martes, 16 de enero de 2018

TERROR EN LAS MENTES III

                TERROR EN LAS MENTES III

        CARTAS MENTALES DEL TELÉPATA LOCO II

  


Querido amigo:

He recibido, con gran sorpresa por mi parte, su amable carta mental de fecha de ayer. Y no me ha sorprendido porque le crea incapaz de poner sus cartas en el correo telepático, sino porque usted no cree en la telepatía y aquello en lo que no se cree no existe, nada, nothing. La humanidad pensó durante buena parte de su historia que era el Sol el que giraba alrededor de la Tierra y no al revés. Así lo creían y eso influyó poderosamente en sus vidas. Y sino que se lo digan a Galileo que a punto estuvo de ir a la hoguera por defender lo contrario.

Esta historia nos demuestra a las claras que puede que las cosas no sean como parecen, aunque creer lo contrario también influye en vidas propias y ajenas. La sabiduría humana es tan frágil, tan volatil, como aquello que los humanos llaman vida.

En su carta me llamaba de todo y nada bueno, me insultaba, blasmefaba como un cosaco y amenazaba con asesinarme en cuanto diera conmigo, cosa que me permito dudar y acepte esta gracia, muy divertida para mi y muy estúpida para usted. Así es el humor, ni más ni menos. Por estas y otras razones igualmente locas e igualmente válidas para mi va a tener que escuchar mi vida de pe a pa. Es un castigo mucho más lenitivo y generoso que el que vuecencia merece.

Como no quiero torturarle más de lo debido he decidido esperar a mañana para iniciar el primer capítulo de mi divertida vida telepática.

Suyo afftto.
El telépata loco.




Querido amigo:

Sin más preámbulos paso a contarle mi vida telepática en mil capítulos y un prólogo, por lo que ya puede sentarse tranquilamente en el suelo, sobre un cojín, como hiciera la mítica Sherezade, y aguardar unos tres años a que acabe de darle la paliza.

El primer episodio versará sobre cómo me hice telépata. ¿El telépata nace o se hace? Se preguntará usted con mucho interés. Será más bien una pregunta retórica, porque me consta lo que está pensando en este momento: ¿cómo es posible descubrir algo que no existe, o convertirse en algo imposible por la naturaleza de las cosas? Pues verá, ya de niño me gustaba hablar con seres imaginarios, como por otra parte acostumbran a hacer todos los niños, sin que se les tilde de telépatas o de locos. Los adultos de la especie permiten a sus polluelos volar, para luego, una vez creciditos y pasado el ritual de iniciación a la vida adulta, prohibírselo con la disculpa de que no tienen alas.

Esta actitud parece de todo punto irracional, pero no seré yo quien ponga los puntos sobre las "ies" en este tema. Por mi parte decidí no crecer nunca. Sí, así es, tal como le sucede al protagonista del Tambor de hojalata, la novela de Gunter Grass, si no recuerdo mal. Y contestando a su pregunta telepática, que usted acaba de hacerme sin darse cuenta, le diré que sí, que tal como lo piensa así es. La idea se la dí yo telepáticamente aunque él nunca lo reconocerá, lo achacará a las musas o a un momento de inspiración, como por otro lado es lo lógico en estos casos, pero lo cierto es que me debe un montón de royalties o derechos de autor. Que no se preocupe mi buen amigo Gunter Grass, porque nunca le reclamaré nada. Lo que graciosamente se recibe, graciosamente debe ser compartido.

Esta decisión, la de continuar siendo un niño toda la vida, me permitió descubrir un misterio, entre otros muchos, y es que las mentes humanas, también las animales a secas, acostumbran a comunicarse. Mis adorables papás creían que yo era un niño muy raro porque me adelantaba a sus decisiones. Ellos, por supuesto, no podían aceptar que leyera sus pensamientos, asi que lo achacaban a razones muy peregrinas o simplemente a que yo era un niño muy raro y punto.

Para combatir mi rareza decidieron llevarme al psiquiatra, quien diagnosticó que yo era un enano perfectamente normal, eso sí con mucha imaginación. Era inocuo como un vaso de agua convenientemente depurada. Deberían seguirme la corriente hasta que se me pasara. Esa fue toda la terapia que propuso para combatir mi rareza. Ellos, mis padres, se cansaron pronto de aguantarme y puesto que no se me pasaba por las buenas, intentaron que se me pasara por las malas. Me daban palizas, un día sí y otro también. Entonces no se aceptaba que esto pudiera ser considerado como maltrato infantil. Ahora ha cambiado el criterio, lo que demuestra una vez más lo facil que resulta a los seres humanos cambiar de idea. Claro que sin hacerse responsables de los desaguisados ocasionados por las viejas ideas y sin perdón a nadie, faltaría más.

Permítame, querido amigo y sufridor, que ponga aquí un nuevo punto y aparte. Su bloqueo mental, que debo perforar con gran derroche de energías, me ha levantado un terrible dolor de cabeza, o una pertinaz jaqueca como dicen los más relamidos. La misma jaqueca que deseo de corazón esté padeciendo usted ahora. Soy un ser vengativo por naturaleza. No permito que me traten mal sin pagar un precio. Eso de poner la otra mejilla no se hizo para mí, se lo aseguro, ni para muchos otros que andan metidos en guerras por un quítame allá esas pajas.

Suyo afftto.
El telépata loco.






  

No hay comentarios:

Publicar un comentario