Por supuesto que era Marta,
Martita la divina, como yo la llamaba para mi coleto. La mejor clienta de Lily,
de largo, una morenaza de cuerpo espléndido, espléndidas curvas, pechos como
dunas del desierto del paraíso y culo como la mejor y más sensual popa de un
Bateau Mouche parisiense, vestido por Coco Chanel y en el que todos los
modistos parisinos hubieran puesto su detalle chic. Adoraba su culo, me volvía
loco, pero aún me afectaba más aquella voz, dulce, sensual, tan amable, tan
gentil, tan…tan…tan… Mi poderoso miembro viril casi había alcanzado la máxima
erección y solo tras la primera frase. ¿Qué me esperaba?
Pues una cita, ni más ni menos.
Algo tan habitual llegó a emocionarme porque mi Martita llevaba mucho tiempo
sin hacer acto de presencia en mi vida, desaparecida, “missing”, tras soportar
estoicamente aquella repugnante debilidad que sufrí aquella malhadada noche en
la que me atreví a confesar mi amor. Llegué a pensar que no la vería nunca más.
Escuchar su vocecita dulce, con un punto de ironía, la que le salía del alma,
sin poder evitarlo, cuando necesitaba pedirme un favor, casi produjo el milagro
de mi resurrección, de la resurrección de Lázaro, escondido en su tumba
hedionda durante tanto tiempo. Al menos mi pajarito sí había resucitado y
deseaba cantar un aria a duo y cuanto antes.
En realidad no sería a duo, sino
a trío, porque el favor que me pedía Marta era sobre todo para su amiga Esther,
una amiga del alma que había descubierto que su marido le ponía los cuernos…
¡Vaya novedad! Martita lo sabía desde hacia tiempo, me lo había dicho a mí en
la cama, entre las numerosas confidencias a que la llevaban mis caricias y el
pequeño Johnny, siempre tan juguetón y locuelo cuando se trataba de la dulce
Martita. No se lo había dicho. Ella siempre tan discreta, tan amable, tan
elegante, siempre tan “chic” y tan “comme il faut”. Seguro que cuando Esther se
lo comentó ella casi se desmaya del susto. “¡Tu marido! ¡Imposible! ¡Si te
amaba con locura! Mi dulce Martita es una redomada hipocritilla. Tiene que
serlo para triunfar en los negocios y en la jungla social de los guapos de este
mundo y concretamente en la sociedad española, una de las más “ñoñas” del
mundo, sino la que más.
Casi se me quiebra la voz al
responder y lo que es peor, faltó el canto de un duro para que me echara a
llorar como una Magdalena de Magdala. Tuve que hacer un esfuerzo ímprobo para
que ella no notara nada. Me limité, pues, a confirmar que estaba muy bien, como
ella comprobaría y que sería un placer consolar a su amiga y convencerla de que
todos los hombres somos unos “c…” por eso mejor elegir a un gigoló, que te
cuesta una pasta gansa, pero al menos es amable y le puedes despedir cuando
quieras.
Terminé de limpiar el suelo como
pude, regresé al servicio y eché más potingues al agua, salió mucha espuma y me
sumergí de nuevo. Las variaciones Golberg no habían dejado de sonar un solo
instante. ¡Qué relajantes! ¡Qué divinas! Aquella noche me las había prometido
muy felices puesto que era lunes y los lunes Lily cierra sus numerosos
quioscos, puede que sea la única madame en el mundo que da un día de descanso a
sus sementales y potrancas. Ella es única para cuidarnos y mimarnos… Que no se
me olvidaran los potingues que Lily nos suministra para que seamos los mejores
en la cama, fogosos e insaciables, recién traídos de su laboratorio
farmacéutico en Suecia, el lugar por excelencia de la libertad sexual. Aquella
noche los iba a necesitar. Martita no había llamado precisamente hoy y
concertado la cita para la noche porque le viniera bien a ella, sabía muy bien
que yo libraba, y así se ahorraría pedirle permiso a Lily y obligarla a
cancelar mis citas, y pagar una buena pasta por ello. Sabía que yo un lunes
hasta se lo haría gratis, de hecho pensaba proponérselo, aunque si hay algo en
lo que Marta es generosa hasta la tontería es con sus amantes o gigolós, o al
menos concretamente conmigo. No ataba la bolsa cuando venía a verme.
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