viernes, 6 de agosto de 2021

TERCER DÍA EN CRAZYWORLD XIII





Me desperté con una sensación rara. No era un sueño inquietante o una pesadilla angustiosa, ni siquiera la sensación de haber recordado algo que antes no estaba ahí. Me costó situarme, estaba en la casa de Dolores, en horizontal, tardé en comprender que me encontraba en su cama. Pero no podía verla. Comprendí que miraba hacia el techo, boca arriba. Giré la cabeza hacia mi izquierda y allí estaba ella. De costado, vestida, con los pechos fuera del vestido, dormía apaciblemente. Me dolía la cabeza, sentía el estómago revuelto. En realidad tenía ganas de vomitar. Cuando lo comprendí salí disparado hacia el servicio que tardé en encontrar. Llegué justo a tiempo para echar la vomitona en el retrete. Me di una ducha con agua fría y solo al salir y secarme la toalla fui consciente de que no me había desvestido, ya estaba desnudo, lo había estado en la cama. Me sentía muy confuso. Regresé a la cama y los recuerdos comenzaron a volver. Muy revueltos, muy extraños. Comprendí dónde me encontraba, cómo había llegado, los episodios más relevantes que me habían sucedido, y sobre todo lo que más me estaba afectando. Me había quedado amnésico tras el accidente y solo muy vagos recuerdos de mi pasado, la mayoría obtenidos en sueños, podían ser tenidos en cuenta, no del todo, porque no había seguridad alguna en que fueran ciertos. Al parecer había sido un gigoló, puede que fuera español, aunque ningún hilo conductor podía explicarme cómo había llegado hasta allí, por qué hablaba inglés de manera tan perfecta, al parecer, porque nadie había notado nada especial en mi pronunciación y acento. Había tenido un accidente cerca de Crazyworld y buscando ayuda me había quedado encerrado aquí de por vida, al menos eso era lo que me había dicho Jimmy El Pecas, el bufón más ridículo que había visto en mi vida, mi corta vida, porque solo recordaba tres días. Me había despertado entre los colmillos de Kathy, nunca mejor dicho, y pronto pasé a ser absorbido por su sexo que desprendía una especie de jugo capaz de atrapar toda clase de moscas, mosquitos y moscardones, sintiendo una especial atracción por los penes, a los que podríamos calificar de lombrices, por ejemplo. Había conocido a todos los pacientes de aquel endemoniado psiquiátrico para millonarios y para rematarlo todo se había producido el asesinato del director. El doctor Sun nos había encargado a Jimmy y a mí encargarnos del caso, como dos detectives de novela. Había pasado la noche anterior con la preciosa Heather y ahora estaba con Dolores en su cama, tan grande que podía con los dos y aún sobraba un poco de sitio. Sí, todo eso lo había recordado al despertar, pero la verdad es que nada encajaba y no tenía nada que contraponer puesto que mi memoria me estaba jugando una mala pasada. ¡Bonito panorama!

Miré otra vez a Dolores, luchando contra la tentación de tocar sus pechos y lamer sus pezones. Entonces ella abrió un ojo, como en un guiño extraño, como si me estuviera diciendo que podía leer mis pensamientos. Luego el otro y una sonrisa pícara asomó a su boca.

-Juraría que ya has vomitado y que la cabeza está a punto de explotar en mil pedazos. ¿Me equivoco?

-No, no te equivocas. Tengo el cuerpo tan revuelto que no sé si es mío.

-Eso es consecuencia del resacón. Espera que te traigo un mejunje para la resaca que ya tenía preparado, porque sabía que no me ibas a decepcionar.

-Oye, Dolorcitas, querida. ¿Cuántas horas hemos dormido?

-Toda la tarde. Ya está cayendo la noche. Nunca mejor dicho, porque en Crazyworld todo cae sobre nuestras cabezas. Casi siempre sin avisar.

-Perdona, pero no recuerdo haber venido a la cama por mis propios pies. ¿Cómo lograste arrastrarme hasta aquí, subirme a la cama y quitarme la ropa?

Dolores sonrió de oreja a oreja.

-Arrastrándote, por supuesto, ¿no pensarás que puedo echarte sobre mis hombros y llevarte como un saco? Lo que más me costó fue subirte a la cama, no quieras saber cómo me las ingenié para conseguir que ese corpachón descansara en el lecho. Lo más agradable fue desprenderte de tu ropa. No pienses que me aproveché de las circunstancias, lo haré ahora, en cuanto te traiga el mejunje.

Y se alejó a paso lento, mientras yo intentaba recapitular todo lo sucedido, buscando el menor sentido que pudiera dar coherencia a la pesadilla que estaba viviendo. Entonces recordé a Jimmy y me pregunté si no habría perdido el walkie talkie. Confié en que estuviera en algún lugar del apartamento de Dolorcitas. Era curioso pero a pesar de recordar cómo me había golpeado por sorpresa, dejándome maltrecho, no sentía el menor resquemor hacia él. Era como si aquello hubiera sucedido muchos años atrás, en alguna etapa perdida de mi vida. Me pregunté qué estaría haciendo, si se habría producido otro asesinato y si me habría llamado mientras yo estaba grogui. Dolores llegó con un gran vaso de un mejunje de color indefinible y me obligó a beberlo de un trago. Sentí que todo se revolucionaba en mi interior, buscando la salida. Salí disparado al retrete y vomité hasta que un gran vacío se hizo en mi interior. Un último vómito espasmódico me convenció de que ya no había nada más que echar. Unos hilillos de baba ácida quedaron colgando de mi boca. No sé cuánto tiempo permanecí allí hasta que logré recuperarme lo suficiente para arrastrarme de nuevo hasta la cama. Me sentía muy mal pero poco a poco me fui recuperando hasta comenzar a sentirme bien, cada vez mejor. Dolores no estaba allí, seguramente se estaba dando una ducha, o mejor, un baño, y no en el retrete donde había vomitado, porque allí no había bañera. Sí, con seguridad era un baño, porque tardaba mucho. Al fin apareció en la puerta del dormitorio, desnuda, como una de esas bellezas cárnicas de Rubens. Me pregunté cómo sabía yo quién era el tal Rubens y que era pintor. Los recuerdos parecían continuar aflorando, gota a gota, pero sin pausa. Sentí un violento deseo hacia Dolorcitas y me pregunté si además del mejunje anti resaca no habría echado también algún potente afrodisiaco. Aparte la mirada y me encontré con un televisor muy grande que parecía reflexionar sobre una mesa, frente a la cama y que aún no había visto o sido consciente de verlo.

-¿Os dejan ver la televisión? No he visto ningún televisor en el pabellón de los pacientes.

-Sí podemos verla, aunque con canales limitados, la censura de Mr. Arkadín es tan ridícula como gazmoña. También tenemos Internet, aunque tan bloqueado y censurado que no sirve para nada. No podemos utilizar el correo electrónico ni hacer comentarios en ninguna página, todo está bloqueado. No sirve de nada y pocos lo utilizan. Los pacientes no tienen acceso a la televisión ni a Internet. Una vez a la semana se les deja ver una película, escogida para que ninguna escena se les atragante.

Se acercó a la cama y con mucho cuidado se tumbó en ella. Se puso de costado con cierta dificultad y me abrazó con ganas, con muchas ganas. Su boca buscó la mía y la absorbió, incluida la lengua. Una de sus manos hurgó en mi entrepierna y masajeó todo lo que quiso. Una gran cantidad de sangre se trasladó a mi miembro que sufrió una tremebunda erección, bastante dolorosa. Ella no perdió el tiempo, maniobrando para introducirlo entre sus labios y se pegó aún más a mí, hasta lograr introducirlo del todo. Era una cueva muy acogedora y muy húmeda, un jugo resbaladizo se desprendió de ella hasta deslizarse entre sus muslos y los míos. Recordé a Kathy y me estremecí. Otra noche como aquella y sufriría un severo infarto.

Era muy agradable sentir su cálida y aterciopelada piel pegada a la mía. La deseaba como había deseado a todas las mujeres que había conocido desde mi llegada a Crazyworld. Eso era algo que no sabía muy bien si podía ser normal o tal vez se tratara de que mi condición de gigoló, me hacía verlas a todas como muy deseables, porque así son los gigolós o porque se trataba de una estrategia propia del oficio, es decir, si te tienes que acostar con una mujer que te ha pagado la prestación, mejor que la desees que no hacerlo a regañadientes. Me pregunté si realmente había sido un tal gigoló en mi pasado y aún conservaba en el subconsciente todas las experiencias y los trucos o la imaginación me estaba jugando una mala pasada, o buena, según se mire. Eso era algo que tendría que meditar con calma, cuando la tuviera. Fui consciente de algo que me había pasado desapercibido hasta ese momento. Después de tomarme el mejunje de Dolorcitas me sentí mucho mejor, pero lo que no advertí es que mi miembro viril, porque los otros miembros estaban en su sitio, había sufrido una erección importante y desde ese momento había permanecido así, como si mi deseo por Dolores fuera tan natural que resultara imposible, en su presencia, mantenerse quieto y pacífico. Eso me hizo sospechar algo que me turbó un poco. ¿Y si había echado algún tipo de afrodisiaco en la bebida contra la resaca? Me hubiera gustado seguir analizando esa posibilidad más detenidamente, pero no pude porque el cuerpo de Dolores se movía ya a buen ritmo. Sus brazos sujetaban el mío con tanta fuerza que no hubiera podido escapar aunque quisiera hacerlo, que no quería. La sensación de estar dentro de su cueva, que parecía amplia, era tan agradable que me acompasé a su movimiento, hasta que no pude más y la volteé con cierta dificultad hasta ponerme encima de ella. Era un mullido y amplio colchón, con un pubis extenso y muy boscoso. Su monte de Venus parecía una duna, cálida, suave, muy receptiva a mis envites, que cada vez eran más y más galopantes y salvajes, como si hubiera perdido el control. Lo que ciertamente parecía verdad, a juzgar por mi deseo de penetrarla hasta el fondo y con ritmo ansioso, casi angustioso por mi necesidad de explotar cuanto antes para librarme de aquel dolor, generado por toda la sangre que seguía acudiendo hasta el pene desde cualquier lugar de mi organismo que la tuviera, lo que había engrosado y alargado el miembro hasta casi descoyuntarlo.

Los gemidos y hasta grititos que exhalaba Dolorcitas me decían que lo estaba haciendo bien y ella disfrutaba casi tanto como yo lo hubiera hecho sin aquel molesto dolor. Bajé mi cabeza hasta encontrar sus labios. La besé retorcidamente como intentando taparle la boca. Me hubiera gustado, y mucho, dedicarme a sus pechos, pero eso no era posible, porque me habría llevado mucho tiempo, y yo necesitaba explotar cuanto antes. Lo que conseguí al fin, sintiendo un enorme alivio. Ella en cambio continuaba moviendo sus caderas, como si quisiera más y más, hasta que exhaló un grito contundente y se relajó. Se estaba bien en su cueva y sobre el mullido colchón de su cuerpo, pero cuando noté que mi pene seguía erecto y retorciéndose como en un ataque epiléptico, me asusté y me retiré un tanto bruscamente. Me coloqué a su lado, boca arriba. Ella se movió hasta lograr colocarse de costado y me abrazó con demasiada fuerza.

-No sabes cuánto lo necesitaba, cuánto, cuánto. Me has hecho muy feliz. Ya sé que hay otras mujeres en Crazyworl, muchas, y todas más deseables que yo. Pero me gustaría que me prometieras que me vas a visitar al menos una vez a la semana, o si no puede ser, cada quince días, pero de ahí no bajo.

-Te lo prometo, Dolorcitas. Ha sido muy, muy agradable. Tengo que hacerte una pregunta, si no quieres no contestes. Juraría que me has puesto algún afrodisiaco en el mejunje. Estaba demasiado hecho polvo para alcanzar esta erección, que aún continúa.

-No te voy a engañar. No hubiera soportado que te rajaras. No sabes cuán necesitada estaba.

Y para confirmarlo o reafírmalo, echó mano a mi pene, que seguía erecto, y lo masajeó, como dándole las gracias. Hablamos cariñosamente de varias cuestiones hasta que de pronto dejé de escucharla. Me había quedado dormido sin más. El agotamiento que llevaba conmigo desde mi llegada era una disculpa que ella debió aceptar, aunque sólo por un tiempo. Me desperté porque notaba algo moviéndose por mi cara. Era la lengua y la boca de la mujer. Mordisqueó mi oreja y me susurró frases muy cariñosas, tanto como una amante le susurraría a su parejita. Su necesidad de cariño era más que evidente. Noté que el miembro viril continuaba erecto y así había estado, seguramente, durante mi sueño. No necesitaba precalentamiento, pero decidí calentar porque me apetecía. Esta vez sí que me dediqué sin prisas a sus pechos.

Cuando culminamos yo también estaba muy cariñoso, no tanto que el agotamiento no me hiciera quedarme dormido otra vez. Eso ocurrió puede que dos veces más, luego ella me dejó dormir sin molestarme. No tuve sueños, el agotamiento me hundió en un pozo sin fondo. No pensé en nada, y eso fue lo que gané.

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