miércoles, 8 de mayo de 2024

EL HOMBRE-SUEÑO III

                                                             CAPÌTULO III

 


                               

 

No me importa que me apoden “hombre sueño” a mis espaldas. De hecho ni siquiera me apercibo cuando lo hacen en mi cara -al menos eso creen ellos- y en los últimos años he llegado a ser un especimen digno de estudio, una atracción de la ciudad donde habitan mis huesos -que no mi mente- al mismo nivel, poco más o menos, que la catedral o las procesiones de Semana Santa, pongamos por caso.


A ustedes-vosotros, los residentes en el mundo de la realidad cotidiana, les interesa saber por encima de todo dónde asienta sus pies cada pedazo de carne humana con el que se las tienen que haber. De otra manera estarian más perdidos que una mente del mundo invisible incapaz de recordar su presunto pasado. Por ello les voy a situar encima del pedazo de suelo que hollan mis pies cuando no pasan a la postura horizontal por la fuerza o la plena y soberana voluntad de su dueño.


Me encuentro,como ya habran adivinado ustedes, en uno de esos edificios tan parecidos en su estructura a un hospital como una gota de agua a otra, si bien existe una clara diferencia entre ambos. Del lugar donde me encuentro no conozco a nadie que haya salido curado, también es verdad que no son muchos los que atraviesan su puerta trasera con los pies por delante y de ellos la mayoría a causa de la única enfermedad consustancial al ser humano, la muerte.


Sí, sí, ya lo sé, me enrollo como las persianas, diran ustedes utilizando un precioso vulgarismo.En efecto, simplemente quería comentarles que me encuentro en un manicomio, loquerío o centro psiquiatrico como quieran denominarlo y soy uno de sus huespedes más conscpicuos: el hombre sueño. Que por qué me llamo así. Sí, amigos, esa es la historia que quiero contarles.


Novoy a remontarme a la infancia, no le interesa a nadie exceptuando a mi doctorcito que no hace mas que preguntarme por mis padres, muertos siendo yo poco más que un bebé, a quienes no recuerdo mejor que la ropita o los juguetes que seguramente tuve a tan corta edad. El hecho escueto  es que yo siempre fui soñador, fantasioso, imaginativo, disconforme con la realidad que me tocó vivir desde que tuve uso de razón -expresión que implica reconocer a los bebés la razón aunque no la usen o más bien no les dejen usarla-. Pero esta capacidad para la imagenieria y el sueño se acentuó hasta llegar a límites patológicos -estas son palabras de mi doctorcito, no mias -cuando tuve la buena fortuna de encontrar acomodo entre la gran caterva de sirvientes del Estado -ente monstruoso de infinitos apéndices desconectados de la cabeza rectora, razón por la cual los funcionarios se esconden en las zonas pantanosas donde el papel timbrado y sellado les sirve de acomodo como a las ratas la suciedad de las alcantarillas-.


Todo el que haya vivido-esa no es la palabra, me disculparán que no busque otra- sentado en una silla cualquiera frente a una mesa o algo parecido de cualquier oficina del pais o el extranjero como decian mis abuelos comprenderá que el paso al que mi naturaleza me conducía era facil de dar en semejante entorno.

 


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