viernes, 12 de febrero de 2016

UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO VI


EL INFIERNO DE LOS VIOLENTOS




Por supuesto que mi afirmación al rematar el capítulo anterior era una broma. Yo no soy Bugs Bunny, el conejo de la suerte… Si así fuera ahora no estaría en el Infierno, sino en el Paraíso, algo que no desespero de alcanzar algún día de estos. Estoy seguro de que se han sentido un tanto desconcertados por este toque de humor, porque en el Infierno rechina un poco o más bien diría que es inaceptable. ¿Humor en el Infierno? Entonces sería de pega. Y si hubiera amor todos querríamos escaldarnos en él, en vez de aburrirnos en el Cielo.

Tienen ustedes toda la razón del mundo. Aquí hay de todo, como en botica, menos humor. De amor no hablo porque se reirían y ya estaríamos de nuevo a vueltas con el humor. Ni siquiera en el Infierno de los humoristas existe ni un ápice de humor. No, no escucharán una sola risa. ¿En qué consiste su tormento? Lo sabrán a su debido tiempo.

Si estamos en el Infierno lo lógico es que todo el mundo sufra, aquí nadie se libra de su tormento. Si alguien quiere felicidad que se vaya al Nirvana; si quieren amor al Cielo; si quieren humor al club de la comedia. Sí, porque aunque el humor debería ser una cualidad divina y empapar el Cielo de arriba abajo, yo no lo tengo tan claro. ¡Qué quieren que les diga!



Si esto fuera una película de dibujos animados, yo podría ser Bugs Bunny, el conejo de la suerte o de la mala suerte, puesto que estoy danzando por el Infierno, de un tormento a otro. Y ustedes podrían ver lo que voy a mostrarles ahora con una sonrisa en la boca, sin inmutarse. Al fin y al cabo los cuerpos de los dibujos carecen de solidez, de sensibilidad, y se pueden trocear sin otra consecuencia que la risa del espectador sádico. La piel de los dibujos es solo pintura, que se puede quemar con toda tranquilidad, con gasolina y un mechero, pongamos por caso, o rasgar con una sierra mecánica y aquí no pasa nada. Sin embargo debo decirles que esto no es una película de dibujos animados. Esto no es la vida en dibujos o caricaturas. Esto es el Infierno, con todas las consecuencias, y por lo tanto sobran las bromitas y las sonrisitas. 

Lo que les voy a mostrar es la sección más terrible del Infierno. Por eso hoy estoy tan serio. Nada de bromas. Les voy a mostrar…¡Y dale! En realidad tan solo se lo voy a describir con mi bolígrafo Bic, con el que estoy escribiendo en un taco de pos-it, lo único que pude salvar de la aduana, lo que está sucediendo en la caldera de los condenados violentos. El estúpido demonio aduanero me requisó la cámara de vídeo, el móvil… Vamos, vamos, como que me dejó en pelota picada. Algo que no les he dicho hasta este momento, por vergüenza. Si bien es cierto que aquí todos, demonios y condenados, andan en bolas, como si tal cosa, a mí me sigue dando vergüenza. ¡Que le voy a hacer! El bolígrafo, el taco de pos-it y algunas cosillas más, que logré escamotear del avieso demonio aduanero, lo llevo en una mariconera que me cuelga del cuello, llegando hasta la barriga, por lo que no consigo ocultar mis partes pudendas. Parezco un cangurito gentil. Lo de mariconera no lo digo porque sea homófobo, que no lo soy, sino porque aquí es como lo llaman tanto demonios como condenados. Aunque no se lo crean también en el Infierno hay mucho machismo, sentimientos homófobos, maltrato, desigualdad de género y demás. Se lucha por evolucionar, si bien aquí lo que cuenta es que cada condenado sufra su tormento y cada demonio cumpla con su deber. No siempre es así. Como en toda burocracia, hay muchos fallos, las cosas se enredan y no hay Dios que las desenrede. Podría hablarles de ello y del transporte o de la comida, o de la vestimenta de gala (el traje de Eva es el de labor) o de las modas que imperan también por aquí. Podría hablarles de casi cualquier tema, con tal de librarme de describirles lo que están viendo mis ojos.

Para mí sería mucho más cómodo grabar en vídeo estas escenas y enchufarlas a las pantallas de sus televisores. Ustedes opinarían lo que quisieran, yo me iría mientras tanto a echar un pitillo a la calle (lo del tabaco en el Infierno es otro tema) y aquí paz y después gloria (es un decir porque de aquí el único que ha salido para el Cielo es el demonio arrepentido, Sloctik, del que les contaré sus aventuras en otro momento). Por desgracia tendrán que conformarse con mi cálido (aquí hay un calor que hasta calienta las palabras) verbo. Dicen que una imagen vale más de mil palabras, pues bien trataré de que sean dos mil por cada imagen. 



La caldera de los violentos es la más grande del Infierno, con mucha diferencia. No porque los violentos necesiten más espacio que nadie, que lo necesitan, como les voy a explicar, sino sobre todo porque son muchos, muchísimos. Si el clásico dijo aquello de “infinitus es númerus stultorum”, es decir, el número de los idiotas es infinito, el de los violentos no se queda atrás, sino que se adelanta corriendo. Si no me creen extiendan su mano derecha y vayan contando con los dedos.
Los lujuriosos son cuatro gatos-dedos: Don Juan Tenorio, Casanova, Mesalina y el fundador del Playboy. ¿Han visto? Lews ha sobrado un dedo de la mano derecha. Si hicieran lo mismo en otras secciones del Infierno les pasaría tres cuartas partes de lo ya sabido. Pero no estamos aquí para perder el tiempo, aunque aquí no haya tiempo, como no me cansaré nunca de repetirles. El Infierno es cuántico, por eso dicen que está a mucha profundidad bajo nuestros pies, justo donde comienzan las partículas y subpartículas atómicas. Como saben en el cuántico uno puede estar vivo o muerto al mismo tiempo, es la paradoja del gato de… (jeje, no se lo saben, ¡vaya con el nombrecito!). También pueden estar arriba o abajo, aquí o allá. Por eso todo lo que sucede aquí, en el Infierno, es muy raro, tal como en el universo cuántico, donde nadie se aclara, ni los genios de la física, ni los tontos de la política, nadie. 

Creo que les estaba diciendo (me estoy enrollando como una persiana para evitar desplegar ante ustedes los tormentos de los condenados violentos) que los violentos necesitan mucho espacio. No soportan a nadie cerca, por eso se pasan la vida pegando tiros o poniendo bombas y lanzan misiles o se lían a navajazos, lo que sea, con tal de tener su entorno muy despejadito.

Necesitan mucho espacio por la razón que les di antes, porque son tantos como arenas en la playa. Si no me creen extiendan las dos manos, descálcense y extiendan los pies, de manera que puedan verse los dedos y comiencen a contar:
.Caín-un dedo- Alejandro el Magno-otro… Napoleón el Buonaparte, tres. Y aquí me dedo en el contaje de dedos, háganlo ustedes por mí, mientras yo les doy nombres. Los dictadores que nos han asolado con su certeza de saber el camino y han intentado llevarnos por él a latigazos. Me ahorraran que les recite toda la lista, desde los emperadores persas, y antes, mucho antes, los arios, los césares romanos (Calígula, Nerón y Cia.) pasando por Atila, el rey de los hunos que quería serlo también de los otros, de todos. Kublaikan, el gran mongol… De los asesinos en serie solo les voy a citar a Jack el destripador, el más conocido, y voy a rematar con el mayor dictador, violento y genocida de la historia de la humanidad: Heil Hitler.



¿Cuántos dedos llevan ya? Seguro que han perdido la cuenta, han contado tantas veces los dedos de sus manos y de sus pies y los dedos del de enfrente que ya no saben si han llegado al infinito o se han quedado a las puertas. ¿Ven lo que les decía? Infinitus is númerus violentus.

Bien, por mucho que lo he intentado, ya no puedo dilatar más el momento. Estoy sobre una colina de brasas. No sufro porque en realidad no soy un condenado (algo que muchos de ustedes han pensado y deseado, lo sé de buena tinta) sino un visitante, con la famosa tarjetita que te cuelgan al cuello. Por eso no puedo sufrir los tormentos del Infierno, aunque quisiera. Aún no he sido condenado, aunque estoy en puertas. Espero que de ser así, comience por la sección de los lujuriosos, luego me lleven a la de los glotones y después de pasar por todas las demás, me permitan dejar la sección de los violentos para el final, si es que no puedo librarme de ella. 

He sacado mis prismáticos (otra de las cosillas que logré escaquear del olfato del aduanero demoniaco) y miro la gran caldera que tengo delante. Es enorme, ciertamente lo es y no una metáfora. Diría que es casi infinita, puesto que no veo el final. A pesar de ello está a tope. No cabe un condenado más, ni una paja más en el pajar, ni un alfiler más en el alfiletero. Se parece bastante a una lata de sardinas en aceite de oliva hirviendo o al camarote de los hermanos Marx… solo que repleto de bombas lapa pegadas a los culos de los pasajeros.



Sí, efectivamente, el suelo de la caldera está plagado de minas unipersonales, y los culos de los condenados de bombas lapa. El resto del armamento, con el que son atormentados, se compone de tiros disparados por pistolas y revólveres, metralletas AK-43 y demás modelos, bombas fragmentarias y hasta misiles y bombas atómicas unipersonales. Aquí hay de todo y cada pieza de armamento está diseñada y colocada en el sitio adecuado para que cada condenado sufra lo máximo en el menor tiempo posible.

Aquí Satanás y Cia se han esmerado, han tirado la casa ardiendo por la ventana y contratado a los ingenieros más ingeniosos y a los genios de la ciencia más perversos…Me he interrumpido para mirar con la boca abierta un misil unipersonal que ha despegado de alguna parte, no sé cuál, y echando un apestoso y azufroso fuego por el culo o la retaguardia, como prefieran, y haciendo un ruido tremendo (Brooommmmm o algo parecido), ha volado sobre las cabezas de los condenados, una y otra vez, a toda velocidad, como alargando el suspense de quién será el afortunado y le ha caído en el cráneo a uno de ellos, o tal vez le ha entrado por el trasero, eso no lo puedo saber porque ha explotado de inmediato y del condenado no ha quedado ni una esquirla de hueso.

Es curioso, porque los demás, a pesar de estar pegaditos, no sufren las consecuencias, ni un trozo de víscera pegado a su piel, ni una gota de sangre… nada. Si no te toca ya puedes quedarte tranquilo… ¡Pero si te toca! Ya me gustaría a mí, ya, que los ingenieros y científicos terráqueos tuvieran estos misiles unipersonales, así, al menos, se evitarían los daños colaterales. Esto es tecnología punta donde la haya.



Verán, esto es algo realmente espantoso. Los condenados están pegaditos unos a otros, y de puntillas, porque en cuanto se descuidan, su peso, cayendo sobre la mina unipersonal, la hace estallar. El condenado de turno sufre las consecuencias, se queda sin pierna, sin las dos, sin bajo vientre (a algunos les vuelan las pelotas como si fueran de tenis), incluso el cuerpo entero se convierte en un amasijo de carne y hueso enrojecido. Sangran como cerdos, gritan como demonios o simplemente mueren en décimas de segundo (eso sí, sintiendo toda la terrible angustia de la muerte a la máxima potencia). Si esto fuera el planeta Tierra, y no el Infierno, sería una muerte dulce. Sin embargo en el Infierno cuántico el tiempo no existe o si existe se puede alargar y acortar o dimensionar de mil formas. Por lo que da lo mismo la forma en la que mueras, el sufrimiento es el máximo posible y durante el mayor tiempo que uno se pueda imaginar. No es un sufrimiento normal y corriente, como sucede en la Tierra, en la que te puedes quedar sin pierna por la explosión de una mina unipersonal, pero te desmayas enseguida y cuando te despiertas estás en el hospital, sedado, eso suponiendo que existan hospitales cerca y que te pillen a tiempo y no mueras antes o que no se les haya terminado la morfina. En cualquier caso, salvo caso de torturas sistemáticas, en cuartos iluminados de forma permanente para que te vuelvas loco o el tormento del ahogo que nunca terminan de ahogarte del todo, o tantos y tantos otros tormentos… inventados por el ser humano a lo largo de su historia, les decía que salvo en estos casos, la muerte violenta en el planeta Tierra no deja de ser mucho más liviana y agradable que en el Infierno de los violentos. 

Aquí el sufrimiento que padecen los condenados violentos es intensísimos, ni punto de comparación con el que infligieron en su día a sus víctimas, por muchas que fueran y por mucho que les hicieran sufrir. Prefiero no pensar en ello, prefiero dejar la empatía a un lado. Se me revuelven las tripas y me veré obligado a salir pitando, porque no aguanto más. Si ustedes se pusieran en la piel de estos condenados y desarrollaran y desplegaran toda su capacidad de empatía, el sufrimiento les volvería locos. Por eso no les aconsejo que lo hagan.

¿Por qué no se vuelven locos estos condenados violentos que han sido capaces de infligir castigos parecidos a decenas o centenares o millares de víctimas? Recuerden que son violentos. Perdieron su capacidad de empatía, y no solo eso, porque al fin y al cabo, lo que sufran los demás a mi ni plín, ni plán. También han aumentado el umbral del dolor hasta límites inconcebibles. No porque en la Tierra hubieran sufrido mucho (los que más han sufrido no han llegado ni a la suela de los zapatos de sus víctimas) sino porque una vez aquí, y en la caldera, estallándote en el culo bomba lapa cada dos por tres o haciéndote volar en mil pedazos una mina unipersonal, en cuanto te descuidas, o recibiendo disparos en la nuca a cada instante o ráfagas de fusiles ametralladores o viendo cómo se te meten por el trasero misiles unipersonales o cómo de pronto te estalla bajo los pies una bomba atómica unipersonal (¡que vaya calor desprende, ozú mi arma!), uno aumenta el umbral del dolor casi hasta el infinito o se volvería loco, si pudiera y lo dejaran. 

Es una pena que a ellos no les hubieran hecho lo mismo durante su vida en el planeta Tierra. Se hubieran arrepentido a tiempo y ahora no estarían aquí. Claro que los que les hubieran hecho eso también estarían aquí por violentos. O sea, que es la pescadilla que se muerde la cola y mea y no echa gota. En cuanto inicias la violencia ya no hay vuelta para atrás y todos los violentos acaban en las calderas de Pedro Botero. Porque estas sí, estas son las famosas calderas del Pedrito Botero, ese. Y me disculparán porque voy a salir pitando, vomitando, y con un sufrimiento tan atroz en todo el cuerpo y en toda el alma que necesito con urgencia un hospital y una buena enfermera.

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