miércoles, 21 de diciembre de 2016

EL DOCTOR SUN, DISCÍPULO DE JUNG V

         




Les leo…con mucha dificultad, mi propia historia clínica, redactada con cagarrutas de mosca por el doctor Sun, discípulo de Jung, doctor honoris causa por las universidades de… (¡A quién demonios le importa!).

Severino Severo Amable…no tan amable como podría hacer pensar su apellido… llega a mi consulta en la mañana del día de Nochebuena, segundo milenio del calendario cristiano, año no sé cuántos de la época trajana y no digamos de la era babilónica, porque me pierdo. Le recibo por urgencias tras una insistencia demoledora de Rita, la portera de este edificio, quien manifiesta haber estado dos horas al teléfono de la portería, hablando con un loco que insiste en que le pase con el doctor Sun y que debe estar muy loco puesto que casi consigue que ella crea estar hablando consigo misma, de tal forma ha sacado a relucir sus pensamientos más ocultos y sus problemas más cotidianos. Me confiesa entre lágrimas haber cometido un terrible error, darle la dirección exacta de su portería, algo disculpable puesto que pensaba estar hablando consigo misma en un monólogo habitual cuando pasa muchas horas sola, sin que nadie visite la portería ni se preste a un diálogo afectivo y vivaz. Se postra de rodillas y me pide que reciba al paciente puesto que de otro modo tendré que atenderla de un síncope postraumático en cuanto aparezca por la portería su castigo divino por sus muchos pecados. Se levanta y luego vuelve a postrarse ya que ha olvidado pedirme que la contrate como telefonista de mi consulta, ello sin dejar la portería, entendiendo puede atender ambos oficios dado que en ninguno de ellos hay más de una visita al día, y eso con suerte. Vuelve a levantarse y vuelve a postrarse puesto que también ha olvidado pedirme que la convierta en mi secretaria tras unas clases de secretariado por correspondencia y antes de levantarse esta vez no se olvida de que en el contrato aparezca una cláusula, según la cual en cuanto saque su título de enfermera, también por correspondencia, me veré obligado a contratarla también como enfermera. Su insistencia y mi debilidad hacen que cometa el que creo mayor error de mi vida, firmar un precontrato a su dictado.

Pero no, parece que el mayor error de mi vida ha sido recibir al paciente empático, como le he llamado a la espera de que tras algunas sesiones pueda diagnosticarle debidamente. Suena la campanilla de la portería con tal brusquedad e insistencia que Rita sale disparada, regresando al cabo de dos minutos, treinta segundos, con un hombrecillo apocado, edad indefinida, más bien bajito, creo, al menos hasta que se desapoque y se estire en toda su longitud. Rita se despide con brusquedad descortés, cierra de un portazo y me deja solo en la consulta con un hombre que me mira como si yo fuera él y él fuera yo. Parece escrutarme buscando en mi alguna enfermedad mental oculta. Me pide que me siente, lo que hago tras mi mesa de despacho, en mi propio sillón -¡faltaría más!- y a su ruego dejo caer la cabeza hacia atrás y a punto estoy de ser hipnotizado, hasta que recuerdo que el hipnotizador y terapeuta soy yo.

Decido tomar las riendas, le ordeno con brusquedad apabullante que se tumbe en el diván psicoanalítico, se relaje y comience a contestar a mis preguntas, una tras otra. Así descubro que sus padres le pusieron al nacer el nombre de Severino, tal vez porque tenían muy mala leche o eran unos cachondos mentales, o ambas cosas a la vez, dado que su primer apellido es Severo, por su padre, y el segundo Amable, por su madre. Le pregunto qué recuerda de sus padres y me responde que nada, ni siquiera sabría que existen de no habérselo dicho en la inclusa, hoy llamada de otra manera que no recuerdo ni voy a forzar mi memoria para un detalle tan nimio. Segundo me comenta Severo Amable él era muy niño cuando le dijeron que sus padres le dejaron a la puerta del convento, digo de la inclusa, con una nota de estremecedora angustia. Carecían de medios económicos para hacerse cargo de un niño puesto que habían sido expulsados de sus respectivos trabajos por empresarios sin entrañas. Según me dice Severino él era muy niño hasta para saber que todos los niños tienen padres, o al menos una cigüeña que hace el viaje desde París una vez al mes, trayendo en el pico tantos bebés como han sido pedidos a lo largo de su itinerario, perfectamente marcado.

Severo sufre una crisis empática, comienza a graznar como una cigüeña, suponiendo que las cigüeñas graznen, que no lo sé, y se queja del enorme peso que lleva en el pico. Se desliza desde el sofá psicoanalítico hasta el suelo y debo despertarle a bofetadas y convencerle de que es mi paciente y no una cigüeña. Consigo que abandone su interés en darme detalles irrelevantes y se limite a contestar a mis preguntas. Pero no puede hacerlo porque no recuerda el nombre del asilo, digo inclusa, ni la ciudad, ni la comunidad autónoma, ni el país, ni el continente, ni el planeta… no recuerda nada. Le pregunto por sus primeros recuerdos de infancia y se echa a llorar, ni siquiera sabe que una vez fue niño. Eso es lo que le dicen todos pero no lo recuerda.

Intento completar los datos esenciales de su ficha antes de pasar a la primera sesión psicoanalítica y hacerme una idea de su enfermedad o patología. Repaso: Nombre, Severino Severo Amable, nombre de los padres desconocido, lugar de nacimiento, desconocido, comunidad autónoma, país, etc desconocidos. Se supone que es terráqueo porque no se sabe de ninguna cigüeña intergaláctica que haya dejado su carga en este planeta. Se supone que es humano porque su físico así lo hace parecer. Le pregunto por su profesión y responde con una lista tal de trabajos que ha realizado que dejo en blanco la casilla de la profesión, no es posible que un ser humano haya trabajado en tantos trabajos a lo largo de su vida, salvo que la humanidad haya pasado por alguna crisis económica galopante que desconozco, o mejor dicho de haber sufrido esa crisis la humanidad ni Severino ni nadie habría trabajo nunca… en el primer mundo, porque en el tercero los nuevos esclavos del segundo milenio habrían fabricado todos los productos necesarios en fábricas globalizadas y a precios irrisorios, por salarios de esclavos. Pero nadie en el primer mundo los habría podido comprar, dado que nadie trabajaba, etc etc.



Me estoy liando de mala manera. No consigo completar la ficha de sus datos esenciales, que dejo en blanco, a la espera de que tras la primera sesión hipnótica pueda sonsacarle, como al descuido, el número de su DNI, número de la seguridad social, si tiene permiso de conducir, el número de matrícula de su coche, su domicilio actual y empadronamientos anteriores, a quién votó en las últimas elecciones, si ha estado casado o al menos ha tenido una pareja de hecho, si es heterosexual, bisexual, homosexual, lesbiano o hermafrodita, si se considera hombre o mujer y si ha sido hormonado, operado o espera serlo en el futuro. Si ha rellenado alguna vez el censo, si ha contribuido a Hacienda, aunque sea muy poco, si tiene antecedentes penales, si ha estado encarcelado, si ha pasado alguna vez por un juzgado y cuál y dónde. Caigo en la cuenta de que sobran casillas por todas partes puesto que esto no es la declaración de la renta sino una historia clínica. Decido encomendarle a Rita que suprima todas las casillas sobre datos personales, salvo los imprescindibles. Puesto que la he contratado debido a un error gravísimo, pues que haga algo. De pronto recuerdo que en el precontrato no hemos puesto nada de su sueldo. Eso me vendrá muy bien para tenerla sujeta por las riendas. Decido no insistir con el paciente puesto que a estas alturas ya tengo mi primer y provisional diagnóstico. Su empatía es tan excesiva que me da miedo, nunca llegaré a saber nada de su identidad o de su vida puesto que su empatía le habrá convencido de que es todos, toda la humanidad a la vez, o incluso nadie, si se tropieza con nadie por la calle. Renuncio a todo lo que no sea llamarle paciente empático y a probar si puede ser hipnotizado. Creo que será el paciente que mayores dificultades me cause como hipnotista, dado que no se puede hipnotizar a toda la humanidad a la vez, pero a cambio creo que tendré grandes posibilidades de acceder al subconsciente colectivo que descubriera mi adorado maestro Carl Gustav Jung. Si hay un paciente que puede abrirme todas las puertas a ese mundo ignoto, ese es el paciente empático. Decido “ipso facto” que será mi paciente de por vida, las sesiones serán gratis y solo intentaré que haga algo a cambio, tal vez ser mi secretario, lo prefiero a Rita la portera, o mi factótum, ayudante para todo. Se lo comento como quien no quiere la cosa y se echa a llorar. Será mi secretario, mi ayudante, mi factótum, de hecho cree llevar mucho tiempo siéndolo y que se ha olvidado debido a una amnesia galopante, por eso está en mi consulta el día de Nochebuena, por la mañana. De pronto grita, si hoy es nochebuena, mañana es navidad, dame la bota María que me voy a emborrachar. Se levanta del sofá psicoanalítico y comienza a cantar y danzar. Se interrumpe para preguntarme si voy a cenar solo esta noche, qué quiero cenar, qué marca de cava prefiero, dónde vivo exactamente, o si la consulta es una habitación del piso donde resido. Al final consigue que le invite, tanto a él, como a Rita la portera a la cena de Nochebuena, pudiendo quedarse a dormir o a pasar la borrachera en los dormitorios de mi piso de quinientos metros cuadrados en la Diagonal. Sin saber cómo lo ha conseguido, me doy cuenta de que le he entregado mi cartera con abundante metálico y todas mis tarjetas. Sale disparado para comprar la cena de nochebuena y la comida de navidad y grita por las escaleras el nombre de Rita. Me santiguo e hinco mi rodilla en tierra, dando gracias a Dios. Al menos si le acompaña Rita tengo alguna garantía de cenar decentemente y de beber un espumoso que no sea aguachirle. Me froto las manos. Mis inicios, tras mi fatigosa huida de la mafia, en este país o nación o comunidad autónoma, o lo que sea, llamado Cataluña, que pertenece o no a España, han sido muy malos, paupérrimos, pero espero hacerme pronto un nombre y adquirir una buena clientela.

Lamento profundamente haber hipnotizado a unos cuantos ejecutivos a la salida de la bolsa para robarles la cartera, su identidad y todo el metálico que llevaban encima. Me arrepiento y me psicoanalizaré a las primeras de cambio. Pero algo tenía que hacer para huir de la mafia y aposentarme aquí como un desconocido psicoanalista que comienza su largo camino hacia el subconsciente colectivo. Creo recordar que Carlo Sun no es mi verdadero nombre, tal vez lo haya escogido para pasar inadvertido. Creo haberme auto-hipnotizado para olvidar. Nada de esto importa porque me espera un futuro radiante, ya tengo mi primer paciente, el paciente empático, una telefonista y secretaria… no, eso no, bórralo, y pronto, muy pronto seré el psicoanalista de la creme de la creme catalana.

Sí, soy yo, el paciente empático. Deberían agradecerme que haya podido descifrar este último párrafo, borrado a bolígrafo rojo por encima. Gracias a Dios el doctorcito hace todas sus historias clínicas por triplicado y he podido rescatarlo de la segunda copia que se olvidó de borrar.

Me siento muy mal, triste y melancólico, arrepentido de haber hecho sufrir tanto a mi doctorcito en nuestra primera cita. Su terrible sufrimiento es una carga demasiado opresora por lo que me voy a tomar un escocés de su mueble bar, intentando volver a respirar con normalidad y quitarme este peso del pecho.

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