lunes, 16 de junio de 2014

EL PROFESOR ALIEN II



EL PROFESOR ALIEN II

El Sr. Buenavista termina su recorrido tomando filiaciones de las personajes de la Torre de Bable. Antes de acercarse al despacho del Sr. Aladro, abogadro, decide tomarse un respiro y sube a la terraza desierta (el día está nublado sobre París.La France). Se deja caer sobre una tumbona sin hacer caso de las cuatro gotas que comienzan a caer en ese momento.
Reflexiona sobre la increíble variedad de personajes y su varipinta condición de todo tipo. Como nos suele suceder en estos casos Buenavista no se mira al espejo por lo que no puede imaginarse la imagen que él da a los ojos de los demás. El más surrealista de todos es sin duda el profesor Alien. ¿Quién es en realidad este tipejo? ¿Se llama realmente así?
Tras varios minutos de intensa meditación sobre el personaje el aguacero descarga sin compasión y se ve obligado a entrar bajo techado. Decide entregar las filiaciones al Sr. Aladro a quien encuentra en su despacho. Los pies sobre la mesa, sin zapatos y sin calcetines, las plumas de hueso golpean una y otra vez sobre el legajo de papeles como si quisiera horadarla. Sin una palabra Buenavista deja la lista sobre el legajo y la pluma de Aladro golpea sobre ella. No dice nada y Buenavista le saca la lengua. Aladro se encoge de hombros y sigue percutiendo.
Ya en el pasillo Buenavista decide entrevistarse con CArl Future. Toma el ascensor, baja hasta el sótano y golpea con los nudillos a la puerta tras la que Future vigila que todo en la Torre de Babel permanezca en calma. Nadie responde así que abre la puerta.
Future teclea en un panel. Las imágenes de los monitores cambian. No se ha apercibido de su llegada. Buenavista se sitúa tras él y observa los monitores. En la escuela espiritualista Brunelli ha vuelto a roncar como un bendito mientras Milarepa no deja de hablar sobre los sueños. Por los pasillos las huestes de Candelaria recogen los aperos de limpieza dispuestos a marcharse una vez han logrado que la Torre parezca un edificio normal. En el hall el doctor Sun acompaña a Amab ilio y su comitiva. Como son tantos tienen que distribuirse en varios ascensores.
Buenavista se cansa de la sucesión de imágenes y decide hacerse notar, carraspea y Future ni caso, tose y lo mismo. Por fin pone su mano en el hombro del hombre y éste vota en el asiento. Saca su revolver y encañona a Bienvista. Al apercibirse de que se trata del economista vuelve el pistolón a su funda.
-Por Dios, Buenavista sea más prudente. Ahora podría muy bien tener un enorme agujero entre las cejas.
-No sea usted bruto, Future. Le bastaría con cerrar la puerta por dentro para no recibir estos sobresaltos.
-Es verdad. Me olvidé. Usted disculpe.
-Bueno, bueno, no pasa nada. Necesito de sus servicios.
-Usted dirá.
-¿Ha oído hablar del profesor Alien?
-Pues no. ¿Quién es?
-Ve. Ni siquiera usted sabe algo de ese tipejo.
-Le cuenta su sobresalto en la biblioteca.
-¿No podría consultar su ordenador y ver qué encuentra?
Future teclea como un desesperado. Al cabo de unos minutos se encoge de hombres.
-Nada. No hay nada sobre ese hombre. ¿Está seguro DE QUE NO SUFRIÓ UN ESPEJISMO, Buenavista?
-Seguro. Puede que haya utilizado otros nombres.
-Pues si no les conoce el ordenador no se les puede inventar.
-¿Y qué hacemos?
-Mire vaya a ver al profesor Alien y obtenga sus huellas dactilares.
-¿Cómo lo hago?
Future bufa.
-¡Leñe! Ofrézcale una bebida en un vaso y luego tome el recipiente con un pañuelo y tráigamelo.
-¿Y si no quiere beber?
-Pues ofrézcale un libro y haga lo mismo.
-Eso sí, seguro que no dice que no a un libro.
Buenavista sale pitando y Future se rasca la cabeza. La torre es la auténtica torre de Babel. Se dice en voz alta.

En la biblioteca todo sigue igual. Sobre la mesa el mismo montón de libros. ¿Pero dónde está Alien? Buenavista no puede verlo. Decide sentarse en la silla. Un terrible alfilerazo le hace votar y cae al suelo sobre la parte anatómica que usa habitualmente para sentarse.
Es entonces cuando puede ver al profesor Alien, sentado donde estuviera unas horas antes. En su mano derecha un enorme alfiler y en su boca una sonrisa desdibujada. ¿Cómo era posible que su presencia le pasara completamente desapercibida? ¿Acaso era un fantasma?

-¿Por aquí otra vez, Buenavista?  ¿Necesita algún dato más?
-No, todo está correcto, profesor Alien. Pensé que tal vez le aptecería comer y beber algo. Puedo acercarme a las cocinas y pedirle a Iñaki algo de comer. Se lo traeré en una bandeja.
-Muy amable, Buenavista, pero no necesita nada. Cuando me abismo en mis libros puedo pasarme varios días sin comer ni beber.

-Curioso. ¿Cómo lo hace?
-No suelo comer mucho habitualmente…
-Disculpe. Pero no me refería a eso. ¿Cómo es capaz de pasar desapercibido? Ni siquiera  puede verlo al entrar. Si no le importa me sentiría más tranquilo si guardara ese maldito alfiler.
-Claro, perdone. Lo llevo siempre conmigo porque es frecuente que alguien intente sentarse en mi silla como si yo no estuviera. En el caso de que se trate de una mujer atractiva no me suele importar, aunque no aguantan mucho sentadas en mis rodillas… por desgracia. Jejé.
Su risa era tan sutil y fantasmal como su rostro, como su cuerpo, como toda su persona. Buenavista. Se estremeció y decidió ponerse en pie. Observó perplejo cómo Alien se guardaba el enorme alfiler en una especie de cartuchera de acero que colgaba de su cuello. No la había visto antes porque el profesor la guardaba bajo la camisa, cuyos botones desabrochó antes con gran pericia.
Buenavista se acercó, sentándose al otro lado de la mesa.
-No ha contestado a mi pregunta.
-¡Oh, claro! Discúlpeme otra vez. La farsa de control de la invisibilidad es la más complicada de las farsas. Solo un auténtico maestro es capaz de hacerse invisible sin necesidad alguna de morir y transformarse en fantasma.
-Sigo sin comprender. ¿Podría ser más preciso?
-Claro. ¿Puede levantarme y traerme los Diálogos de Platón, ahí, justo a mis espaldas Buenavista, no podía creerse su buena suerte. Se levantó sacando el pañuelo doblado del bolso de su chaqueta se hizo con el libro que colocó discretamente al lado del profesor.

-¿No ha oído hablar de la caverna de Platón?
-Pues no, lo mío son las matemáticas, las estadísticas y la economía pura.
Alien se llevó un dedo a la boca, lo remojó bien y se puso a pasar páginas con más velocidad que un experto cajero. Buenavista entretando se frotaba las manos con disimulo. Por fin el profesor encontró lo que buscaba y leyó un párrafo que al dilecto economista le pareció pura literatura.
-En resumen. Platón creía que la realidad solo era un pálido reflejo de las ideas, luminosas y un pálido reflejo de las ideas, luminosas y deslumbrantes, de las que por una especie de clonación paupérrima procedía todo. La base de la invisibilidad está en apagar esa idea primigenia que late en todos nosotros y transformar su observación en una sombra discreta que puedda confundirse con el ambiente.
-No entiendo nada. ¿Cómo podría yo hacerme invisible?
Alien cerró el libro y lo apartó a un lado. Buenavista aprovechó que el profesor consultaba sus notas manuscritas para hacerse con el libro, envolverlo en su pañuelo y esconderlo bajo la chaqueta. Para sujetarlo introdujo la mano en el bolsillo y fue retrocediendo hacia atrás.
-Transfórmese en un mueble. Que los demás lo vean como parte de la decoración. Si se mueve hágalo como un mueble con patas. Estará unos metros más allá de donde estaba antes pero no llamará la atención. No hable sino le preguntan y si le preguntan diga los tópicos habituales. El interlocutor será incapaz luego de recordar si fue usted el que comentó que este verano hace mucho calor o fue el quiosquero habitual o lo oyó en el trabajo o en el ascensor…
Buenavista ya estaba cerca de la puerta de la biblioteca.
-Disculpe, profesor, me llama una urgencia. En otro momento seguiremos.
Buenavista al otro lado de la puerta no pudo controlar la curiosidad morbosa y miró hacia atrás. No pudo ver al Sr. Alien por lo que no tuvo la  seguridad de que el profesor ni le miraba, aunque hubviera apostado fuerte a que el dilecto sabio se había enfrascado de nuevo en sus libros.

Llegó con la lengua fuera y el libro asomando de los pantalones (no importaba porque el Sr. Alien no podía verlo y dudaba que ni siquiera le importara un comino lo que el estuviera haciendo) al reino tenebroso de Carl Future.

Echó mano del picaporte y adelantó un paso, lo que a punto estuvo de costarle un trompazo, porque la puerta estaba ahora cerrada. Llamó golpeando con los puños y luego a patadas. La puerta se abrió y Future asomó su cabeza futurista de pepino transgénico.
-¡Pero hombre! ¿De qué tiene usted miedo con ese pistolón al cinto?
-Fue usted quien me recomendó que cerrara por dentro. ¿Ya no se acuerda?
-Es cierto. Usted disculpe. ¡Uno tiene tantas cosas en la cabeza!
-Pase, pase. ¿Ha conseguido las huellas del presunto delincuente?
-Si, aquí están.

Buenavista le pasó el libro empañuelado y Future se apresuró en llegar al fondo del centro de control, abrió una puerta y Buenavista que lo había seguido, curioso, pudo ver un pequeño laboratorio criminalístico que en nada envidiaría al más moderno CSI televisivo.

Continuará.








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