SEXTO MANDAMIENTO/ Nunca, jamás, mantendrás con el poder una
relación erótica. Y no porque el erotismo sea malo, que no lo es, mal que les
pese a algunos, sino porque una vez que le des un beso en la boca, aunque solo
sea un piquito, estarás corrupto. Serás como un alimento fresco del mercado de
la esquina, que antes de abrir la puerta del frigorífico, ya está comido de
gusanos e hiede que apesta. Mucho ojito con el poder, guarda las distancias, sé
cortés como hay que serlo, como lo es todo bien nacido, si tienes que decirle
buenos días, tardes o noches, que sea lo más lejos posible y si tienes que
estrecharle la mano, que sea con guantes. Si debes bailar un tango, por las
circunstancias, que tu cuerpo no roce el cuerpo del poder, aunque tengas que
hacer equilibrismos, procura que no surja entre vosotros la menor intimidad.
El poder es seductor, manipulador, avieso, zorruno, un
auténtico demonio que tienta con solo mirarle. Si le miras, que sea con gafas
de sol, y muy oscuras. Que el poder se refleje en ellas y vea su auténtica
monstruosidad. Si eres tú el que se refleja en sus gafitas que valen más que tu
coche, el de cuando eras un simple proletario, te verás guapo, muy guapo,
guapísimo, y alto, muy alto, altísimo, y sabes que no lo eres, porque aunque pertenezcas
a las nuevas generaciones y casi superes a un pivot de la NBA, lo cierto es que
eres pequeño, diminuto, solo tienes que imaginarte mirándote desde el balcón de
un agujero negro, ni siquiera puedes verte. Así eres realmente tú, lo que veas
en las gafitas pijas del poder es mentira y solo mentira.
No te digo nada cuando intimas con el poder, cuando dejas que
te invite a una cena con velitas ñoñas y luego a su suite presidencial en el
mejor hotel de la galaxia. No hablaré de lo que va a ocurrir en su lecho de
plumas, en su colchón de agua, en su cama con dosel y espejitos en el techo,
porque esto ya no sería erotismo del bueno, sino pura pornografía. Puede que el
poder sea un amante portentoso, que no lo sé y nunca lo sabré, pero aún así lo
que está haciendo es sorberte la humanidad por la boca, la sangre en
mordisquitos de vampiro, el alma por el sexo, sea el que fuere, porque el poder
es hermafrodito, y aún más, posee todos los sexos existentes y más que se
inventen. El orgasmo del poder no tiene nombre ni existen palabras para
describirlo, te atrapa por donde más duele y dejarás de ser humano, serás un
demonio bajo la aparente carne que te recubre.
Y esta vez voy a emplear el ejemplo gatuno solo lo
imprescindible, porque son ejemplos o exiemplos y no metáforas y fantasías
delirantes de mi mente trastornada, porque mis castas orejas han escuchado los
maullidos espantosos de los gatos en celo (gruuff, tiemblo solo de recordarlo).
Pues bien, comparados con las expresiones de los políticos que han intimado con
el poder, hasta la intimidad más íntima, y que están a punto de dejarlo, o más
bien es el poder siempre el que les abandona, como un amante zascandil e
impredecible, o acaban de ser abandonados sin ni siquiera un piquito de
despedida, estos espantosos maullidos gatunos son como ronroneos cariñosos
comparados con los auténticos aullidos demoniacos de los políticos que regresan
a su en otra hora feliz anonimato. Es algo horrísono, prefiero mil veces el
coro gatuno en celo más numeroso y
exaltado que a un solo político aullando porque el poder le ha abandonado. Te
sugiero que cuando veas llegar la tentación te pongas una túnica, blanca, te
dejes barba, canosa, y tomes el bastón más cercano, como un nuevo Moisés, y
elevando ese bastón o mamporro por encima de tu cabeza, no importa que sea
calva, grites como un energúmeno, agitando el bastón como un samurái
enloquecido y digas la frase protectora que ahuyentará al tentador. “Vade
retro, Satanas”.
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