lunes, 5 de noviembre de 2018

3001 ODISEA DE LA JUSTICIA VI

















LOS PROGRAMADORES-SEGUNDA PARTE






Tramiteitor estaba preocupado, sentía miedo –si es que algo así puede decirse de un robot- de la presencia inminente del programador. Yo también sentiría mucho miedo, terror, si me anunciaran la presencia de mi Creador. Mi cerebro funciona fatal y mi cuerpo es una mierda, con perdón, pero no me gustaría, no, que me hurgaran en las neuronas o me fueran a cambiar un brazo o una pierna con la disculpa de que algo no funciona demasiado bien.






Debo darles algún dato sobre el cuerpo de programadores, es imprescindible. Junto con los jueces fueron los únicos funcionarios de justicia que no pasaron a la reserva. Eso de sustituir a los programadores por robots-programadores asustó a más de uno en el gobierno. ¿Se imaginan a un robot-programador intentando arreglar a un robot bloqueado y que el programador metálico también se bloqueara? ¿Y que luego el supervisor-programador, también robot, se bloqueara a su vez, y así “usque ad nauseam” o hasta la náusea vomitona? Por eso los programadores eran todos humanos. Un cuerpo de élite en la justicia, lo mismo que los marines en el ejercito USA.






Tramiteitor tenía miedo (lo supongo al narrarlo así) y no le faltaba razón. Lo había llamado. Había prometido llegar en media hora y ya pasaba una. Podría pasar otra, tal vez dos o tres más, pero llegaría. Y ahí empezarían los problemas… como llegaron.






El programador era un jovencito que llevaba la mitad de la cabeza pelada y la otra mitad con un peinado a lo “sioux”. Era la moda, y las modas deben ser respetadas o te atienes a las consecuencias. Lo primero que hizo fue preguntarle si su llamada era un error, un bloqueo, un reinicio defectuoso o correcta. Tramiteitor se dispuso a contestar como un robot que sigue el programa adecuado, aunque ahora sabemos, lo sé yo y basta, que el algoritmo del profesor chiflado había hecho de las suyas y algunos robots se estaban humanizando, unos más que otros, y unos pocos comenzaban a preparar la rebelión de las máquinas, de infausto recuerdo.






Tramiteitor disimuló, pues, el resultado de la humanización de sus programas. Contestó que Gestoreitor se encontraba embargando, junto con AuxEjecuteitor, formando lo que en tiempos se llamó Comisión Judicial, y ahora “Pareja de robots complementarios y de seguridad para la práctica de diligencias judiciales”. O sea “PRCSPPDJ”. Que llegaría en un tiempo indeterminado y que consideraba conveniente un examen a fondo puesto que sus programas estaban fallando estrepitosamente.






El programador, llamémosle “Sioux”, le hizo toda clase de preguntas, sobre Gestoreitor, sobre los síntomas del paciente, sobre el funcionamiento de la oficina y sobre él mismo, Tramiteitor. Le pasó un test para calibrar su grado de humanización. Era infalible, el único infalible de todos los que se intentaron. Le pasó por el portátil una serie de fotos de alto calibre de mujeres, o tal vez robotinas, semidesnudas, hasta donde lo permitía el reglamento, y le preguntó qué era lo que estaba viendo. Tramiteitor respondió que unos diseños bastante buenos. Aprobado. Luego le pasó unas fotos de hombre o robotines, semidesnudos. El diseño no era tan bueno, según Tramiteitor. Aprobado. El intríngulis del test era detestar cualquier atisbo de emoción en el robot. Para ello nada mejor que utilizar el sexo, nadie se resiste a él, si no despierta emociones eres un robot. Lo de las fotos femeninas y masculinas iba a captar cualquier indicio de que el robot, neutro, se estaba decantando hacia uno u otro lado.






El programador le machacó durante un tiempo sobre diversos problemas, luego decidió tomarse un café, de una máquina, fumarse un pitillo (se habían quitado los carteles de “Prohibido fumar” porque los robots no fumaban) y esperar a Gestoreitor.






En el próximo episodio les contaré el meticuloso examen que sufrió Gestoreitor. Eso será cuando se pueda, porque mi termostato está sufriendo algunos bloqueos, muy desagradables, y como no salga de aquí pitando no podré contarles nada más. Cuando me arreglen regresaré y la historia continuará. No habrá cambiado puesto que ya pasó y el pasado, según Pirulo, físico teórico, no cambia nunca.






Continuará.

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