jueves, 10 de febrero de 2022

MICRORRELATOS III

 






CUMPLEAÑOS FELIZ

Se despertó con la boca reseca y un espantoso dolor de cabeza. Tardó en hacerse una idea de dónde se encontraba. Lo consiguió después de que le saliera un chinchón en la testa al intentar ponerse en pie. Recordó la juerga de la noche anterior y la tremenda cogorza que cogieron todos para celebrar su cumpleaños.

Intentó moverse pero estaba como encajonado, aquello olía mal y no encontraba la llave de la luz. Cuando después de intentarlo todo tuvo que admitir que se encontraba en un sepulcro se le erizaron los pelos del cogote. Con la desesperación del que lucha por su vida logró correr la lápida y salir a un deslumbrante sol mañana. Allí le esperaban todos sus amigos, con matasuegras en la boca y botellas de licor en las manos. Incluso habían contratado una orquestina compuesta por tamborilero y dulzainero. Alguien le ofreció la botella de orujo y entonces recordó que la noche anterior los cafres de sus amigos le llevaron a hombros, jugando al entierro de la sardina y terminaron sepultándole en una tumba vacía del pequeño cementerio de la localidad.

Imperturbable como un buda, rompió la botella de licor que le habían ofrecido sobre la cabeza de Romualdo, el autor confeso de la espantosa broma.

EL PERISCOPIO DEL FBI

En el gigantesco cementerio está sonando una orquesta de jazz traída expresamente de New Orleans. El espiritual negro tiene un ritmo endiablado y los pies de los asistentes al sepelio se están moviendo con disimulo. Una lápida en algún lugar se mueve apenas unos centímetros y por la rendija asoma una especie de periscopio.

En el fondo de la tumba John Smith, agente especial del FBI, aplica el ojo al periscopio, al tiempo que susurra por el intercomunicador: Están todos, tomen nota, el gordo Carnicero-Joe, el pequeño Cucaracha-Jim… Cuando termina de recitar el largo santoral cierra la comunicación y no puede evitar escupir en el suelo de la tumba, al tiempo que maldice en silencio: ¡Maldita sea mi estampa! Siempre me tocan los peores trabajos. ¡Ni que los sortearan a dedo!

LAS PRISAS DEL HOMBRE MODERNO.

El viejecito se enjugó una lágrima furtiva y salió corriendo del cementerio en una de cuyas tumbas acababa de enterrar a su amada esposa. Jadeando llegó hasta el coche y arrancó como si lo persiguieran los demonios. Apretó el acelerador con tantas ganas que el coche derrapó y a punto estuvo de chocar contra el furgón funerario. Entró en la ciudad como una exhalación entre pitidos y maldiciones de los tranquilos domingueros que abandonaban la urbe. Le faltaban apenas un par de kilómetros para llegar a la meta cuando estampó el coche contra el único árbol de la calle. Salió indemne e intentó parar un taxi que pasó de largo, mientras en una ventana una mujer chillaba histérica. El taxista ni le vio por lo que jadeó con más ganas y continuó corriendo.

Entró como una exhalación en el apartamento donde le esperaba su amante, una jovencita desnuda sobre la cama, un cigarrillo en la boca. El viejito se puso enseguida a la faena pero el corazón falló estrepitosamente. ¡Las prisas del hombre moderno!

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