domingo, 9 de julio de 2023

LA VENGANZA DE KATHY XVII

 




No podía dormir, ni descansar, ni pensar, ni perder la consciencia. No estaba ni vivo ni muerto, no había recobrado mi plena identidad porque los chispazos del pasado habían sido como cuatro gotas de agua en un océano tormentoso, oscuro, sin visibilidad, sin ritmo, sin atisbos de algo que tuviera el menor sentido. No sabía si Kathy dormía a mi lado o se había ido, a comer, o a lo que fuera. Mi consciencia se apagaba como un candil sin oxígeno. Ya de puestos hubiera preferido seguir recordando el pasado, habría sido más divertido, que no permanecer en aquel túnel en el que no se veía ni la entrada ni la salida. Hablando de salir no me hubiera importado hacerlo por el lado de la muerte. Pero no creía que Kathy pudiera conseguirlo. Sufrir un infarto sin sentir el latido del corazón me parecía imposible. No sabía cuánto tiempo había transcurrido. Hacía mucho que había dejado de ver los relámpagos y escuchar los truenos. Lo mismo podían haber transcurrido horas que días. El efecto de la pócima estaría disminuyendo, nada dura para siempre. Si estaba atento tal vez pudiera aprovechar ese momento.

-No sabes cuánto tiempo ha transcurrido –me dijo la voz de Kathy al oído- eso debe ser lo peor en tu estado. Podrían haber pasado días, incluso semanas, o tal vez solo unas horas. Nada importa cuando tu cuerpo se ha convertido en un vegetal. Pero no te preocupes, cariño, aquí estoy yo para que no te sientas solo. Sé lo que estás pensando. En algún momento el potingue dejará de hacer efecto y tú podrás escapar de mis garras. Siento decepcionarte. Por supuesto que los efectos no duran para siempre. No sé si me vas a creer, pero yo misma he probado este invento del profesor Cabezaprivilegiada. Tenía que hacerlo para conocer sus posibilidades. Así descubrí el tiempo que dura, cómo se siente uno bajo sus efectos, las posibles secuelas, todo. El profesor es un genio, una cabeza privilegiada, también es un loco desatado, sin moral, a pesar de su educación y sus creencias tan conservadoras que los diplodocus a su lado serían el ala más ultraizquierdista del abanico ideológico. Se había pasado la vida sin sexo, pero cuando me encontró ya no pudo dejarlo. Su moralina farisaica se resquebrajó como un jarrón de cerámica en una corriente de magma. Conseguí de él todo lo que quise y más. Mejoró su elixir siguiendo mis instrucciones, hasta se dejó convertir en vegetal, monitorizando los efectos en su cuerpo, paso a paso. Cuando despertó recopiló todos los datos y fue probando hasta conseguir todas las cualidades y defectos de la extensa lista que yo confeccioné. Necesitaba que el vegetal pudiera escuchar todo lo que se le decía, algo que le llevó su tiempo. También quería que algunos órganos del cuerpo siguieran funcionando con normalidad, como el corazón, deseaba que mis víctimas escucharan el latido de sus corazones y que sus miembros funcionaran como si no se vieran afectados. Por desgracia eso no lo consiguió, de otra forma ahora estarías aterrorizando escuchando el latido de tu corazón. Una pena. Lo del miembro no me importó tanto, porque sabía que mi clítoris sería capaz de revivir al más recalcitrante. Lo has comprobado, aunque lleva su tiempo conseguir una sensibilidad total. Tú la alcanzarás pronto. Quise que convirtiera aquel potingue en un arma química, biológica, de destrucción masiva. Mi plan es terminar con todos los machistas del planeta, no sé cómo librar al resto, tal vez no se pueda hacer y todos deban perecer. Le obligué a probarlo mezclándolo con el suministro de agua potable a las poblaciones. Bastó con que hiciera el experimento en Los Ángeles. Toda la población quedó en coma durante veinticuatro horas. Tú no lo recuerdas porque te has quedado amnésico. Se habló de un arma química inventada por los rusos, los chinos, los norcoreanos y no sé quién más. El experimento funcionó y el profesor consiguió una escala bastante fiable sobre la cantidad necesaria de potingue diluida en agua para alcanzar los efectos buscados, desde un pequeño susto de unas horas en estado vegetativo a una muerte irreversible al cabo de unos días. Eso fue un gran alivio para mí. Ya no tendría que acostarme con todos los machos del planeta para conseguir inyectarles la dosis necesaria para su exterminación. Tú eres la primera víctima del apocalipsis que se avecina. No intentes justificarte. Podríamos haber huido juntos a un lugar paradisiaco y solitario, donde vivirías en un orgasmo perpetuo. Seríamos el Adán y Eva de la nueva humanidad. Pero no, como macho arquetípico tenías que estropearlo todo. No te bastaba con el sexo total conmigo, buscaste a Heather, a Dolores, a esa putita de Alice, y hubieras seguido con el resto de mujeres de Crazyworld. Así sois todos los machos. No tenéis remedio. Pero ya no importa, porque voy a terminar con todos. Después de ti vendrá ese cabrón de Mr. Arkadin y luego todos los machos de Crazyworld. Aún no sé cómo lo haré para que las mujeres se libren de la escabechina, pero algo se me ocurrirá.

Calló y no se hizo un gran silencio porque ya existía desde que me despertara en el búnker. Es inexpresable la sensación que tienes cuando no sientes tu cuerpo y lo poco que te llega lo hace a través de extraños filtros. La voz de Kathy me llegaba desde muy cerca y como filtrada de forma sorprendente. Había escuchado los truenos de la tormenta y la música pero aquel ambiente sonoro estaba distorsionado, como lo que podía percibir a través de la vista. Me pregunté si aquel cabroncete de profesor Cabezaprivilegiada era aún más genio de lo que uno se podía imaginar para crear un elixir a la carta para Kathy. Ésta se separó de mi oreja y frente a mí se puso a bailar una danza erótica que era el preludio de otro coito que sería más tormento y tortura que éxtasis placentero. No se saltó ninguno de los pasos, añadiendo algunos nuevos tan imaginativos que en otras circunstancias hubiera podido apreciar. Ahora solo deseaba que volviera a producirse aquella fuga al pasado que me había alejado del búnker y de lo que en él se iba deslizando como por un tobogán del tiempo en una película de terror. Noté cómo tomaba mi pene y lo introducía en su vagina tras restregárselo por su clítoris que aún permanecía en su estado natural. La sensibilidad adquirida por mi miembro me hizo pensar que tal vez la hora de despertar de aquel estado zombi se estaba acercando. Era preciso estar muy atento para aprovechar cualquier circunstancia favorable, fuera la que fuese. Me olvidé de todo porque la manipulación sabia y constante que Kathy hacía de mi sexo me estaba llevando a un climax extraño. Su clítoris comenzó a hincharse pegando a él mi pene como si el líquido que iba rezumando fuera un pegamento indestructible, un invento más del profesor. El primer orgasmo llegó con mucha fuerza y luego se fueron encadenando más que disfruté como la primera noche que ella había pasado en mi dormitorio. Y entonces, sin que pudiera preverlo, ocurrió. Me vi proyectado a través de aquella puerta circular hacia una escena que sin duda era la misma que ya había vivido la primera vez. La diferencia esta vez estaba más en mi proceso mental que en lo que estaba sucediendo frente a mis ojos. El recuerdo llegó como una avalancha, como un torrente de montaña, arrastrando todo tipo de materiales con fuerza salvaje hacia el abismo. Ahora sí, supe con certeza que yo era el único hijo de Johnny el gigoló y de Marta. Supe cómo se habían conocido y su relación en el tiempo y que todo esto lo había contado mi padre en unos famosos diarios que había publicado con el mismo seudónimo que empleara en su trabajo. Yo los había leído antes de su publicación porque mis padres nunca me ocultaron lo extraño y delirante de su relación. La otra mujer que aparecía en la escena era Lily, la madame que había reclutado a mi padre, cuando aquel estudiante de familia con pocos recursos, se vio en la necesidad de trabajar para pagarse sus estudios universitarios. La vida de mi padre era un libro abierto para mí, como la de Lily que había seguido a Johnny el gigoló hasta Norteamérica para recuperar a Marta, su amor, que había ingresado en una clínica especializada para curarse de su adicción al sexo, como otros famosos y famosetes que habían pasado por esa clínica y seguirían pasando. Aquellas aventuras tan delirantes que muchos críticos alabaron la imaginación del autor de lo que consideraban la novela erótica más sorprendente de los tiempos modernos, que abría nuevos horizontes al género, pasaron ante mí sin orden ni concierto, mezclándose con lo que había sido mi vida de hijo único mimado y preservado, o al menos lo habían intentado, de lo que ellos consideraban un ambiente sórdido que les avergonzaba, más propio de una juventud sin riendas que de una vida normal y políticamente correcta. Ahora entendía su férrea oposición a que yo siguiera los pasos de mi padre. Por lo visto yo no había tenido aún mi primera experiencia como gigoló, aunque Lily estaba más que dispuesta a facilitarme el camino. El regalo de aquel deportivo era el primer cebo para que perdiera escrúpulos y apartara dudas, algo que no era necesario, puesto que de entre todos los oficios y trabajos en aquella perversa sociedad capitalista, el de gigoló era el que más me atraía y el que me parecía más honrado y moral. De aquella manera tan insólita había llegado a Crazyworld, a lomos de un corcel fogoso y carísimo que ahora sin duda permanecería convertido en chatarra entre los árboles de aquella carretera que no podía situar en el mapa, tal vez porque la amnesia no me había privado de un conocimiento que no poseía.

Junto con aquel torrente de recuerdos también llegaron algunos matices de mi personalidad, como mi pasión por la lectura, el arte y la cultura que habían sido una de las mejores cualidades de mi padre. Eso me permitió saber de dónde venían aquellos destellos en la noche, cuando era capaz de hablar de cosas que supuestamente no sabía. No tenía muy claro si mi personalidad y carácter, ahora recobrados, me gustaban tanto como podían disgustarme. Era un hombre nuevo, no un amnésico que pensaba, sentía y actuaba en base a impulsos desconocidos y oscuros. Deseé estar en aquella escena y no sobre la cama de un búnker, en Crazyworld, siendo montado por una mujer tan deliciosa como demoniaca. No tenía duda alguna de que Kathy se había vuelto loca. El que no fuera culpa suya sino de aquellos desalmados de Mr. Arkadin y el profesor Cabezaprivilegiada, no la libraba de su responsabilidad. Lo único importante para mí era salir vivo de aquella historia gótica de vampiros, fantasmas, profesores chiflados, millonarios sin riendas y locos encantadores, recluidos a la fuerza. Solo un milagro podía librarme de la muerte, el fin de todo. Y ese milagro estaba muy difícil. Porque estaba comenzando a notar el latido de mi corazón, muy suave, muy lejano, pero sin duda desbocado, como un caballo aterrorizado, huyendo de humanos locos que pretendían abatirlo.

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