lunes, 10 de julio de 2017

LEOPOLDINO, UN FILÓLOGO MUY FINO





NOTA PREVIA/ Cuando ya hace muchos años comencé a esbozar personajes humorísticos se me ocurrieron tal cantidad de ideas y de historias que me vi obligado a priorizar, centrándome en los personajes que más me atraían y que podían dar más juego, limitándome a esbozar, a vuela pluma, el resto. Así me voy encontrando ahora, jubilado y con mucho tiempo, con multitud de esbozos que había realizado de cualquier  manera en libretas, cuadernos o donde se terciara. 

      Para organizarme un poco he ido haciendo índices a lo largo de los años, de personajes, de relatos, de ideas, con el fin de poder buscar rápidamente un esbozo o un personaje cuando lo necesitara. Dado el caos en el que he vivido todos estos años, no solo como escritor, también como persona, me ha resultado muy difícil poner un poco de orden en mis escritos, interrumpidos cuando se me ocurría otra idea mejor o más novedosa y proseguidos en libretas o cuadernos distintos, cuando se me ocurría reanudar un viejo relato o esbozo. A pesar del tiempo que me ha consumido la realización de índices, éstos son incompletos y muchos de ellos interrumpidos, no encontrados en su momento por lo que comencé otro y así sucesivamente. Es por eso que este personaje ha permanecido perdido y sin trabajar casi desde su esbozo, al comienzo de mi fiebre humorística, hace ya tantos años que ni me acuerdo. 

Lo que si recuerdo es mi interés, en aquel momento, por parodiar y burlarme un poco del academicismo estilístico, de esa furia por mantener la forma, la gramática, el lenguaje, en un estado prístino, puro, casi impoluto, una especie de tabla de la ley, no de los diez mandamientos, porque aquí hay miles y miles de mandamientos que solo los eruditos más fogosos y pacientes pueden llegar a memorizar. Creo recordar haber escuchado a García Marquez o haberle leído o leído a alguien que hablaba de él (como mi memoria es tan poco literal nunca se me quedan esos datos) en el sentido de que propugnaba una gramática más sencilla y llana, olvidándose de si algo se escribe con "h" o sin "h", entre otras cosas, lo que no va a parte alguna que yo sepa. Mis dificultades con la gramática y el estilo hicieron que me sumara rápidamente a esta propuesta y así se me ocurrió esbozar este personaje, un ácrata del lenguaje, aunque no recordaba muy bien si el ácrata era él o el compañero narrador, dada la constante contradicción y polémica entre mis personajes humorísticos y sus narradores. 
 Retomo el personaje y la historia con mucho interés, dadas las transformaciones de todo tipo que sufre nuestro idioma en estos tiempos, con anglicismos constantes y a veces sin el menor sentido, con su dificultad para adaptarse a los tiempos modernos de la igualdad de género, el cambio de género y tantas transformaciones tecnológicas y sociales que nos asaltan constántemente, convirtiendo nuestra vida en una vorágine. El esfuerzo de nuestros académicos es muy loable, aunque en muchas ocasiones para mí carece de sentido. Por mi parte propugno un lenguaje popular, de calle, vivo, en permanente transformación, con agudo sentido del humor y de la parodia y tan creativo como sea posible o más. Espero que el personaje no se me haya quedado desfasado y pueda retomar su historia como si fuera ayer.     

                  


           EL SR. LEOPOLDINO, UN FILÓLOGO MUY FINO

 NARRADO POR UN COMPAÑERO, ACADÉMICO DE LA LENGUA, NOVELISTA Y PERSONA UN TANTO CÍNICA, GROSERA Y ANARCOIDE

Ya se lo dije, por activa y por pasiva, a mis compañeros de la “Real” que se lo pensaran dos veces antes de elegir a Leopoldino como ocupante del sillón “H”, dejado vacante por un excelso dramaturgo a quien Dios tenga en su gloria, aunque no me llevara muy bien con él. Lo cortés no quita lo valiente y si él merecía estar a la gloria del Padre no voy a ser yo, mezquino y rencoroso, quien le arrebate ese derecho.

Leopoldino tenía fama de ser un auténtico anarquista del lenguaje, un ácrata de las formas y un experimentador sin tino. Coincidía conmigo en su afición por el lenguaje coloquial, vulgar, la jerga y todo tipo de expresiones que armonizan mal con unos aristócratas del lenguaje y unos marquesones en las maneras como lo son la gran mayoría de académicos. Le tuve simpatía desde que nos conocimos en la presentación de un libro de gramática parda y le he defendido a veces, cuando procedía, pero ciertamente la propuesta que un grupo de académicos hizo de su candidatura para ocupar el sillón vacante me pareció una tomadura de pelo de tintes surrealistas y esperpénticos.

Leopoldino nunca ha tenido el menor tino con sus experimentaciones gramaticales,  con su afición a destruir toda regla, sea la que fuere, y su desdén por el estilo (escupiré al estilo, donde quiera que lo halle, es su frase más conocida).

Quienes piensan que Leopoldino y un “amo” de ustedes (porque nunca he sido ni seré servidor de nadie) deberían hacer buenas migas porque ambos adoramos el lenguaje vulgar o coloquial (he escrito un diccionario de tacos, otro sobre “vocabulario vulgar empleado para referirse al sexo y actos concomitantes”) y despreciamos reglas tan idiotas como la “b” y la “v”, utilizar o no la “h” y otras monsergas semejantes, no me conocen bien ni saben qué número de zapato calza el bueno de Leopoldino. Sería como intentar mezclar agua con aceite y si lo prefieren, pólvora con dinamita, porque pueden estar seguros que si ese grupo de zopencos, zopilotes y rapaces vultúridos, son capaces de elegir a Leopoldino para la academia, el enfrentamiento con este humilde narrador está servido y la explosión dinamitera hará temblar los cimientos de la muy vieja, aristocrática y “tiquis-miquis” Academia de la lengua española y Real por su afición por el equipo que todos sabemos.

La fama de Leopoldino ha corrido medio mundo a lomos Facbook, Twenty y demás canales virtuales de expansión de rumores. La conducta de este hombre, magro de carnes y de neuronas, es totalmente impredecible y su cabezonería y testarudez raya en la incapacidad mental. Es un hueso duro de roer hasta para los viejos perros, de mandíbula experimentada, que se sientan en nuestra ínclita academia. Es un abrelatas fino y afilado, capaz de abrir este bunker de buenas maneras, exquisito lenguaje y mejores pensamientos.

Mientras intento convencer a algunos pardillos de que la candidatura de Leopoldino es una auténtica locura me permito el lujo de narrarles su vida y milagros, puesto que en un tiempo escuché sus confidencias y en otro me documenté para escribir una hagiografía de este santo varón a quien espero Dios tenga en su gloria muy pronto.  Espero que esta historia me sirva, con posterioridad, para redactar un opúsculo incendiario que entregaré a los académicos antes de la votación.

Antes de iniciar la narración de su historia me permitirán que ponga en este frontispicio un párrafo de su conocido primer libro “Lenguaje y estupidez”.

“Encorsetar el lenguaje con normas estrictas es como enjaular al ruiseñor, no digo matar, porque en realidad todo lenguaje encorsetado está ya muerto.  La tristeza que le produce a este ruiseñor muerto y enjaulado estar entre barrotes acaba con su canto. No es posible vivir y crecer entre rejas, ni se canta a gusto con la garganta estrangulada, ni puede uno comunicarse con los demás con la libertad precisa como para lograr entenderse.

“El lenguaje es del pueblo y los aristócratas de la lengua lo usufructan como los políticos el poder, solo por delegación y durante el tiempo preciso para que prueben su incapacidad, luego debe regresar al lugar donde nació y vivió, al pueblo, lo mismo que el poder regresa al pueblo durante las elecciones, y si ellos quieren cometer el error que lo cometan, pero al menos que se les de esa posibilidad.

“Un lenguaje aristócrata y esteticista solo sirve a los aristócratas y esteticistas, no al pueblo, lo mismo que un lenguaje popular sin pulimento y no evolutivo, anquilosado, siempre termina en el muladar de la chabacanería y la degeneración física y psíquica.

“Es preciso que el lenguaje sea libre y flexible, un instrumento en manos de quien quiere comunicarse con otros y no poner barreras a su finca para que solo entren en ellas distinguidos y ricachones hijosdalgo, a saber de qué. Hay quienes se olvidan de que los instrumentos no son nada sin las personas que los manejan y convierten el lenguaje en un totem al que adorar, porque los pobres no tienen otros dioses más satisfactorios…

Creo que con esta muestra ya tienen bastante para ir cosiendo la mortaja a Leopoldino. Ahora permítanme regalarles sus castos oídos, mientras cosen y cosen, con la historia de este pobre hombre que se cree rico porque ha escrito cuatro libros diciendo sandeces.



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