martes, 21 de abril de 2020

LA REBELIÓN DE LOS LIBROS XVI

LA REBELIÓN DE LOS LIBROS XVI

ENLACE PARA DESCARGAR LA REBELIÓN DE LOS LIBROS I EN PDF
Rebeliónlibros
LA REBELIÓN DE LOS LIBROS XVI
CUMPLEAÑOS DEL MILLONARIO SLICTIK 2020 EL AÑO DEL CORONAVIRUS
FELIZ DÍA DEL LIBRO 3001/2020
REFLEXIÓN DEL NARRADOR
¿Por qué regresé al siguiente cumpleaños de Slictik, al año 2020, a su sexagésimo cuarto o quinto, o lo que fuera, cumpleaños? ¿Por qué? ¿Por qué lo hice? Solo Dios lo sabe…y no va a decírmelo.  Me había librado de aquel hombre, o lo que fuera, de una vez para siempre. Todo parecía encarrilado, todo. Había saboteado a su robot Torre de Babel, y Karl Future tenía el control absoluto con los programas que yo había introducido en su memoria RAM o lo que fuera, que yo no soy informático. Mi misión, suponiendo que la misión de un narrador no sea simplemente narrar lo que ve, había terminado de una vez por todas… Pero regresé. Intuí algo, creo que supe de forma subconsciente que uno nunca puede estar seguro con personajillos como el millonario Slictik, solo cuando se presencia su muerte y se incinera su cadáver y se esparcen sus cenizas en el fondo del mar y se tiene la seguridad de que no hay más allá, ni reencarnación, ni nada por el estilo que permita regresar a la vida a alguien como él, solo entonces, y aún así con algunas dudas, puede estar uno seguro de que todo ha terminado definitivamente. Como yo no había presenciado nada de lo descrito algo me carcomía por dentro y decidí regresar.
Y lo hice, vaya si lo hice. Y todo fue mal desde el principio, como si me persiguiera una maldición a través del tiempo y del espacio. El artilugio cometió un error, algo casi imposible, pero nadie es perfecto, ni siquiera una máquina como ella. Me llevó al año 2021. Ni siquiera tuve que salir al exterior para darme cuenta de que algo iba mal, muy mal. Me bastó con sintonizar algunos programas de televisión para darme cuenta de lo ocurrido sobre el planeta Tierra. De ahí a deducir lo que pudo haberle ocurrido al millonario Slictik, solo había un paso y yo lo di con tal desánimo que sin la ayuda de la IA de mi artilugio no hubiera sabido qué hacer ni a dónde volver, ni siquiera si merecía la pena hacer algo.
Una pandemia. Había olvidado la pandemia del coronavirus o Covid-19, del año 2020. Si hubiera hecho los deberes, si me hubiera metido en una maldita hemeroteca durante un par de días, habría estado preparado. Pero no lo hice, por vagancia, porque creía saberme la historia al dedillo. ¿Cómo pudo habérseme pasado por alto la famosa pandemia? Tal vez porque nadie quiso hablar de ello una vez que pasó, que le costó, porque las cosas se complicaron de lo lindo mientras una parte de la humanidad, como escogida por un programa aleatorio loco, iba muriendo.  Porque algo tan vergonzoso fue casi borrado de los libros de historia. Que unos bichitos diminutos, casi nada, estuvieran a punto de acabar con la humanidad era algo tan vergonzoso que los historiadores se pusieron de acuerdo para no hablar de ello.
Cierto que eso me disculpa un poco, pero solo un poco, una pizca. Acuciado por los requerimientos de la IA tomé una decisión, regresaría al año 3001, me prepararía adecuadamente y regresaría al cumpleaños de Slictik, año 2020, el año del coronavirus. Así se lo comuniqué a la IA. Regresamos, me enfundé en un traje moderno de astronauta, no como los del año 2001, odisea del espacio, sino mucho mejor, hecho de nanovirus buenos. Una coraza impenetrable para cualquier bicho viviente o no viviente, hasta para la antimateria. Con aquella escafandra, por llamarla de alguna manera, perfectamente adaptada a la piel, como la piel de una serpiente o lagarto. La nanotecnología había avanzado tanto que aquel milagroso artilugio era pan comido y deglutido. Con ella podía regresar al año 2020, el año del coronavirus, sin el menor miedo a resultar contagiado.
apollo-11-interior
Pero la mente es la mente y nada más cobarde que el miedo. Una vez sentado en la cabina de pilotaje, todo dispuesto, no era capaz de apretar el botón de encendido. Algo me decía que ni siquiera yo podía estar a salvo de un contagio estúpido, un coronavirus mutante podría haber encontrado la forma de escabullirse entre las finas escamas de mi piel nanotecnológica. Podía morir como cualquiera, y yo no quería morir, al menos no tan pronto, unos años más y la humanidad alcanzaría la inmortalidad y entonces me importarían un comino los coronavirus o cualquier otro bichito viviente o inerte. El miedo me atenazó y para combatirlo me dediqué a formular hipótesis y estrategias, una tras otra. Hice un plan B y continué hasta terminar todas las letras del alfabeto y seguí y proseguí. También formulé todo tipo de hipótesis sobre lo que habría podido ocurrir con el millonario Slictik. Curiosamente la primera resultó ser la cierta.
La primera, en forma esquemática, era la siguiente: Tras mi partida Slictik sospechó algo y ordenó la revisión de todos los programas del robot Torre de Babel. Encontraron alguno de los programas ocultos, o todos, y comenzó un trabajo ímprobo para anular las trampas. Así transcurrió casi un año, y cuando sus ingenieros informáticos informaron que estaban a punto de gritar eureka, ocurrió lo impensable, lo improbable, lo inimaginable. Al bunker fueron llegando las noticias. Tenemos un coronavirus nuevo, ha empezado el contagio. Slictik ordenó que nadie viajara, que nadie saliera o entrara. Mientras, en el exterior, la gente se lo tomaba a chacota. Pero aquel coronavirus era fulminantemente contagioso. Se expandió como el rayo y comenzaron a morir, personas, seres humanos, pero no los de siempre, los que no importan a nadie, al menos lo que no importan a quienes creen ser alguien. Aquel maldito coronavirus no respetaba ni a los humanos que realmente importan. Pueden morir los de siempre, los parias, los de las razas inferiores, la carne de cañón, pero cuando se supo que podía morir cualquiera, hasta un presidente del gobierno, hasta los más poderosos, entonces dejaron de reírse y se pusieron a pensar y repensar. Finalmente todos acabaron en confinamiento, a la espera de la vacuna, de una medicina efectiva, de lo que fuera. Y el tiempo pasó y la economía se derrumbó y los confinados perdieron la paciencia y cuando las estadísticas decrecieron comenzó lo que ellos llamaron el desescalamiento. Fue bien mientras fue bien, luego ocurrieron cosas que no voy a contar porque a mí lo que me interesa es lo que supuestamente hizo el millonario Slictik en su búnker.
Supongo, porque esto es una hipótesis, que cuando las noticias fueron alarmantes Slictik ordenó a voz en cuello redoblar las medidas y el búnker quedó sellado como un frasco de cristal al vacío y con toda clase de precintos. Como no se fiaba ni de su sombra, ordenó que una IA muy avanzada supervisara el sellamiento y la contraseña para abrir puertas  o ventanas o cualquier agujero, quedó solo en su poder, siendo eliminada y raseteada de la IA por si esta se volvía loca. De esta forma estaba a salvo. Se dedicó a descubrir todas las trampas en la memoria del robot Torre de Babel, ordenó que fueran confinadas y que se hiciera un cortafuegos a prueba de virus, incluido el coronavirus.
No creo que el millonario Slictik muriera, como supuse ingenuamente. Ni sus comilonas ni sus achaques, ni sus años, podían con aquel monstruito. Lo que sí supuse, acertadamente, como se verá en su momento, es que el miedo, el pánico, el terror, se apoderó de él, como acabó apoderándose de todos los confinados del planeta. No tenía la seguridad, como tampoco tengo yo, de que ni el mejor búnker pudiera mantener a raya a unos bichitos tan diminutos que se cuelan por cualquier parte. ¿Qué hizo entonces? Lo que hubiera hecho yo. Ordenar al profesor Cabezaprivilegiada, su genio entre los genios, que diseñara un programa que permitiría a su consciencia, suponiendo que la tuviera, ser implantada en el cerebro positrónico de su robot Torre de Babel. Los coronavirus serán muy poderosos, pero por mucho que muten, nunca podrán entrar en un cuerpo robótico, ni en una mente positrónica, para eso están los otros virus, los programas malévolos, pero a esos sí se sabe cómo tratarlos porque son los propios humanos los que los crean y todos sabemos que lo que crea un humano puede destruirlo otro humano. Es ley de vida.
Me dirán ustedes, los lectores, que cómo podía saber yo todo aquello si aparecía en su cumpleaños 2020, porque la historia dice que el coronavirus comenzó unos meses antes de su cumpleaños y ese tiempo no sería bastante para llevar a cabo todos sus planes. Y así es, en efecto. Por eso en el plan A yo me colaba en modo invisible dentro de su búnker, permanecería en el artilugio sin salir y observaría todo lo que hacía aquel monstruo el día de su cumpleaños. Sentía una curiosidad morbosa contra la que no pude luchar, no en vano había presenciado todos los cumpleaños que ya he relatado, por lo que no voy a volver a hacerlo. El plan B consistía en quedarme unos días más observando el progreso de sus planes, si no había novedad ordenaría a mi IA que me trasladara un poco adelante en el futuro, pongamos que el cumpleaños de Slictik en el 2021. Lo más probable sería que para entonces ya hubiera encerrado su alma o consciencia en el cerebro positrónico de Torre de Babel, con lo que habría muerto para el mundo, el demonio y la carne pero viviría en alguna parte bajo forma robótica. Seguro que ya habría organizado su fuga, bien perforando hacia el centro de la Tierra o tal vez hasta tendría alguna nave espacial oculta en algún lugar escondido con la que ir a Marte, pongamos por caso. Conociendo al profesor Cabezaprivilegiada todo era posible. Con lo que dejarían de celebrarse los cumpleaños de Slictik porque los robots no cumplen años.
Mi intención era dejar cerrado el caso lo mejor posible para no volver a viajar al pasado, ahora menos que nunca puesto que la pandemia del coronavirus era para echarse a temblar y seguro que luego se repetía cíclicamente. No esperaba que la intervención de Torre de Babel en el día del libro actual o sea del año 3001 fuera como para echarse a temblar o fuera a cambiar algo importante, de esta forma mis días como narrador de la triste vida del millonario habrían acabado para siempre y podría centrarme en Elizabeth que me gusta mucho más.
De esta guisa hubiera permanecido reflexionando hasta el fin del universo, si es que tiene fin, pero ocurrió algo imprevisto, algo más, pero muy imprevisto. La IA, agotada de tanta espera, perdidos los nervios entró en bucle y salió como ente libre, con voluntad para tomar sus decisiones. Ustedes pensarán que los robots-libro que estaban en el día del libro del 3001 también habían alcanzado ese estado, y es cierto, pero nadie lo sabía a ciencia cierta y solo cuando ocurriera lo que tenía que ocurrir se sabría, hasta entonces el que una IA fuera libre y tuviera voluntad como nosotros era impensable, como tantas otras cosas, por otra parte.  Lo que ocurrió es que la IA apretó el botón, el motor rugió y nos trasladamos al futuro sin yo comerlo ni beberlo. Solo tuve tiempo para decir aquello de “Dios me pille confesado”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario