viernes, 9 de octubre de 2015

ESCRITORES EN EL PARNASO III






EL DÍA DEL LIBRO EN EL PARNASO

El dios Rásec había desaparecido tras los pasos de Alicia por lo que se perdió la llegada de Treggod a la orilla de Castalia y su encuentro con las musas y todo lo acaecido seguidamente, así como el diálogo de éste con Nerbie y su portentoso recital poético sobre la vida de Jesús.




Estaba tan ocupado procurando que Alicia no le dejara atrás y sosteniendo el Parnaso en precario equilibrio que se olvidó de su cumpleaños y de que no había dejado encargado el banquete para la onomástica ni las correspondientes celebraciones del día del libro. A pesar de ser un dios y de que todo lo que imaginaba se hacía realidad, el dios Rásec no consiguió salir del libro donde se había introducido siguiendo a aquella niña incansable y agotadora. Alguna extraña magia imperaba en el lugar, un tal país de las maravillas, que le impedía regresar al Parnaso. ¿Cómo encargo yo ahora el banquete y las celebraciones artísticas?

Sin pararse a pensar se aferró a la melena de la niña y la obligó a detenerse. Alicia comenzó a chillar y el dios Rásec se puso tapones en los oídos hasta que el pateleo de la niña disminuyó.

-Querida niña. Necesito salir de aquí. ¿No podrías indicarme el camino?

-Lo siento, pero no consiento que se me trate con violencia, los niños tenemos nuestros derechos. No sé si la puerta ahora está arriba o abajo y aunque lo supiera no se lo diría y aunque se lo dijera usted no la encontraría y aunque la encontrara o encontrase no sabría si estaba saliendo por la puerta o entrando.

-Está bien, niña, perdona mi malos modos, pero no puedes seguir corriendo y dando vueltas como una peonza sin hacerme caso. Los adultos estamos para eso, para que nos hagan caso. ¿No tendrás algún amiguito que pueda enviar mi mensaje? He oído hablar del Conejo blanco, la Reina de Corazones, el Sombrerero, el gato de Cheshire... ¿Ellos podrían salir de aquí y llevar un mensaje?

-¿Y a dónde quiere que vayan, si puede saberse?

El dios Rásec a punto estuvo de mandarla a freír espárragos y desentenderse de todo. Estaba harto de aquella niña repipi. Pero se lo pensó mejor, estaba prisionero en un mundo que no comprendía. Necesitaría la ayuda de Alicia del Conejo Blanco, de la Reina de corazones y de todo el mundo para lograr salir de allí y llegar a tiempo a las celebraciones del día del libro, de su cumpleaños, a la danza de las musas y sobre todo para recibir a Miguel de Cervantes, a quien había localizado entre los muertos e invitado a la celebración en el Parnaso. Al parecer algunos escritores deseaban entrevistarle. Todo iba a quedar en el aire si no lograba salir del país de las maravillas.

-Me gustaría que llevaran un mensaje al Parnaso, para los otros dioses, a ver si pueden venir y rescatarme y dejan preparado el banquete y los actos culturales.

-Lo haría si me hubiera encontrado ya con esos amigos de quienes habla, pero aún estamos al comienzo, justo en la entrada del país de las maravillas y nadie me ha salido al encuentro. Y encima usted me retiene y no me deja correr y saltar. Además no sé qué banquete es ese y aunque no me gusta mucho la comida sería de cortesía que me invitara. Y tampoco me ha dicho cuál es el motivo del banquete y quiénes son esos dioses y quién es ese Miguel...

-¿No has oído hablar del Quijote y de Cervantes y del día del libro y del cumpleaños del dios Rásec y de...?

-No se haga usted el sabiondo, es tan viejo como Matusalén y aún no sabe ni la mitad de las cosas, ¿cómo quiere que sepa yo quién era Cervantes o ese Quijote de que me habla?

Así hubieran podido permanecer media eternidad en aquel diálogo de besugos pero la suerte o el destino quiso que se abriera la tierra y se formara un tobogán bajo sus pies y ambos cayeron, dando vueltas y revueltas, y cuando tocaron suelo no fue suelo sino techo y desde el techo observaron, pasmados, como un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelo y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres parte de su hacienda, se encontraba leyendo en un gran libro, a la luz de una vela, porque al parecer era de noche y tenía los ojos saltones y la respiración acongojada.

_¿Quién es ese señor? -preguntó Alicia muy curiosa.

-Vaya, al parecer no había otro libro que hemos tenido que entrar en el Quijote y caer en la primera escena. ¿Y ahora cómo salimos de aquí?

Eso digo yo, a ver cómo llegamos al Parnaso puntuales y con todo preparado.

Continuará.










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