viernes, 13 de junio de 2014

MARIANELA LA CRITICONA I



                 
             EL CIRCO DE SLICTIK PRESENTAAA


               MARIANELA LA CRITICONA

                   POR EL NARRAADOR DECRÉPITO

Ya desde niña deseaba ser por encima de todas las cosas una especie de "arbiter elegantiae" sobre todos los temas y en todos los entornos imaginables. No queda duda alguna sobre el alto concepto que tenía ella de la elegancia, la cualidad más sublime del ser humano según su muy extensa y aquilatada escala de valores. Cuentan o cotillean, que viene a ser lo mismo, de su curiosa manía  de vestir a sus muñecas con diseños propios esbozados en su imaginación durante las largas que pasaba sentada delante del televisor. Sus padres se asombraban de que no viera nunca dibujos animados y sí las secciones de sociedad de los telediarios y otros programas dedicados al buen vivir de la gente bien. Especialmente le encantaban tanto los modelitos de los grandes modistos que portaban las señoras de alta alcurnia y bolso repleto. Si normalmente se comía las uñas de ansiedad, en estos momentos, claves en su vida, cuando una reina de la elegancia hacía su aparición en la pequeña pantalla llegaba al histerismo de la fan dando grititos y saltitos que revolucionaban su hogar de clase media tirando a baja.

El mundo de la alta burguesía fascinaba su imaginación desbocada de adolescente de tal forma que hubiera vendido su alma al diablo por una fortuna que la permitiera o permitiese codearse con lo más granado de aquellos maravillosos dioses de suaves y exquisitas maneras, vestimenta divina y elegancia suprema y absoluta. Marianela era entonces una adolescente saltarina que ignoraba lo que todos los viejos decrépitos (el cronista lo es) sabemos sobradamente. Quien pone su meta en parecer o en ser como los otros ya ha vendido su alma al diablo. Es sólo cuestión de tiempo el que esto se acabe notando.

Marianela huía de la gente de su entorno. No eran suficientemente "elegantes" para ella, decía torciendo sus preciosos labios en una mueca repugnante. No tenía amigas y no admiraba a ningún jovencito ni por su cuerpo "belo" ni por su inteligencia natural o artificial. Ninguno de ellos tenía "modales". No sabían ni lo que era la "elegancia".

Sus padres decidieron internarla en un colegio de monjitas por ver si allí mejoraban sus estudios y hacía alguna amiguita de cuna de caoba y no de aglomerado. Lo cierto es que llegó a admirar a aquellas deliciosas mujercitas de hábito que hubiera repudiado hasta el modisto más progre. A pesar de su rigidez extrema ella encontraba ciertos atisbos de elegancia en ellas.

Fue por entonces cuando descubrió de forma visceralmente apasionada lo que deseaba ser en la vida y no precisamente cuando fuera mayor porque la pobre Marianela lo fue desde que el chupete rozara sus preciosos labios. Quería ser periodista y llevar la sección de sociedad de algún diario o revista de primera línea. Y ello para no perderse ni una sola boda o evento social que mereciera la pena. En el internado compraba la revista "Mujer" con pasión de beata y la escondía bajo el colchón muy cuidadosamente para no ser descubierta. Con el tiempo las monjitas, que no eran tontas, llegaron hasta su tesoro con el resultado esperado. Profundamente decepcionadas y llorosas la conminaron a abandonar el internado sin ni siquiera atreverse a mirar su linda cara en un gesto de infinito desprecio que a Marianela no se le despintó nunca del subconsciente.

No le importó mucho, todo sea dicho, porque ya había decidido sobre su vida y nada ni nadie le iba a impedir alcanzar su meta de cronista social, de "arbiter elegantiae". En la universidad indagó desesperadamente qué compañeras o compañeros tenían pedigrí suficiente para merecer sus plomizos desvelos hacia sus personas. Encontró algunos ejemplares de su agrado a los que ensalzó hasta la saciedad en la sección de la revista universitaria dedicada al sano cotilleo que ella misma se adjudicó de forma tan violenta e irreversible que nadie osó oponerse a su furia de bacante social.

Aquella preciosa jovencita vivía únicamente para su carrera, sus amigos elegantes y su prometedor futuro que acunaba entre sus brazos con instinto maternal inconmovible. Nada de noviazgos, nada de jueguecitos seductores, tan estúpidos y vacíos ellos. La meta estaba siempre ante su mirada recatada haciendo palpitar sus llamativos pechos que eran la comidilla de los donjuanes universitarios.


Su carrera fue fulgurante. La primera de su promoción, becaria en la revista "Mujer" para la que siguió durante una temporada eventos de segundo orden hasta adjudicarse una columna no de forma violenta pero casi. Nadie, ni los más avispados, llegaron a prever su éxito fulgurante. "Marianela se lo cuenta" llegó a ser de imprescindible comentario en tertulias peluqueras, cafeterías de cierta clase y no digamos en cócteles y otras reuniones de gente bien. En la redacción comenzaron a recibirse tal cantidad de correspondencia de admiradoras y sobre todo de admiradores que se creó una sección especial encargada de recoger en correos los sacos para no enfadar a los carteros y luego clasificar las cartas por su interés intrínseco pero sobre todo por el escalafón social de los remitentes.

Algunas lenguas viperinas apodabanla ya a escondidas "Marianela la criticona" por su reticencia beligerante a otorgar elegancia así como así. Había que merecer cada uno de sus elogios. Sus críticas a cualquier defectillo de tres al cuarto en la vestimenta o en las maneras de la buena gente llegaron a ser tan demoledoras que la directora de la revista, Dº Alva de América y señora del Excmo. Sr. D. Pastrana vizconde de la Filosera, se vio obligada a despedirla con harto dolor de su corazón ante la amenaza de los ofendidos de llevar a los tribunales a su revista y a todo el personal, incluido el conserje (¡qué bochorno, por favor!).

Esta fue la segunda gran tragedia en la vida de Marianela. Curiosamente todas sus desgracias tenían que ver con expulsiones, nunca con amoríos, lo que indica bien a las claras la dureza de su corazón. "De facto" fue contratada por varios diarios de prestigio y revistas rivales de la indiscutible lider en el género rosa. Razón por la cual pudo seguir ejerciendo su vocación de cronista con redoblado ahínco. Ni siquiera las disculpas muy sentidas de Dº Alva, años más tarde, logró atenuar la amargura de su ignominiosa expulsión. Se negó a volver a la revista de sus entretelas a la que vapuleó con saña indómita.

No crean ni por pienso que este decrépito cronista es un machista recalcitrante. Lo mismo que hay mujeres para todos los gustos hay hombres para todos los disgustos. Lo que ocurre, y se lo voy a confesar de inmediato antes de que me de el infarto, es que estoy profunda y dolorosamente enamorado de esta "bela" y elegante mujer. Permítanme que introduzca algo de mi achacosa vida en esta crónica elegante, es imprescindible para la historia, en serio. A Marianela la conocí cuando ella era tan solo una deliciosa becaria que seguía eventos de segundo orden en la capital. Un servidor que era un columnista de prestigio en el reputadísimo diario "Mundo cruel" tuvo que hacer una sustitución un verano de tórrido calor. El director me conminó con la puerta de la calle sino sustituía a la cronista rosa que estaba de vacaciones en no se qué bodorrio de postín. Lo hice a mi pesar pero fue el acierto de toda una vida dedicada a la belleza porque no me deslumbró la novia que iba muy escotada sino Marianela que escondía lo que todos imaginábamos, sus hermosos pechos, bajo un modelo de prestigioso modisto confeccionado exclusivamente para ella porque a ninguna otra se le hubiera ocurrido ni hubiera admitido nunca esconder la fruta prohibida y mucho menos las rodillas bajo aquel extraño modelito monjil.

Pero sigamos con la biografía de Marianela. Esta nunca perdonó a Doña Alva a la que puso de ajo perejil en su horno particular donde lo mismo se cuecen los odios más acendrados que la sumisión más deliciosa. La herida llegó a crear gusanera y eso que un servidor de ustedes nunca pudo acercarse lo suficiente para coger un gusano. Mi adorada se transformó en una mujer mezquina, vengativa y plena de complejos que intentaba disimular bajo una agresividad verbal sin parangón en la historia de la crónica rosa. Su lengua viperina era temida por Reyes y plebeyos. Ni el amor que rechazó con denuedo a lo largo de toda su vida, ni la madurez que llegó en forma de arrugas muy disimuladas, logró calmar sus ansias de venganza. No se la conocía amor alguno aunque las malas lenguas dicen que se acostaba muy descretamente eso si con los hombres más elegantes del planeta fueran aristócratas sin un duro o simples ricos. Los desheredados de la fortuna estábamos fuera del alcance de su poderosa mirada. Una entre sus muchas frases se hizo célebre a lo largo del tiempo. "El pobre nunca puede ser elegante". Pasó a la antología de las máximas de Marianela, libro editado en rústica por Editores del corazón asociados.

Cuando el viejo, decrépito, pobre e impresentable cronista de esta historia pone las riendas a su desbocada crónica ella, la Marianela de mi corazón, tiene unos cuarenta años que más bien son ciencuenta, es una de las mujeres más elegantes del mundo según la revista "Mujeres elegantes". No puedo traducir con exactitud estos títulos porque este viejo decrépito siempre fue un "negao"  para los idiomas aunque en inglés creo que viene a ser algo así como "Women no se qué".

Se ha hecho la estética un par de veces, en pecho y rostro ( su trasero sigue levantando pasiones machistas) y es propietaria una cadena de revistas y diarios para la mujer que dicen en inglés "Women no se cual". Les traduzco al castellano viejo que es lo mío: "Mujeres, elegancia y estética y no sé qué más". Esta cadena de empresas, creo que en inglés se dice holding pero no estoy muy seguro, se completa con varios canales televisivos en los países más elegantes del mundo como son Paris-la-France, Nueva York-Usa y Barselona-Madrid-Spain y otros que me callo porque necesito usar el vaporizador. Sí, no se asusten ustedes, además de viejo y decrépito soy asmático lo que me obliga a llevar siempre conmigo este estúpido artilugio y usarlo en los momentos más oportunos e incluso en los más inoportunos.

Aprovechando el momento más oportuno me despido hasta la próxima crónica. En el próximo episodio podrán ver a Marianela  al desnudo y por favor reitero que no me tilden de machista. Mi amor por ella es tan puro que debo enchufarme unas cuantas dosis de vaporizador para contaminarlo un poco. Fue el gran amor de mi vida y a pesar de mis reiteradas proposiciones formales y mis apasionados y violentos asedios informales nunca fui admitido en su pequeño círculo, en su "petite comité".

¡Ay, Marianela, Marianela!. Te llevaste mi corazón en el primer encuentro. ¡Lástima esta falta de elegancia congénita! ¡Mecachis!


 Continuará si puedo superar esta crisis asmática.

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