domingo, 11 de agosto de 2024

EL BUSCADOR DEL DESTINO XII

 


Pienso que si no acabo de arreglar la valla puede que mañana sea demasiado tarde, la temperatura va subiendo, según el móvil, el calor se hará pronto insoportable. Mejor terminar hoy que intentarlo mañana con una subida en cohete del termómetro. Pero antes tengo que desayunar, mejor dicho, antes tengo que dar el desayuno a los gatitos, a todos, eso es lo primero. Me cuesta crearme una rutina, automatizar los hábitos cotidianos imprescindibles. Debo hacerlo porque si no estaré siempre recordando que me he olvidado de algo y vuelta a empezar. Está bien, primero los gatitos, primero mamá gata y sus gatines. Ya está. Salgo al jardín. Hace un calorazo horrible, me pondría en chichas, pero puede que pase alguna mujer del pueblo y se escandalice y haría bien, es un escándalo verme a mí en chichas. Tengo que bajar de peso, tengo que bajar de peso… es un mantra que llevo repitiendo años y años. Este pueblo parece un monasterio, silencio absoluto, no sé cuántos habitantes tendrá, ni una docena. No se oyen coches, no se oye nada, salvo algún pájaro, no muchos, porque los gatos deben de dar buena cuenta de los pobres pajarillos. Ahora que he llegado yo, el benefactor, no tendrán que cazar para sobrevivir. ¡Pobres pajaritos! Me dan mucha pena. Me dan mucha pena todos los animalitos, les salvaría a todos si pudiera. Soy un hipocritilla de mucho cuidado, si quisiera salvar a todos los animales empezaría por no comer carne. A saber los cerdos, las vacas, los terneritos, los pollos, los… que habrán matado para darme de comer solo a mí. Si dejara de comer carne, ¿cuántos animales se salvarían? Me parece que ninguno, porque las empresas cárnicas no sabrían que yo he dejado de comer carne y seguirían matando igual. El supermercado tiraría la carne que le sobra porque yo ya no compro carne. Y santas pascuas. Todo seguiría igual. Esto tiene que ser cosa de todos. Dejar de comer carne y cultivar lechuga, cosa buena. No creo que nos fuéramos a morir por falta de proteína y nos vendría bien adelgazar a todos, más a los gordos como yo. Me pregunto qué sería entonces de los animales si ya no nos los comemos. Porque habría que hacer algo con ellos. Esterilizarlos, claro, pero mientras dejan de tener descendencia, ¿dónde los ponemos? ¿Granjas no de engorde, solo para que los animales tengan una buena vida? Muy bien, y quién las paga. El Estado, claro, porque ningún particular cuidaría animales si no saca algo de ellos. Papá Estado se tiene que hacer cargo de todo y no puede, salvo que nos fría a impuestos. Si fuera multimillonario me compraría una gran isla desierta, de clima templadito, allí llevaría a todos los animales que pudiera y les alimentaría, les cuidaría, les daría mimitos y ellos serían felices y yo más.

 

Todo esto lo voy pensando mientras pongo el pienso en los diferentes comederos y el agua en los diferentes bebederos. En algo tengo que pensar, no puedo pasar el resto de mi vida haciendo cosas, sin pensar. Eso no va conmigo. Así que pienso, imagino, me planteo cosas, me replanteo las cosas que ya me he planteado, medito, imagino, soy fantasioso, creativo, soy la repera en verso, pero no puedo dejar de pensar mientras hago cualquier cosa. Cuando termino, desayuno yo, con sobriedad y algo de prisa. Puede que hoy sea el último día de tregua. El calor se va haciendo insoportable. Se me ocurre que como hay manguera en el jardín, podría darme una buena ducha y permanecer en chicha picada, no toda la chicha, solo la parte de arriba. Aún no conozco a nadie del pueblo. No me gustaría empezar asustando a las mujeres. Dicho y hecho. Lo hago. Saco la caja de herramientas y me pongo a la faena con todo el ánimo que puedo, que no es mucho, pero suficiente para este calor. Los gatos dejan a veces de comer y me miran. Aún no hay confianza entre nosotros como para dejar de mantener la distancia de seguridad. Bueno, ellos a lo suyo y yo a lo mío. El dedo me molesta un poco. Procuro estar atento, centrado y dejar de pensar en todo o me llevaré un dedo por delante. Atornillo y atornillo, a veces golpeo con el martillo, soy concienzudo. Pero no puedo evitar pensar en algo. Por ejemplo, en lo que voy a comer hoy. Me gustaría hacerme una buena ensaladilla rusa, bien fresquita, con una cerveza fría, bien fría. Y para segundo, algo rápido, un filete con patatas, por ejemplo. Vaya, pronto he renunciado a hacerme vegetariano. He oído que ahora están experimentando con carne artificial de laboratorio. Eso estaría bien. Que toda la comida fuera artificial, de laboratorio, sacada de los minerales, de las piedras, porque los vegetales también tienen vida y sienten. O al menos eso parece. Todo lo que se mueve está vivo, todo lo que está vivo, siente. Menos mal que las piedras no se mueven porque si no podemos comer piedras no tendremos nada para comer y nos moriremos de hambre.

 

Esto es una mierda. Otra vez se me ha ido la cabeza y he escogido un tornillo demasiado grande. Ahora debo doblarlo a martillazos. Céntrate, tío, céntrate en lo que estás haciendo. A pesar de ello estoy contento, los gatos hace rato que desayunaron y regresaron a sus quehaceres, ni siquiera queda Silvestre, el asilvestrado. Debe ser mediodía, hace un calor espantoso. Estoy sudando como un cerdo. ¡Pobres cerdos! Pienso en darme otra ducha. No, se me ocurre que mejor me bebo una birra y me fumo un pitillo a la sombra. Me lo he merecido. No terminaré hoy la faena, pero no importa, no ha sido culpa mía que las vacas tiraran las vallas, además no me corresponde a mí, como inquilino arreglar este desaguisado. Soy demasiado bueno. Mira, que le den a la valla. Entro a por una cerveza bien fría. Busco un banco a la sombra. Enciendo un pitillo, a pesar del calor que hace, que hasta la brasa de un cigarrillo parece que puede aumentar la temperatura. Bueno, de momento soy feliz. Estoy de vacaciones, en un sitio tranquilo, monástico. Lo peor que puede pasarme es la ola de calor. Tal vez tenga que comprarme un ventilador. Bueno, lo peor, lo peor que puede pasarme, no. La imaginación se dispara. ¿Qué cosas malas me podrían pasar?

 

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