lunes, 31 de julio de 2017

BIOGRAFÍA DE UN BUDA I

NOTA PREVIA/ Cuando emprendí la agradable tarea de escribir una serie de relatos de tema esotérico, me encontré de buenas a primeras con un personaje tan cínico como divertido que se acabaría convirtiendo en el narrador, la voz, el hilo conductor de la mayoría de mis relatos esotéricos. Se trata del Verdugo del karma, que además de su papel en su propia historia, fue apareciendo de una u otra manera en otros muchos relatos en los que no venía a cuento. Este es uno de ellos, del que ni me acordaba y que he encontrado por casualidad en la libreta 21. Al parecer el verdugo del karma hace aquí de bibliotecario en la gran biblioteca de los archivos akásicos, ha debido de ser un ascenso del que ni yo mismo me había enterado. Durante la etapa de mi fiebre por los relatos esotéricos esbocé tantos que no me acuerdo de la mayoría y seguramente iré encontrando alguno más conforme revise mis manuscritos en libretas y cuadernos. Todos ellos están tratados con humor o al menos tienen un corte humorístico que es su sello particular y que me permitió abordar temas muy serios y hasta terroríficos con una desenvoltura y un desparpajo que ahora, muchos años después, me obligan a intentar recordar cómo era yo entonces y cómo se me pudieron ocurrir estas delirantes historias. En este caso el esbozo que aún conservo no me parece de mucha calidad ni muy prometedor, pero como siempre quise escribir una historia humorística de un buda, lo mismo que hice con la vida de un lama, a través de Milarepa, o la de un gurú muy peculiar en "El rastro del marrano" o del superhéroe Espiritualín y tantos otros que intentan contarnos cómo es el mundo espiritual en el que la mayoría de nuestros contemporáneos no cree ni creerá nunca, porque donde esté lo material que se quite todo, la pela es la pela. A pesar del cinismo que destilan la mayoría de estos relatos, auténticas parodias delirantes, observo que se parodia mucho más el mundo material que el espiritual que acaba resaltando y brillando en contraste con el ridículo patetismo de la vida en el mundo material. Espero encontrar más apuntes sobre esta historia en otras libretas, porque la verdad es que no me acuerdo muy bien de qué pretendía con este relato, ni por dónde iban los tiros. Con la jubilación ahora tengo tiempo para pensar y elucubrar. Seguro que se me ocurrirá algo.




                      BIOGRAFÍA DE UN BUDA

 NARRADO POR ÉL MISMO


La biblioteca de los archivos akásicos es casi infinita. Cada planeta habitado por seres inteligentes creen ser únicos en el Cosmos. Cuando vienen en sueños o una vez fallecidos y adaptados a la nueva vida deciden adquirir toda clase de conocimientos sobre el universo y sus habitantes acostumbran a dirigirse a la plantilla de bibliotecarios existentes en la primera oficina a la izquierda, según se toma el pasillo central, una vez dejado el vestíbulo.

Allí son atendidos con esmero y guiados hasta el estante donde se encuentra el libro elegido. No obstante la mayoría de estos funcionarios están hartos de recorrer pasillos buscando libros para mentes estúpidas que creen que por el simple hecho de estar muertos pueden saberlo todo, encontrar todas las respuestas a las preguntas que se hicieron en vida. Los durmientes son aún peores. Creen que por el hecho de estar dormidos, el subconsciente  como lo llaman ellos, les solucionará todos sus problemas. Se plantan en las oficinas de bibliotecarios y con malas maneras quieren que el bibliotecario de turno le busque "ipso facto" el libro donde  está escrita la solución a su problema. Tengo prisa porque quiero soñar con otras cosas menos prácticas y más divertidas. Gritan con rostro desencajado, con una desvergüenza que clama al cielo.

Entonces suelen llamarme a mí, el verdugo del karma sin nombre, al que ya conocen de otros episodios de este culebrón. Si estoy libre me escapo y les echo una mano. Me encanta buscar libros para muertos o durmientes y charlar con ellos sobre todo lo divino y lo humano.



Muchos se ponen de malhumor porque quieren que encuentre su libro rápidamente que se lo entregue y les deje en paz. Pero conmigo no pueden. Les respondo: ¡Ahá, sí! Pues te buscas tú mismo el libro, a ver si lo encuentras en ese siglo, ¡capullo! Si quieres que te lo encuentre yo tendrás que tomártelo con calma y andar de cháchara un buen rato hasta que descubra si me interesa algo de tu vida o no.

Si es muerto le convenzo  y rápido. ¡Vale, tío! No tengo nada mejor que hacer. Pero si es durmiente se pone insoportable. Que si esta es una noche perdida. ¡Con lo feliz que se las prometía metiendo mano en sueños a  esa nueva cantante de moda que está tan buena!

Los durmientes no saben que sus fantasías conscientes intentan hacerse realidad en sueños.  Así quien se imagina acostándose con la tía buena que presenta ahora el telediario segunda edición en la cadena 10, acabará por intentarlo en sueños. Que lo consiga o no ese es otro cantar.

Los durmientes suelen ser insoportables, siempre con prisa, lujuriosos o trágicos que quieren pasarse la noche practicando sexo o comiendo como tragones. No te hacen el menor caso, cuando no les interesa y luego se disculpa diciendo que están soñando y en sueños uno no se entera de nada. Vamos, que no controlan. Pero bien que recuerdan los sueños que les interesa recordar y borran de su memoria consciente todo el daño que hacen. Los vivos en estado consciente hablan de magia negra cuando en realidad ellos saben muy bien las andanzas que se traen en sueños. No hablo de recordar reencarnaciones pasadas que eso es un tema serio controlado por los dioses del karma, aunque recordar sueños está a su alcance.

Pero me estoy desviando del asunto. Mis colegas, somos muchos los verdugos del karma, me conocen porque me gusta mucho la cháchara insustancial o no, hablar con todo el mundo, muertos o durmientes, humanos o dioses, funcionarios akásicos o mensajeros de las grandes alturas evolutivas. Si aquí hubiera géneros, quiero decir mujeres, me gustaría más hablar con ellos que con los demás (en mi última reencarnación hice de hombre y no paraba de correr tras las faldas, la historia no había inventado aún el pantalón femenino- fui un bicho malo, lo reconozco) pero como en el más allá no tenemos cuerpos físicos y no se puede hablar de sexo reproductivo (la homosexualidad no está mal vista aquí) nos limitamos a intercambiar cháchara o lo que sea con quien está a nuestro alcance y se deja.

Bueno, en fin, la cuestión es que una noche- para ellos aquí no hay noche-llegó, en sueños, aunque él se creía muerto un gordito y obeso en palabras más técnica, que buscaba como un desesperado una biografía de un buda.

Aprovechando que estoy muerto (debió de ser una pesadilla horrible) quiero transformarme en  buda y dejar esta mierda de reencarnación en la que ni siquiera bailo con la más fea, no ligo (seducir mujeres para las no avisados) nada; siempre soy pobre, nunca me toca la lotería, las desgracias se enlazan unas con otras como ristras de chorizos y, esto yo es el colmo, los dioses del karma me dicen que no aprendo las lecciones, que evoluciono menos que una hormiga sobre una hoja de parra en mitad del océano.

Y se puso a llorar como un bebé hambriento de pecho materno a las tres de la madrugada. Total que los  bibliotecarios me llamaron a mi verdugo-bombero, y allí acudí como una flecha sin cuerpo.

El gordito me cayó simpático a primera vista ( por si no lo saben los durmientes vienen aquí con el cordón astral unido a su cuerpo físico por lo que  uno ve sin problemas el cuerpo físico que le ha tocado en rifa a cada durmiente. A éste pobre desgraciado le había tocado uno muy malo (o tal vez fuera uno regular y él lo hizo peor). Gordo, seboso, barrigón, feo de cara, ancho de culo ventoseante, corto de piernas flacas, ancho de hombros, cabezón, orejudo, narigudo. No tenía nada bueno, ni el alma, que había adoptado la forma de un ectoplasma seboso, con rasgos monstruosos, donde podía verse con claridad el miedo que le apretaba el culo.

A pesar de ello, y de sus llantos y expresiones violentas y súplicas y pataletas, me cayó bien. ¡Vaya un gordito simpático! Y me dispuse a hilvanar la hebra.

-No llore usted, alma cándida. Que aquí estoy yo, su humilde verdugo del karma, para servirle en lo que necesite. Por cierto. ¿Qué necesita usted?

Se calmó como pudo y me dijo que llevaba muy mal lo de estar muerto y tener que reencarnarse otra vez. No quiso deshacer su error porque pensaba divertirse mucho con aquel simpático gordito. Lo sé, soy malo, muy malo, pero no se lo digan a mis superiores, los dioses del karma, Porfi.

Vaya, no era muy difícil satisfacer su deseo, Las biografías de los budas están a la entrada de la biblioteca en el primer estante a mano derecha y pone en letras muy grandes. “Biografías de Buda”. Pero el gordito no se enteró de nada. En sueños son tan espesos que hay que repetirles un millón de veces las cosas y aún así al despertar ni se acuerdan.

Bien, bien, vayamos por aquí a ver si encuentro el libro que usted necesita.

Y le conduje por un pasillo  a mano izquierda, tan largo que se podía ver el infinito al final. Mira que soy malo. El largo viaje circular (le hice dar una buena vuelta para regresar al principio) me permitió conocer bien al gordito simpático y llorón. El mantenerlo en la creencia de que estaba muerto le hizo tan maleable en mis manos como barro tierno en la palma del alfarero. Me bastaba con hacerle creer que yo era un dios del karma que podía decidir su próxima reencarnación, para que respondiera a todos mis preguntas, incluso las más íntimas. ¿Había estado casado alguna vez?- No. ¿Pero se habría acostado con mujeres, aunque fueran putas? Sí, eso sí. Pues cuéntame hasta los detalles más íntimos. Y me los contaba. ¿Te gusta mucho comer, gordito simpático? –Mucho. ¿Qué platos son tus preferidos? Y me detallaba con arroz y garbanzos hasta hacerme la boca agua, metafóricamente hablando.

Así me fui divirtiendo todo lo que quise hasta que decidí ponerme serio e interrogar al gordito sobre su vida, lo que él creía su muerte y sus planes de futuro. Se desmoronó y se echó a llorar como alma en pena. Su vida pasada había sido una mierda, su vida futura lo sería igualmente y a pesar que su muerte esta vez fue agradable ( ni se enteró de que estaba muerto) no quería volver a reencarnarse ni atado de pies y manos. Prefería transformarse en un Buda imperturbable y olvidarse de  sufrir más penas para siempre. Deseaba conocer más detalles Pero el gordito necesitaba urgentemente la biografía del Buda para calmarse. Decidí dejarme de circunloquios. Ya tendría tiempo de volver a charlar y le llevé en línea recta al estante correspondiente, alargué la mano y le tendí el libro en cuyo lomo, luminoso, podía leerse: “Biografía de un buda… por él mismo”.

Le indiqué una mesa donde podría apoyar el libro mientras su orondo trasero se encajaba en una silla. Abrió el libro por la primera página y pude leer sobre su hombre.

“A pesar de no recordar mis anteriores reencarnaciones estaba saturado de la condición humana. Estaba dispuesto a probar la condición divina, incluso la animal, mediante una transmigración en fiera o incluso en colibrí. Pero otra vez humano, no, por todos los santos, dioses y demonios. Me sentía tan amargado, tan desesperado, que mis pensamientos oscilaban entre un suicidio rápido y convertirme en asesino en serie. Fue entonces cuando una luz me deslumbró, como a Saulo en el camino de Damasco, y caí en el asfalto.

Transfigurado en un hombre nuevo. Al volver  en mi descubrí que la luz no era divina sino la de una farola que alejaba la noche del escaparate de una librería en cuyo centro el título de un toro enorme había llamado la atención de mi mirada. El libro se titulaba Budismo tibetano y era un mamotreto digno de un erudito con cien años por  delante para leerlo página a página. Yo había decidido comprarlo el día siguiente,  costase lo que costase, y a través de su  lectura alcanzar la liberación. Esa idea fue la que me arrojó al asfalto de donde me levanté tambaleándome como un borracho. Decidí emborracharme aquella noche para olvidar la experiencia. Pero no lo conseguí, al despertarme al día siguiente, con una horrible resaca, abjure definitivamente de la condición humana. En cuanto pude levantarme me duché con agua fría y salí de estampida hacia la librería donde había visto mi salvación, temeroso de que alguien pudiera arrebatarme lo que suponía era un ejemplar único. Nadie había preguntado por él. Allí  seguía en el centro del escaparate ahuyentando lectores. Pregunté el precio al librero. Para mi sorpresa era tan bajo como un libro de bolsillo y eso que para llevármelo necesito su ayuda y un taxi a la puerta. El librero me explicó que llevaba años deseando desprenderse de aquel monstruo que ahuyentaba más clientes que los precios pero no podía hacerlo porque su mujer la escaparatista de la brillante idea, le había prohibido deshacerse de él sino era en venta comprobable en factura y dirección del cliente. El tuvo que poner el 90% del precio pero todo lo daba  por bien gastado con tal de deshacerse de aquel peso muerto en su negocio.


No importa la razón por la que uno hace o deja de hacer algo, lo que importaría son las consecuencias de las propias decisiones.

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