martes, 20 de julio de 2021

EL DOCTOR SUN, DISCÍPULO DE JUNG VII

 





El doctorcito se ha enfadado mucho conmigo. Al parecer le he extraviado una de sus historias clínicas. Ya sé que el alcohol me sienta muy mal, pero a pesar de ello insisto, erre que erre. Ahora tendré que buscarla. En realidad ya lo estoy haciendo. Aún no la he encontrado, pero sí mi perdida agenda de investigación sobre la veracidad de mis sentimientos empáticos. Ni siquiera me acordaba ya de ella, lo que no me sorprende porque mi vida es un caos y mi memoria la de los demás, lo mismo que mi vida. Ahora sí recuerdo que la comencé antes de convertirme en paciente del doctor Sun. Les parecerá extraño pero necesito como el agua saber si mis sentimientos empáticos son reales o no. Si se trata solo de fantasías mi patología aún puede tener arreglo. No así en el caso de que capte realmente los sentimientos ajenos, en ese supuesto mi enfermedad sería crónica y sin remedio. Como no puedo saber la realidad de los sentimientos de los otros, ni aunque me lo dijeran, porque todos son unos mentirosos, la única forma de comprobarlo es investigar sobre su vida, por los hechos los conoceréis. Eso supone un trabajo ímprobo, pero mientras investigo las crisis de empatía no son tan intensas.

Imagino que le hablé de ello al doctor Sun en alguna sesión de terapia y hasta puede que le entregara la agenda voluntariamente, para que él la estudiara, aunque tampoco me sorprendería que se la apropiara subrepticiamente. Su obsesión por el subconsciente colectivo es la peor de las patologías posibles. Si lo sabré yo, que cuando tengo una crisis empática sobre él y su obsesión me vuelvo tan paranoico que me mordería el rabo si lo tuviera, como los gatos…Jajá, me disculparán pero ahora sufro una pequeña crisis de empatía, pensando que mis lectores habrán interpretado mis palabras con perversidad manifiesta. Sí ya sé que tengo que algo que algunos llamarían rabo, pero no me refería a eso. La agenda estaba tan guardada que si no hubiera buscado el expediente perdido tan exhaustivamente jamás la habría encontrado. Estaba escondida, no tengo la menor duda. No sé si porque el doctor Sun se asustó porque mis investigaciones sobre su vida han llegado muy lejos o simplemente porque piensa que semejante tarea me perjudica. Debe hacer ya mucho tiempo que no la realizo, porque ni siquiera me acordaba.

He repasado la agenda con mucho detenimiento. Solo abarca unos años atrás, por lo que deduzco que debe existir otra agenda anterior, o tal vez varias. No pararé hasta encontrarlas, si tengo que abrir su caja fuerte, lo haré, aunque tenga que empatizar con un ladrón de cajas… Me acabo de acordar que entre los pacientes del doctor Sun hay un cleptómano, un ladrón de guante blanco. He visto su expediente en alguna parte y creo que le he visto en la consulta alguna vez. Solo tengo que visualizar su cara y ya está, seguro que él ha pensado en abrir la caja fuerte que está a la vista de todos en su consulta, debe pensar que nadie es tan bueno para conseguir abrirla. Es tan tonto que creo que podría abrirla recordando sus fechas emblemáticas, no su cumpleaños, que nunca celebra. Ese será el plan B, si falla el A.

He repasado toda la agenda, de la A a la Z. De algunas anotaciones me acordaba, de otras no. Antes de conocer al doctor Sun y formar parte de su staff, como paciente y como factótum, yo vivía a salto de mata. No sé cuántos años tengo, en mi cabeza se juntan las edades de todos aquellos que han causado mis crisis empáticas. Si me dejara llevar, lo mismo tendría los ochenta años del anciano con el que hablé una vez en un parque, que los diez años del niño que jugaba con otros en un campo de futbol. Cuando me miro al espejo a veces me encuentro joven y otras mayor, todo depende del estado de ánimo de ese día. En una letra, que tal vez sea la inicial de mi nombre, que no recuerdo, encuentro un esquema de lo que ha sido mi vida, con muchas interrogaciones, porque seguro, seguro de algo, no lo estoy al cien por cien. El esquema es corto. Unas descripciones de mi mamá, con muchos interrogantes también. Al parecer debió abandonarme en algún momento de mi infancia, algo que no es seguro porque en la temática de mis crisis empáticas, que aparece en la T de temática, las crisis debidas a furibundas empatías con los huérfanos son muy numerosas, no sé por qué, no creo haber conocido a tantos huérfanos, pero quién no ve una película o una serie en la que no aparezca algún huerfanito o una mamá desalmada, o lee una novela que describe con pelos y señales las grandes tragedias de la vida, entre las que se encuentra, como una de las peores, haber perdido a tus progenitores, y ruego que se me perdone por el pareado no buscado. En la M de mamá, subrayo, como datos seguros, entre otros, el que tuve una mamá y que estuve a su pecho, con gran delectación por mi parte, el tiempo que se considera normal en estos casos. Las crisis empáticas con los pechos de las mujeres, son las más numerosas, y no pueden deberse a incidencias de haber visto pechos desnudos de mujeres, que he visto pocos o ninguno, ni siquiera en las películas porno, a las que no soy nada aficionado. Como creo que no he sido aún desvirgado –algo que tampoco es seguro debido a mi empatía con desvirgados y desvirgadores- las crisis empáticas referidas a los pechos de las mujeres solo pueden proceder del amamantamiento a los pechos de mi madre. Se lo he comentado al doctor Sun en una de las primeras terapias y me ha dicho que solo puede ser una de mis típicas fantasías, un delirio, puesto que nadie recuerda etapas tan tempranas de la vida. Creo que no tiene razón, porque solo la hipocresía, la beatería social, puede explicar el bloqueo de nuestros primeros recuerdos que son los más intensos y los más deleitosos, al menos en una vida normal.

Doy como cierto que tuve mamá, que me abandonó, que tuve papá aunque no llegué a conocerlo y creo que ni siquiera me abandonó porque debió limitarse a plantar la semilla y salir corriendo. También doy como cierta mi estancia en un orfanato, entre otras cosas porque logré hacerme con unos certificados que así lo certifican y que tengo guardados en una carpeta, escondida bajo mi cama, en mi dormitorio, bajo una baldosa que se mueve dejando ver un hueco entre dos vigas de hormigón, a lo ancho, y un precioso hueco entre nuestro piso y el de abajo. Allí guardo todos mis tesoros y allí irá a parar esta agenda en cuanto eche un buen vistazo a las anotaciones. Estará a salvo porque el doctorcillo nunca entra en mi dormitorio, no sé si es por una cuestión supersticiosa o porque me tiene miedo, algo que no descarto. De todas formas sujeto la baldosa con unos trozos de cartón introducidos en los intersticios, sobre los que pongo un poco de masilla seca, que da el pego. Si alguien entrara en mi dormitorio, lo que dudo, porque el doctor Sun no lo hace, Rita la enfermera tampoco porque a pesar de su curiosidad morbosa, pillada en su antiguo empleo de portera, no me soporta por mi patología empática, que a ella le parece algo demoníaco, por lo que ha encargado a su antigua colega, la portera del portal de al lado, a la izquierda, que limpie y ordene mi habitación cada quince días, lo que hace cada vez con menos entusiasmo, al notar que yo nunca me quejo, haga lo que haga, acaba por pasar el plumero de cualquier manera y la fregona cuando hay alguna mancha en el suelo, luego se marcha y san se acabó. Nadie más entra en el piso, salvo los pacientes, que bastante tienen con soportar el asalto del doctor Sun a su subconsciente. A veces he escuchado ruidos sospechosos en el dormitorio del doctorcillo por la noche, como si tuviera una amante en su lecho, pero me temo que eso puede ser producto de alguna crisis empática, porque no puedo evitar pensar en él ya que convivo en su mismo piso todos los días. Por cierto que me acabo de acordar de que le hablé de mi supuesto papá, como si hubiera convivido con él, cuando parece claro que no fue así. Tomo un bolígrafo rojo de la taza de té de su despacho, hecha por encargo, que dice “yo soy el subconsciente colectivo”, y pongo un gran signo de interrogación en la línea que habla de que fui abandonado por mi papá tras colocar la semilla.

Abandono el análisis de mi pasado, un puzle cambiante a cada momento, y observo el resto de las anotaciones, deprisa, de algunos nombres ni siquiera me acuerdo, rostros informes entrevistos en algún recodo del camino. No entiendo mi afán por deducir lo que es real de lo que no lo es. Estoy obsesionado por saber cuánto de cierto hay en mis crisis empáticas. Lo que no es cierto es un delirio. Pero sé muy bien cómo son los delirios de los otros pacientes, los he visto en sus historias clínicas. Nada que ver con los míos, puras fantasías que ellos transforman en realidad por un momento. Me gustaría poder ser normal…mejor dicho, no, no lo soportaría, no podría vivir como viven ellos. Llego sin darme cuenta a la S de Sun y observo sin prisa todas las anotaciones. Un análisis meticuloso de mis crisis empáticas con él. Punto por punto he intentado confirmar lo que sé o creo saber de él, desde la historia que más cuenta, su supuesta valentía para decirle al mafioso que su enfermedad procede de sus asesinatos. ¿Cómo se puede saber si algo así es cierto? Veo números de teléfono y llamadas a Sicilia. Me pregunto con quién he hablado y cómo, porque no sé ni papa de italiano o siciliano, al menos que yo sepa. Hablo sobre búsquedas en Internet para documentarme sobre la mafia siciliana. Cuando me pongo soy muy exhaustivo. Hasta tengo anotado un certificado de doctorado en psiquiatría que no he podido comprobar porque la universidad que lo ha expedido no quiere saber nada de mí, más cuando les digo que soy un paciente suyo. Si sobre su pasado no he podido adverar nada, su presente es aún más misterioso. A pesar de haber seguido sus pasos muchos de los días que sale, que no son tantos, me da el cambiazo a las primeras de cambio, como si temiera que lo vigilaran y siguieran. Hasta se ha metido en el metro, como uno más, cuando él es el gran doctor Sun, el único ser humano del planeta que intenta confirmar de una vez por todas la existencia del subconsciente colectivo.

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