martes, 8 de septiembre de 2015

EL CENTRO DE SEGURIDAD DE CRAZYWORLD


EL CENTRO DE SEGURIDAD DE CRAZYWORLD III




-Aquí nadie te molesta. Solo tienes que observar la precaución de cerrar por dentro el pestillo. Esto suele estar desierto, salvo dos o tres clientes que han montado bulla y necesitan calmarse durante algún tiempo. Eso sí, cuando Crazyworld se revoluciona las celdas de aislamiento se llenan hasta los topes y el doctor Sun suele habilitar los calabozos del centro de seguridad, para los menos zumbados, claro, porque no tienen las paredes acolchadas y ninguna cabeza es de goma. Se puede gritar lo que se quiera o rebotar en el catre o hacer el salto del tigre. Nada se transmite al exterior. De todas formas si quiere traer aquí a una mujer, será mejor que me lo diga con antelación para que pueda organizarlo todo. No me gustaría que te descubrieran y me j… el invento.

-Y de paso prueba también a la señora…

-Yo no te pido favores. Ahora bien, entre amigos esas cosas están demás. ¿No crees?

Permanecimos en silencio. Jimmy me había hecho un gesto de silencio, con el dedo en la boca. Me pregunté cómo podría haber escuchado nada en el exterior si las celdas estaban tan acolchadas como él decía. ¿Acaso tenía orejas de murciélago? Se levantó y caminó de puntillas hacia la puerta. La abrió y asomó la cabeza. Luego la abrió más y asomó el torso. Por fin la abrió del todo y dio unos pasos hacia el exterior. Regresó. La entornó ligeramente y se sentó a mi lado en el catre.

-Creí haber oído algo. Ya sé que pensarás que es imposible, estando la puerta cerrada, pero si alguna vez pasas un mes aquí tus oídos se te agudizaran de tal forma que creerás escuchar todas las conversaciones de Crazyworld. No debería haber nadie por aquí, al menos durante una hora. Pero será mejor que nos larguemos.

Jimmy me tomó de la mano y me hizo un gesto con la otra hacia los pies. Intenté caminar como lo hacía él, casi de puntillas. El pasillo se me hizo muy largo. Una puerta tras otra nos arrastramos como gusanos bailando el Lago de los cines. Cuando llegamos al final del pasillo me dolían los pies, las piernas, la espalda, me dolía todo el cuerpo. El Pecas movió el picaporte, nada. Entonces sacó una especie de cartera del bolsillo de su americana y hurgó en la cerradura como un delincuente consumado. Esta se abrió con un clic.

Pasamos al otro lado, donde todo estaba oscuro como boca de lobo. Fui a decirle a Jimmy que aún conservaba mi encendedor en el bolsillo. En realidad no recordaba muy bien si era el mío o alguien se lo había dejado en la ropa que me dieron al salir de la enfermería. Lo cierto es que me había encontrado con aquel mechero al meter la mano por primera vez en el bolsillo y había decidido guardarlo allí por si las moscas. El Pecas se me adelantó. Me susurró al oído que no debería hablar ni encender ninguna luz. Allí había cámaras y nos verían de inmediato en cuanto hiciéramos el menor ruido.
Me deslicé tras aquel fantasma y al cabo de unos segundos doblamos a la derecha. Jimmy cerró tras sí otra puerta con cuidado y encendió una luz tenue, oprimiendo un interruptor en la pared. Nos encontrábamos en una especie de hall, con algunos sillones alrededor de una mesita de salón. Parecía como una especie de sala de espera. En lo alto de una formidable puerta blindada pude ver una cámara de televisión. Jimmy hizo un gesto con los dedos de la mano derecha. La cámara se movió hacia nosotros. Mi compañero hizo un gesto muy expresivo con el dedo índice de la mano derecha hacia arriba. ¡Estaba loco! ¿Acaso pretendía que nos esposaran y encerraran en un calabozo? Y eso sería lo mejor que podría pasarnos, porque si salía un guardia de seguridad, nos ponía las esposas y se liaba a mamporros con nosotros juro que en cuanto pudiera apalearía a aquel mastuerzo hasta acabar con él.




La puerta comenzó a deslizarse con suavidad, con lentitud exasperante. Cuando se hizo una abertura suficiente Jimmy me invitó a pasar, con un leve gesto de cabeza. Me negué a ser el primero. ¿Y si al otro lado aguardaba un guardia de seguridad con una buena porra, dispuesto a descargarla sobre mi cabeza? El Pecas leyó en mis ojos el pensamiento que me acuciaba. Hizo una suave pedorreta y pasó el primero. No escuché el típico ruido de un cráneo roto por un bate de beisbol o una porra de goma. Eso me animó bastante y crucé la línea dimensional que me separaba de otro universo con ciertas garantías de que nada malo me sucedería, al menos durante los primeros segundos.

Si en algún momento se me ocurrió pensar que estaba entrando en la cueva de Alí Babá, me equivoqué de plano. Aquella era la cueva de los policías que atrapan a los ladrones que guardan los tesoros en cuevas de Alí Babá. Solo que allí no había otro tesoro que la intimidad de unos pobres locos. Nos encontrábamos en una especie de plataforma, con el suelo enmoquetado, imagino que para que los pies no produjeran el menor sonido al pisar o deambular por aquella especie de jaula de los leones. Se trataba de una circunferencia amplia, construida de metal, con grandes ventanales provistos de gruesos cristales, a través de los que ahora no podía verse nada, porque las amplias y compactas persianas estaban todas bajadas. La iluminación venía del alto techo, gracias a unas lámparas o focos dirigidos hacia abajo y cubriendo todas las direcciones posibles. En medio del círculo había una pequeña plataforma elevada y en ella una silla anatómica muy cómoda y una especie de estantería con varios monitores.

La silla estaba de espaldas a mí, por lo que no pude ver a la persona que la ocupaba. Jimmy se estaba dirigiendo hacia allí, sin mucha prisa y con la espalda ligeramente encorvada, como si temiera algo o alguien le diera un poco de miedo. La plataforma giraba, aunque con mucha lentitud, razón por la que no me di cuenta al principio. Me quedé esperando a que la silla se me enfrentara y pudiera ver a su ocupante. Mejor mantenerse a una distancia prudencial mientras no sepas con quién te juegas los cuartos… o el cráneo.

Antes de que El Pecas llegara a la plataforma ésta había completado parte del giro y pude ver al dichoso ocupante de la silla. Digo mal, porque el dichoso no fue el ocupante, sino yo. Una mujer se puso de pie y miró a Jimmy con una mirada que no sabría cómo clasificar o catalogar. Me rasqué la cabeza, pensando que era la amnesia la que me impedía encontrar palabras. Las palabras justas para describir la mirada que la mujer dirigía a Jimmy y las palabras exactas, sin el menor deseo de exagerar, suficientes para describir aquel cuerpo, aquella persona, semejante mujer. ¡Guaaauuuu!
Era una joven alta, yo diría que casi tanto como yo, pelirroja, una hermosa melena acariciaba unos hombros hermosos, enfundados en una chaqueta que formaba parte del uniforme, de un color azulado, con una línea roja en las mangas. El pantalón era del mismo color y la raya roja más gruesa. Cuando terminé el recorrido por las largas piernas me encontré que los pies no estaban embutidos en botas militares, como esperaba, sino en unas graciosas, casi diría divinas, sandalias, también azuladas, de tacón alto. Regresé hacia arriba y de paso me fijé en las caderas, amplias, armonizando con una cinturita frágil y muy deseable. Los pechos no se veían bien, quiero decir ni bien ni mal, puesto que estaban ocultos bajo la camisa del uniforme, blanca, con todos los botones en sus ojales y sin el menor escote. Uno se imaginaba su tamaño y forma, pero poco más, y ello con cierta dificultad. El cuello largo, como de cisne de ballet y… Cuando llegué a los ojos, casi caigo de culo. Eran preciosos y de una intensidad deslumbrante. Claros, no sabría decir si azules o verdosos. Tan bellos y tan mortales como un rayo laser preparado para la guerra. Porque eso es lo que pensé tras reflexionar mucho, que la mujer estaba en guerra con Jimmy y que a mí no me había visto aún o si eso no era cierto lo disimulaba muy bien.



¡Guaaauuu! ¡Qué mujer! No tuve tiempo de deleitarme mucho con su visión, porque aquella diosa de la seguridad intergaláctica dio un salto de pantera, abandonó la plataforma y quedó a un par de pasos del Pecas, que se movía ahora como un reptil temeroso, con la espalda más encorvada que nunca.

-Hola Heather. ¿Cómo estás?

-Mejor que tú, malnacido. Y como me vuelvas a hacer ese gesto con el índice de tu mano derecha, te juro que te voy a cortar el índice, la mano derecha y sobre todo esa mierda que llevas entre las piernas.

Jimmy se enderezó un poco, se puso firme, como ante un general y enfrentó el brilló de los ojos de aquella mujer, que pocos se atreverían a mirar de frente durante mucho rato, como al sol que nos alumbra.

-Harías mal Heather, porque puedes volver a necesitar “esa mierda” que tanto contento te dio en un tiempo. Bien pudiera suceder que la echaras de menos.

-¡Maldito cabrón! Siempre tienes respuestas para todo y no negaré que en una isla desierta puede que no te castrara… si resultara que fueras el único macho existente. Pero veo que hay otros y mucho más atractivos que tú. ¿Por qué no me presentas a tu amigo… y tal vez te perdone la vida?

Continuará.

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