domingo, 8 de abril de 2012

RECEPCIÓN-ANTECEDENTES LLEGADA DE JUANITO SOLOTOV





JUANITO SOLOTOV EN LA CONSULTA DE SARITA BLANCO.

NARRADOR.

Juanito tuvo que ser llevado por las orejas y a remolque hasta la consulta de la psicóloga Sarita Blanco. Durante todo el camino estuvo enrabietado y diciendo palabrotas por lo "bajini" para que el loro las repitiera. Pero como su padre conocía el truco más que de sobra no cesó de darle coscorrones todo el camino.

Al entrar en la consulta Juanito golpeó la puerta con fuerza con saña y rabia, esperando que diera un golpazo contra la pared y todo el mundo se enfadara con él. Lo que él ignoraba era que Sarita Blanco, a pesar de su juventud y bisoñez como terapeuta ya sabía algunas cosas. Por ejemplo: que sus pacientes solían ser muy violentos y desagradables, y a casi todos les daba por golpear la puerta con fuera. Solo tuvo que cambiarla una vez, cuando vino el cerrajero le pidió que pusiera un muelle, el más fuerte que tuviera.

Cuando Juanito dio una terrible patada a la puerta, ésta regresó hasta su cara con poderosa fuerza y le golpeó la nariz. ¡Ay, ay! Gritó Juanito y su lorito repitió. ¡Ay, ay, Juanito! Como si le hubiera dolido a él. Sarita salió de su despacho, asustada y viendo a Juanito sangrando por la nariz buscó su maletín de primeros auxilios y le curó. Se presentó a sus padres y les pidió que esperaran, se había retrasado un poco y aún le quedaba recibir a Natalia.

Fue entonces cuando Juanito observó la presencia de una niña, tímida y como escondida en un extremo de un sofá. Muy enfadado por el golpe recibido, Juanito se dirigió a ella:
-¿Cómo te llamas?
Como ella respondiera tan bajo que Juanito no la oyera, susurró para que lo repitiera su lorito.
-¡Niña tonta!
El lorito abrió sus alas, se esponjó, elevó la cabeza y repitió.
-¡Niña tonta, niña tonta!


JUANITO SOLOTOV. CONTINUACIÓN DE LA ESCENA.

NARRADOR.

Los narradores realistas nos las vemos y nos las deseamos para que los lectores nos crean cuando contamos algunas cosas que han visto nuestros ojos, que son reales como la vida misma, pero que, sin embargo, poseen un toque de magia, un color milagroso, una expresión como insólita, diría yo. Este es el caso que me ocupa.

Los loritos repiten lo que oyen y no improvisan o toman decisiones por su cuenta. Esto lo sabe hasta el más tonto, hasta el que asó la manteca. Juanito no era tonto ni mucho menos. Por eso se olvidó de su nariz sangrante, de Natalia y de todo lo que le rodeaba. Se rascó la cabeza preguntándose qué le había sucedido a su Lorito, a quien llamaba John el Largo, por el personaje de la Isla del Tesoro. Era la primera vez que le llevaba la contraria y la primera vez que se hacía amigo de un enemigo suyo. Bueno, en realidad, Natalia no era su enemiga, porque apenas la conocía, pero como si lo fuera o fuese. Juanito solo aceptaba como amigos a quienes le hacían la pelota o se convertían en sus esclavos. Mientras observaba a Natalia con su lorito en el hombro se preguntó qué poderes extraños tendría esa niña para transformar de semejante manera a su lorito. Se dijo que cuando regresaran a casa le daría una buena tunda a John Silver el largo, para que aprendiera la lección. Pero mientras tanto decidió disimular y hacer como que se arrepentía y quería congraciarse con Natalia. Se acercó a ella, se sentó a su lado y balbució:
-Lo siento, niña. No quería insultarte. Se me escapó. Veo que te has hecho amiga de John Silver el Largo. Me pregunto cómo lo has conseguido.

Natalia sentía un cierto temor de decirle algo a aquel niño que podía reaccionar de cualquier manera. Incluso le podía pegar. Permaneció callada un momento, pensando en qué hacer. Mientras los padres de Juanito y de Natalia se presentaron y se pusieron a comentar los problemas de sus respectivos hijos. Los padres de Natalia comentaron que su hija era un cielo, pero...

JUANITO SOLOTOV. NUEVA ESCENA DE JUANITO SOLOTOV, UN NIÑO FEROZ

TERCER NARRADOR, AGLUTINANTE DE LOS OTROS DOS NARRADORES.

Este narrador aparece aquí como muestra de cómo se engarzarán las historias que se hagan en el hotel cuando intervengan varios personajes a la vez y otros tantos narradores.

TERCER NARRADOR.

Nunca sabremos quien interviene en las casualidades. ¿Será el destino, también llamado azar? ¿Serán seres invisibles que velan por nosotros, ángeles de la guarda, o demonios que intentan perdernos? En este caso no me cabe la menor duda de que hay demonios de por medio. Dejando aparte a Juanito, claro. Ni Natalia ni sus padres eran conscientes de lo que se les estaba cayendo encima. Cuando se planteó la posibilidad de ir juntos a alguna parte, tal vez de vacaciones, ninguno de ellos podía saber que acabarían recalando en un hotel de Alcázar de San Juan, denominado Hotel Monasterio de los Disparates, ni tampoco eran videntes y capaces de ver el futuro. De otra forma hubieran huido, todos menos Juanito, como almas llevadas por el diablo.

Como narrador omnisciente yo sí sé lo que pasará y tiemblo por estos pobres. Excepto por Juanito Solotov, claro, este niño feroz ya ha conseguido hasta enemistarse conmigo, un narrador invisible al que no le va nada en el envite.

Cuando pasaron al despacho de la psicóloga, de nombre Sara, y casi recién licenciada en la universidad, no imaginaban que una de las terapias que les propondría, ésta genio de la sicología moderna, sería que todos fueran juntos de vacaciones, a alguna parte. Teniendo en cuenta el problema de Natalia y asimismo el de Juanito, le pareció evidente que se podrían complementar. Por si acaso, puesto que Sara no era tonta, les dejó el número de su móvil, aconsejándoles que la llamaran en cualquier momento y a cualquier hora del día, si fuera preciso. Y aquí les dejo por el momento. Cederé la palabra al narrador del personaje Juanito que es la propia Sara.

NARRADOR DE JUANITO SOLOTOV, LA PSICÓLOGA SARA.

Lo peor que podía pasarme me pasó. A veces pienso que soy gafe y que tengo tan mala suerte porque alguien me ha echado el mal de ojo. Lo cierto es que cuando Juanito y Natalia entraron por la puerta de mi despacho me dio en la nariz que aquel iba a ser el peor día de mi vida profesional y no profesional y sería el mejor de una larga cadena de días desgraciados. Hay niños que generan problemas, solo con mirar, aunque no se muevan. Ese es el caso de Juanito. Y hay niñas que son tan buenas y quieren evitar causar problemas por todos los medios que acaban sufriendo los problemas en su propia carne. Este era el caso de Natalia, una niña tímida, introvertida, tal vez un poco fóbica social. No me atreví a diagnosticarla sin hacer unos tests previos. A Juanito sí, a ese le diagnostiqué en cuanto me lanzó su lorito amaestrado a la cara, con la sana intención de arrancarme los ojos. Gracias a Dios que yo siempre tuve un don con los animales y el lorito debió notarlo, porque se posó en mi hombro derecho y ya no quiso marcharse de allí a pesar de los gestos y palabrotas que por lo bajini iba soltando Juanito.

Los padres de ambos niños parecían haber congeniado y eso me alegró, porque estaba empezando a pensar que tal vez una terapia de choque les vendría bien a ambos. Por un lado Natalia tendría que reaccionar ante un niño tan hiperactivo y malo, como Juanito. Porque mi diagnóstico fue certero desde el principio y nunca tuve que cambiarlo. Aquel niño era malo, lo peor que verían mis ojos nunca. Por lo demás no le pasaba nada. No tenía patología alguna y su maldad procedía de su naturaleza propia y libre y tal vez un poco de lo consentido que le tenían sus papás.

Mientras charlaba con los padres, los niños permanecían en sus asientos. Natalia muy modosita y Juanito porque en cuanto se movió le amenacé con mandarle al lorito. Él sabía muy bien cómo se las gastaba su mascota cuando hacia caso del dueño, y a mí me estaba haciendo caso como si fuera su dueña. Intenté abreviar la conversación porque mantener quietos permanente a niños es una tarea imposible. Supe lo que pensaban de sus retoños, sus quejas y necesidades. Y entonces, sin pensármelo más les hice la propuesta. Se lo tomaron muy bien. En cambio Juanito me miró como si quisiera matarme, por suerte para mí no tenía con qué hacerlo.

Antes decidí que Natalia hiciera unos tests para hacerme una idea de su problema y a Juanito le pedí que hiciera el test de Rochas, ya saben los borrones en los que cada paciente ve su propia patología. Sabía que eso le entretendría un rato y que no sería tan astuto como para ocultar sus malévolos designios. Cuando terminaron les pedí que salieran un momento al antedespacho porque tenía que hablar con sus padres.

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