mi mesita ya relleno. Solo era preciso firmar y poner la fecha. Le daría uno de aquellos papeles una vez al mes a cada una de ellas. Solo una vez al mes, que no me engañaran. Se despidió y cerró la puerta tras de si. Nunca volví a verla.

Tardé unos días en recordar lo esencial. Creo que comí algo un par de veces. Mi tía me había dejado una larga carta en un sobre abierto, también sobre la mesita. La leí y pude hacerme una vaga idea de lo ocurrido y de lo que tenía que hacer –lo más urgente-. Mi baja por enfermedad terminaría dentro de siete días. La fecha estaba subrayada con bolígrafo rojo. Si no me sentía aún con fuerzas debería gestionar otra baja. Si quería volver al trabajo allí tenía la dirección exacta por si no me acordaba. Me tendría que poner la mejor ropa, ya apartada en el armario, y a las ocho en punto de la mañana entraría por la puerta de la oficina y hablaría con mi jefe, el señor…





EL GNOMITO CABRÓN

Sí, ese soy yo. ¿Qué quién soy? Satisfaremos su curiosidad, querido amigo. Soy un diminuto humúnculo, un gnomito, si ustedes lo prefieren, encerrado en el interior del cráneo de este ceporro. Podríamos decir que soy su “alter ego”. Pero si ustedes no saben latín me pueden llamar Subconsciente. Sí, efectivamente, ese soy yo. Pero no vayan a creer que el famoso subconsciente es un cuarto trastero donde todos guardan lo que no quieren ver. Es mucho más que eso. Se trata de un gigantesco ordenador creado por el cerebro, la mente o el consciente como ustedes quieran denominarlo para que la información subversiva no salga a la luz y se arme la de Dios es Cristo.

Claro que lo que ustedes no saben es que yo estoy a cargo de todo, yo el Gnomito cabrón. Que porqué este adjetivo tan excentríco y grosero. Pues porque así es como ustedes, vosotros, pensais de mi. Soy el cabroncete que os hago la Pascua cuando menos lo esperais. Os digo las verdades del barquero, os pongo ese video que os deja en un espantoso ridículo… Soy el Freddy de vuestras pesadillas. Creo que son motivos suficientes para que quede completamente explicado el calificativo.

Estoy aquí encerrado entre cuatro paredes de hueso, pasando el rato como puedo. A veces me asomo a las dos ventanitas de mi escueto cuarto y me entero de qué va la fiesta. Si no me agrada toco una campanita que os pone muy nerviosos y empezais a dar vueltas como peonzas para olvidarme

He salido un momento de mi retiro monacal para poner los puntos sobre las «ies». Mi alter ego se ha puesto muy dramático casi trágico y eso no me gusta. La vida es una fiesta queridos amigos y no voy a permitir que este ceporro la estropee.

Lo que ha dicho de la muerte de sus padres es cierto. Yo estaba allí, asomándome a la ventana cuanto recibió la llamada de un guardia civil de tráfico. De la cartera de su progenitor, lo único un tanto entero que quedó del amasijo formado por sus progenitores y el vehículo que les llevaba de vacaciones a la costa, consiguió su teléfono y dirección. El trío quedó echo fosfatina, el progenitor, la progenitora y el bonito ejemplar de carro con ruedas. De la sangrante cartera sacaron su dirección y teléfono y muy amables le llamaron para darle la noticia. Lo que no le dijeron, porque no lo sabían, era que su progenitor andaba elucubrando una salida airosa para la quiebra de su empresa. No, no fue un fraude para quedarse con el efectivo en perjuicio de tontos acreedores. El progenitor de mi alter ego era un ludópata aunque nunca se atreviera a confesarlo ni a su familia ni siquiera a sí mismo. Jugaba a la bolsa como otros juegan a la ruleta o al pocker. Antes o después tenía que suceder y sucedió. Se quedó en bragas, al menos pudo salvar el piso y unos ahorrillos. El accidente pudo ser perfectamente un suicidio. Tengo serias sospechas de que así fue puesto que la ultima vez que vi a su Gnomito cabrón se despidió muy lacrimoso de mí, estaba convencido de que no nos volveríamos a ver.

La noticia le produjo un shock –bonita palabra para definir una nueva situación en la que el Gnomito cabrón tira de las riendas- pero fue más bien su debilidad congénita la que le sumió en un letargo cercano a la locura. Mientras él era ingresado y sedado como un oso en hibernación yo seguía los acontecimientos con preocupación. Si mi alter ego se va yo me voy con él. Puede que me reencarne en otro ceporro de alter ego pero es tan solo una sospecha, ningún Gnomito cabrón recuerda sus vidas pasadas.

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