EL CIRCO DE SLICTIK PRESENTAAA
MARIANELA LA CRITICONA
POR EL NARRAADOR DECRÉPITO
Ya
desde niña deseaba ser por encima de todas las cosas una especie de
"arbiter elegantiae" sobre todos los temas y en todos los entornos
imaginables. No queda duda alguna sobre el alto concepto que tenía ella de la
elegancia, la cualidad más sublime del ser humano según su muy extensa y
aquilatada escala de valores. Cuentan o cotillean, que viene a ser lo mismo, de
su curiosa manía de vestir a sus muñecas
con diseños propios esbozados en su imaginación durante las largas que pasaba
sentada delante del televisor. Sus padres se asombraban de que no viera nunca
dibujos animados y sí las secciones de sociedad de los telediarios y otros
programas dedicados al buen vivir de la gente bien. Especialmente le encantaban
tanto los modelitos de los grandes modistos que portaban las señoras de alta
alcurnia y bolso repleto. Si normalmente se comía las uñas de ansiedad, en
estos momentos, claves en su vida, cuando una reina de la elegancia hacía su
aparición en la pequeña pantalla llegaba al histerismo de la fan dando grititos
y saltitos que revolucionaban su hogar de clase media tirando a baja.
El
mundo de la alta burguesía fascinaba su imaginación desbocada de adolescente de
tal forma que hubiera vendido su alma al diablo por una fortuna que la
permitiera o permitiese codearse con lo más granado de aquellos maravillosos
dioses de suaves y exquisitas maneras, vestimenta divina y elegancia suprema y
absoluta. Marianela era entonces una adolescente saltarina que ignoraba lo que
todos los viejos decrépitos (el cronista lo es) sabemos sobradamente. Quien
pone su meta en parecer o en ser como los otros ya ha vendido su alma al
diablo. Es sólo cuestión de tiempo el que esto se acabe notando.
Marianela
huía de la gente de su entorno. No eran suficientemente "elegantes"
para ella, decía torciendo sus preciosos labios en una mueca repugnante. No
tenía amigas y no admiraba a ningún jovencito ni por su cuerpo "belo"
ni por su inteligencia natural o artificial. Ninguno de ellos tenía
"modales". No sabían ni lo que era la "elegancia".
Sus
padres decidieron internarla en un colegio de monjitas por ver si allí
mejoraban sus estudios y hacía alguna amiguita de cuna de caoba y no de
aglomerado. Lo cierto es que llegó a admirar a aquellas deliciosas mujercitas
de hábito que hubiera repudiado hasta el modisto más progre. A pesar de su
rigidez extrema ella encontraba ciertos atisbos de elegancia en ellas.
Fue
por entonces cuando descubrió de forma visceralmente apasionada lo que deseaba
ser en la vida y no precisamente cuando fuera mayor porque la pobre Marianela
lo fue desde que el chupete rozara sus preciosos labios. Quería ser periodista
y llevar la sección de sociedad de algún diario o revista de primera línea. Y
ello para no perderse ni una sola boda o evento social que mereciera la pena.
En el internado compraba la revista "Mujer" con pasión de beata y la
escondía bajo el colchón muy cuidadosamente para no ser descubierta. Con el
tiempo las monjitas, que no eran tontas, llegaron hasta su tesoro con el
resultado esperado. Profundamente decepcionadas y llorosas la conminaron a
abandonar el internado sin ni siquiera atreverse a mirar su linda cara en un
gesto de infinito desprecio que a Marianela no se le despintó nunca del
subconsciente.
No
le importó mucho, todo sea dicho, porque ya había decidido sobre su vida y nada
ni nadie le iba a impedir alcanzar su meta de cronista social, de "arbiter
elegantiae". En la universidad indagó desesperadamente qué compañeras o
compañeros tenían pedigrí suficiente para merecer sus plomizos desvelos hacia
sus personas. Encontró algunos ejemplares de su agrado a los que ensalzó hasta
la saciedad en la sección de la revista universitaria dedicada al sano cotilleo
que ella misma se adjudicó de forma tan violenta e irreversible que nadie osó
oponerse a su furia de bacante social.
Aquella
preciosa jovencita vivía únicamente para su carrera, sus amigos elegantes y su
prometedor futuro que acunaba entre sus brazos con instinto maternal
inconmovible. Nada de noviazgos, nada de jueguecitos seductores, tan estúpidos
y vacíos ellos. La meta estaba siempre ante su mirada recatada haciendo
palpitar sus llamativos pechos que eran la comidilla de los donjuanes
universitarios.
Su
carrera fue fulgurante. La primera de su promoción, becaria en la revista
"Mujer" para la que siguió durante una temporada eventos de segundo
orden hasta adjudicarse una columna no de forma violenta pero casi. Nadie, ni
los más avispados, llegaron a prever su éxito fulgurante. "Marianela se lo
cuenta" llegó a ser de imprescindible comentario en tertulias peluqueras,
cafeterías de cierta clase y no digamos en cócteles y otras reuniones de gente
bien. En la redacción comenzaron a recibirse tal cantidad de correspondencia de
admiradoras y sobre todo de admiradores que se creó una sección especial
encargada de recoger en correos los sacos para no enfadar a los carteros y
luego clasificar las cartas por su interés intrínseco pero sobre todo por el
escalafón social de los remitentes.
Algunas
lenguas viperinas apodabanla ya a escondidas "Marianela la criticona"
por su reticencia beligerante a otorgar elegancia así como así. Había que
merecer cada uno de sus elogios. Sus críticas a cualquier defectillo de tres al
cuarto en la vestimenta o en las maneras de la buena gente llegaron a ser tan
demoledoras que la directora de la revista, Dº Alva de América y señora del
Excmo. Sr. D. Pastrana vizconde de la Filosera, se vio obligada a despedirla
con harto dolor de su corazón ante la amenaza de los ofendidos de llevar a los
tribunales a su revista y a todo el personal, incluido el conserje (¡qué bochorno,
por favor!).
Esta
fue la segunda gran tragedia en la vida de Marianela. Curiosamente todas sus
desgracias tenían que ver con expulsiones, nunca con amoríos, lo que indica
bien a las claras la dureza de su corazón. "De facto" fue contratada
por varios diarios de prestigio y revistas rivales de la indiscutible lider en
el género rosa. Razón por la cual pudo seguir ejerciendo su vocación de
cronista con redoblado ahínco. Ni siquiera las disculpas muy sentidas de Dº
Alva, años más tarde, logró atenuar la amargura de su ignominiosa expulsión. Se
negó a volver a la revista de sus entretelas a la que vapuleó con saña
indómita.
No
crean ni por pienso que este decrépito cronista es un machista recalcitrante.
Lo mismo que hay mujeres para todos los gustos hay hombres para todos los
disgustos. Lo que ocurre, y se lo voy a confesar de inmediato antes de que me
de el infarto, es que estoy profunda y dolorosamente enamorado de esta
"bela" y elegante mujer. Permítanme que introduzca algo de mi
achacosa vida en esta crónica elegante, es imprescindible para la historia, en
serio. A Marianela la conocí cuando ella era tan solo una deliciosa becaria que
seguía eventos de segundo orden en la capital. Un servidor que era un
columnista de prestigio en el reputadísimo diario "Mundo cruel" tuvo
que hacer una sustitución un verano de tórrido calor. El director me conminó
con la puerta de la calle sino sustituía a la cronista rosa que estaba de
vacaciones en no se qué bodorrio de postín. Lo hice a mi pesar pero fue el
acierto de toda una vida dedicada a la belleza porque no me deslumbró la novia
que iba muy escotada sino Marianela que escondía lo que todos imaginábamos, sus
hermosos pechos, bajo un modelo de prestigioso modisto confeccionado
exclusivamente para ella porque a ninguna otra se le hubiera ocurrido ni
hubiera admitido nunca esconder la fruta prohibida y mucho menos las rodillas
bajo aquel extraño modelito monjil.
Pero
sigamos con la biografía de Marianela. Esta nunca perdonó a Doña Alva a la que
puso de ajo perejil en su horno particular donde lo mismo se cuecen los odios
más acendrados que la sumisión más deliciosa. La herida llegó a crear gusanera
y eso que un servidor de ustedes nunca pudo acercarse lo suficiente para coger
un gusano. Mi adorada se transformó en una mujer mezquina, vengativa y plena de
complejos que intentaba disimular bajo una agresividad verbal sin parangón en
la historia de la crónica rosa. Su lengua viperina era temida por Reyes y
plebeyos. Ni el amor que rechazó con denuedo a lo largo de toda su vida, ni la
madurez que llegó en forma de arrugas muy disimuladas, logró calmar sus ansias
de venganza. No se la conocía amor alguno aunque las malas lenguas dicen que se
acostaba muy descretamente eso si con los hombres más elegantes del planeta
fueran aristócratas sin un duro o simples ricos. Los desheredados de la fortuna
estábamos fuera del alcance de su poderosa mirada. Una entre sus muchas frases
se hizo célebre a lo largo del tiempo. "El pobre nunca puede ser
elegante". Pasó a la antología de las máximas de Marianela, libro editado
en rústica por Editores del corazón asociados.
Cuando
el viejo, decrépito, pobre e impresentable cronista de esta historia pone las
riendas a su desbocada crónica ella, la Marianela de mi corazón, tiene unos
cuarenta años que más bien son ciencuenta, es una de las mujeres más elegantes
del mundo según la revista "Mujeres elegantes". No puedo traducir con
exactitud estos títulos porque este viejo decrépito siempre fue un
"negao" para los idiomas
aunque en inglés creo que viene a ser algo así como "Women no se
qué".
Se
ha hecho la estética un par de veces, en pecho y rostro ( su trasero sigue
levantando pasiones machistas) y es propietaria una cadena de revistas y
diarios para la mujer que dicen en inglés "Women no se cual". Les
traduzco al castellano viejo que es lo mío: "Mujeres, elegancia y estética
y no sé qué más". Esta cadena de empresas, creo que en inglés se dice
holding pero no estoy muy seguro, se completa con varios canales televisivos en
los países más elegantes del mundo como son Paris-la-France, Nueva York-Usa y
Barselona-Madrid-Spain y otros que me callo porque necesito usar el
vaporizador. Sí, no se asusten ustedes, además de viejo y decrépito soy
asmático lo que me obliga a llevar siempre conmigo este estúpido artilugio y
usarlo en los momentos más oportunos e incluso en los más inoportunos.
Aprovechando
el momento más oportuno me despido hasta la próxima crónica. En el próximo
episodio podrán ver a Marianela al
desnudo y por favor reitero que no me tilden de machista. Mi amor por ella es
tan puro que debo enchufarme unas cuantas dosis de vaporizador para
contaminarlo un poco. Fue el gran amor de mi vida y a pesar de mis reiteradas
proposiciones formales y mis apasionados y violentos asedios informales nunca fui
admitido en su pequeño círculo, en su "petite comité".
¡Ay,
Marianela, Marianela!. Te llevaste mi corazón en el primer encuentro. ¡Lástima
esta falta de elegancia congénita! ¡Mecachis!
Continuará si puedo superar esta crisis
asmática.
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