LOS PERVERTIDOS DE ANABÉL II

Zoilo Gutierrez, Zoilín, como era conocido en la profesión, era un hombrecillo de unos cuarenta años, tan bajito que un mal pensado hubiera imaginado lo pequeño que debería ser el instrumento que tenía entre las piernas. Y así era. En cambio las dos pelotas que acompañaban al pequeño instrumento musical bien hubieran podido ser huevos de avestruz. A pesar de una operación realizada durante su estancia en París, lo cierto es que daba miedo contemplar lo que tenía entre las piernas. Estaba tan obsesionado con «este regalo de la naturaleza», que buscó toda clase de soluciones (hasta se puso en manos de un cirujano plástico para alargar su pene y a punto estuvieron de cortárselo, debido a una infección con el resultado que aún le quedó más pequeño y las pelotas igual de grandes). Tenía cara de mala leche y un bigote casi más grande que su cara. Zoilín se dedicaba a la prensa del corazón. En aquellos años no era lo que con el tiempo ha llegado a ser, aunque ya se adivinaban las monstruosidades de la criatura en cuanto creciera un poco.
Zoilín se dedicaba a las tareas más sucias e ingratas: esparcir rumores sin fundamento, espiar por cuenta de unos y de otros y lo más mezquino de todo, escribía los sueltos incensando a los famosos que pagaban previamente el incienso y lo que hiciera falta. Sus trapacerías de rata cloaquera le llevaron a callejones sin salida en los que a punto estuvo de perder la vida. Lily se enteró de que andaban tras él (Lily se enteraba de casi todo) y decidió ayudarle con la intención de ponerlo a su servicio. Mandó a Gervasio, su guardaespaldas de toda la vida y jefe de su «servicio de seguridad privado», a echarle un cable. Lo escondieron hasta que pasó la tormenta y luego Lily habló con él largamente. De esta forma Zoilín, sin dejar de ser reportero intrépido en asuntos del cuore, se hizo más precavido y asumió otras funciones secretas. Espiaba para Lily las debilidades de los famosos y de esta manera se pudo hacer con alguna famosilla dispuesta a vender su cuerpo para mi querida celestina, a cambio de un módico precio, ustedes me entienden. También soplaba a la oreja de los más lujuriosos dónde podían encontrar la horma adecuada para su instrumento. Esparcía los rumores que le interesaban a Lily, espiaba como un auténtico profesional y creo que hasta llegó a grabar escenas de camas de los personajes que más morbo producían en su dueña. Era un submundo cloaquero del que solo me enteraría a la muerte de la más grande estrella del negocio erótico de todos los tiempos. En su diario se recogían con todo detalle estos tristes episodios.
Zoilín a cambio de tanto trabajo recibía de Lily un abundante pago en especie, sin restricciones. Se acostaba con las pupilas de mi amada celestina, o sea mis compañeras de catre, con el único requisito de concertar previamente la cita cuando no hubiera mucho trabajo de campo. Se acostó con todas y hasta puede que con alguna menor que Lily pidió prestada de otros negociantes del sexo para pagar favores extremos. Ni siquiera la que fuera mi angel del sexo menciona estos detalles en su diario, pero Anabél me confió, a la muerte de su patrona, que a pesar del asco que Lily sentía por involucrar a menores en el negocio del sexo, puede que llegara a utilizarlos como armas en alguno de sus momentos más apurados. Aquello me desagradó profundamente y la hubiera abandonado de enterarme, antes de su muerte, cuando accedí al diario que guardaba en su caja fuerte. El sexo para mi es placer, no un comercio en el que todo vale, un instrumento para alcanzar el poder o la forma de satisfacer las perversiones más repugnantes del ser humano a cambio de dinero.
Zoilín se cansó pronto de todo puesto que no encontraba remedio a sus desgracias. Se cachondeaban de su pililita, de sus huevos de avestruz y de la rapidez con que se empalmaba y regaba lo que tuviera más a mano. Era uno de los eyaculadores precoces más rápidos en la historia del Oeste erótico. Curiosamente no sufría de impotencia, rara vez dejaba de empalmarse a la vista de una escena excitante. Pero esta debilidad que ningún tratamiento pudo curar le hacía desear más el divertimento «de visu» que la penetración. Pocas veces lo lograba y en estas pocas rara vez pasaba de los diez segundos, ese era su record de inmersión en profundidades. Cuando descubrió que Anabél no solo era incapaz de reírse de su «desgracia» sino que resultaba maternal, complaciente y dispuesta a satisfacer sus caprichos, se la adjudicó casi en exclusiva. Durante un tiempo Lily le dejó a mamá Anabél para que lo cuidara como a un niñito desgraciado. Luego le quitó a su mamá, reservándola como regalito precioso cuando el niño era bueno.
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