ALFREDO EL MONTAÑERO
NOTA INTRODUCTORIA
Aún recuerdo muy bien cómo surgió en mi
esto del humor y de los personajes humorísticos. Estaba en León y en aquel
momento, hace ya bastantes años, escribía uno de mis relatos cortos más oscuros
y terribles, tal vez la más negra de todas mis historias, se titula “En el
centro de la oscuridad” y trata de un enfermo mental, un fóbico social, aunque
no se dice porque aún no había descubierto que lo que me pasaba era una fobia
social, que no es capaz de salir de casa y su mente da vueltas y vueltas como
un trenecito de juguete. A pesar de que no es muy largo, su intensidad
emocional me estaba haciendo mucho daño. Necesitaba algo que lo compensara y se
me ocurrió que el humor era el mejor contrapunto a la dramática historia que
estaba hilvanando. No sabía cómo empezar con esto del humor y entonces se me
ocurrió inventarme una serie de personajes humorísticos basados en profesiones
concretas o en temáticas que me permitieran tratar muchos temas de forma humorística
al tiempo que desgranaba la biografía del personaje. Fue de gran ayuda el
inventarme también un narrador humorístico que en la mayoría de los casos era
alguien a quien el personaje no le caía precisamente bien, no se trataba pues
de hagiografías, de biografías autorizadas, todo lo contrario. El cinismo del narrador, unido a situaciones
surrealistas que vivía el personaje funcionaba a las mil maravillas. Así surgió
un personaje por cada tema que me pareció interesante tratar: la economía, El
Sr. Buenavista, economista; el humor, Olegario Brunelli, el humorista number
one; la psiquiatría, El doctor Carlo Sun, discípulo de Jung; la abogacía, el
Sr. Aladro, abogadro; la alta cocina, Iñaki Lizorno, cocinero postmoderno; Karl
Future o Mr. Topacio, el astronauta del espacio, sobre la tecnología; Cátodo
Mencía sobre la ciencia, etc etc. No sólo construí personajes sobre profesiones
o temáticas, también me interesaron determinados defectos de carácter o pecados
capitales y así surgió Alarico, el coleríco, por ejemplo.
Me divertí tanto que los personajes
comenzaron a brotar como churros en una churrera. Con el tiempo, entre
intervalo e intervalo en la creación de los personajes, fui concluyendo aquel
relato terrible, frase a frase, y cuando, tras muchas correcciones, decidí
darlo por válido, me dediqué en cuerpo y alma al humor. Recuerdo que hasta hice
un índice de personajes humorísticos y los fui esbozando a grandes rasgos.
Algunos me resultaban más divertidos que otros y así adquirieron más entidad y
sus biografías manuscritas se esparcieron por libretas y cuadernos, según dónde
estuviera escribiendo en cada momento, porque entonces y también ahora, escribo
con un desorden tan caótico que a pesar de todos los índices que tengo por ahí
(algunos curiosamente no coinciden con las libretas y cuadernos y páginas a los
que me remito, como si los hubiera hecho en pleno delirio) me cuesta Dios y
ayuda encontrar los manuscritos de algunos personajes que llevan creados hasta
décadas, ligeramente esbozados, pero que no pasaron de ahí.
El caso de Alfredo el montañero es
sintomático. Lo esbocé para burlarme y parodiarme a mí mismo y mis ínfulas de
montañero –habría que decir senderista- algo de lo que me gustaba pavonearme.
Casi todos mis personajes, sino todos, son parodias de mí mismo, con lo que
cumplo sobradamente mi consejo en el Manual del perfecto humorista, que dice
que no puedes llegar a ser un buen humorista si no comienzas por reírte de ti
mismo. Con mis personajes me burlé tanto de mí mismo que hasta a veces me salía
un chorrito de sangre, de las heridas que me infligía.
En el caso de Alfredo escogí como
narrador a su propio hijo, un cachondo mental, con mucha retranca, que estaba
hartito de las supuestas “fazañas” que su padre no dejaba de contar en
cualquier reunión familiar o siempre que se le presentara la ocasión. Se me
ocurrió porque Dani, mi hijo no biológico, hijo del primer matrimonio de la que
entonces era mi esposa, a veces se burlaba, con mucha discreción y generosidad
de mis supuestas hazañas montañeras, burla que se terminó cuando logré
convencerle de que me acompañara a la montaña, aunque fuera solo una vez,
porque a él estas cosas por aquel entonces no le atraían demasiado. Disfrutó
tanto que ha regresado a la montaña en numerosas ocasiones, en la mayoría de
ellas con su grupo de amigos.
Me ha costado encontrar las libretas y
los cuadernos donde escribí, no solo un amplio esbozo, sino buena parte de la
biografía de este divertido personaje. Con la jubilación he decido recuperar
todos aquellos manuscritos que llevan años perdidos por ahí, sin que les haya
hecho mucho caso. Me he pasado días y días organizando cuadernos y libretas, y
ahora que he conseguido encontrar los manuscritos de unos cuantos personajes,
he decidido aprovechar el invierno soriano para divertirme un poco al calor de
la chimenea o la calefacción. Tengo que advertir que dado el tiempo
transcurrido hay un importante desfase entre el sentido del humor que
desarrollé entonces y el que tengo ahora, un desfase que he tratado de corregir
al redactar, uniendo varios manuscritos, en la mayoría de los casos, pues me he
dado cuenta de que había comenzado algunas biografías varias veces en
diferentes cuadernos o libretas. A pesar de ello veo que el humor es
básicamente el mismo y que el esquema, narrador-cínico, personaje surrealista y
delirante y temática concreta siguen funcionando muy bien. También en esencia
mi humor es el mismo, como no podía ser de otra manera, lo mismo que uno ama
igual de joven que de anciano, aunque de anciano con más experiencia pero menos
vitalidad y romanticismo, con el humor pasa algo parecido, el tiempo te hace
más prudente y profundo, menos atrevido, aunque en esencia el humor es siempre
el mismo a todas las edades y en todas las situaciones.
ALFREDO, EL
MONTAÑERO. NARRADO OR SU HIJO MAYOR, HARTO DE SUS FANTÁSTICAS HISTORIAS SOBRE
SUS “FAZAÑAS” EN LA MONTAÑA. PONE LOS PUNTOS SOBRE LAS “IES” DE LOS CUENTOS DE
SU PADRE, ¡Y VAYA “IES”!
Esta historia manuscrita, puesto que la
escribo en un cuaderno, a escondidas, para que mi progenitor no la descubra,
nace como necesidad imperiosa de poner puntos sobre las “ies” respecto a las
leyendas que no dejan de correr en el entorno familiar, laboral, social,
ciudadano y hasta nacional, sobre mi papá, el ínclito montañero que no ha
cesado de parlotear sobre sus supuestas aventuras de montañero desde que era un
tierno y sonrosadito bebé hasta que perdió su juventud, más bien pronto que
tarde, porque su glotonería y epicureísmo hicieron imposible, con el tiempo,
que alguien se creyera sus cuentos de montañero, aunque eso sí, nunca dejó de
ir a la montaña, pero sus muchos kilos de más hicieron imposible la
verosimilitud de sus narraciones. Yo mismo le he seguido a escondidas en alguna
ocasión y documentado en video casero sus supuestas “fazañas”. Algo que por otro lado él nunca hizo, o puede
que sí y tenga tan bien ocultas esas fotografías y vídeos, que aún no he
logrado encontrarlas. Sí he conseguido, sin decírselo, por supuesto, algunos
manuscritos que él guarda como oro en paño en escondrijos secretos que yo he
desvelado. Hice fotocopias y los dejé en su sitio, para que no sospechara, por
lo que ahora se va a llevar una pasmosa sorpresa cuando escuche su propia voz
en esta biografía que no pretende ser una hagiografía, porque mi padre no es un
santo, nunca lo ha sido y nunca lo será. Es posible que con esto se desmorone
su leyenda de montañero, que incluso fue relanzada en algún programa televisivo
de tres al cuarto que pretendía dar su propia versión cutre de figuras
emblemáticas de la montaña y la aventura.
Me siento muy mal cuando veo algún programa que tengo grabado de
entrevistas que realizaron a mi progenitor en alguna cadena regional, provincial
o local, y los comparo con aquel maravilloso programa de Rodriguez de la Fuente
o de otros más actuales como “Al filo de lo imposible” o “Desafío extremo”, por
no citarles a todos.
La vergüenza ajena que me produjo en el
que en algún momento y por tontos de capirote se comparara o equiparara su
figura a las legendarias de Felix Rodriguez de la Fuente, Juanito Oiarzabal,
Calleja y otros, que no puedo mencionar a todos porque no haría otra cosa y lo
que yo quiero es hablar de mi papá, como Umbral quería hablar de su libro, y no
de otra cosa.
Lo mismo que hay amores que matan hay
pasiones que casi matan. Este es el caso de mi padre, para sus hijos y Alfredo
el montañero o el montañero loco para sus colegas y amigos. Uno nunca sabe si
tener un padre así es beneficioso o perjudicial. ¿Lo es ser hijo de millonario,
de crack de fútbol, de famoso director de cine o novelista o de mamá, la
pornostar más deseada del arte deseable por naturaleza?
Según se mire, oiga. Desde luego un
servidor de ustedes hubiera preferido ser hijo de millonario aún teniendo que
luchar con la tentación de ser un vago de siete suelas o ser hijo de novelista
y solo poder hablar con tu papá para entrevistarlo o incluso ser hijo de una
pornostar uno podría sacarse unas pelas para cubatas y otros gastos juveniles pasando fotos en
pelota picada de la señora estupenda que te trajo al mundo. Pero no, cuando la
vida se la juega a uno se la juega bien. ¿Adivinan a qué se dedica mi
papá? ¡Uy! Ya se lo había dicho al principio,
incluso en el título… Un fallo terrible del narrador. Suele pasar pero en este
caso no es importante el suspense a no ser que les parezca interesante qué
nuevas desgracias le van a ocurrir mañana a Alfredo el montañero.
Como primogénito de este elemento he
tenido la desgracia de ser preparado para montañero desde la cuna. En lugar de
ositos de peluche, Alfredo colgaba cuerditas en la cuna con todos los
aditamentos propios de la dura vocación de montañero. Creo que la primera vez
que salí de la cuna lo hice escalando con ayuda de las cuerditas luego ya no
necesité ningún tipo de ayuda.
Continuará.
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