martes, 3 de noviembre de 2020

TERCER DÍA EN CRAZYWORLD III

 



Durante todo el camino, que fue largo, no pude dejar de pensar en Jimmy, en cuanto pillara a aquel bastardo le iba a dar para el pelo. Según me comentó Dolores, que no dejaba de hablar para que el camino se le hiciera más corto, el personal médico vivía en una urbanización no muy grande con casitas muy coquetas y jardines bastante amplios. Estaban muy bien tratados, puede que porque la salud de todos los recluidos en Crazyworld era lo más importante para Mr. Arkadin. Los jefes supremos, el fallecido director y el doctor Sun, tenían un poco más allá dos auténticas mansiones que apenas usaban porque les gustaba quedarse en el edificio principal donde habitaban lujosos apartamentos. Los agentes de seguridad vivían en varios edificios que ya conocía por haber pasado la noche con Heather. Los cocineros, reposteros, personal de cocina y camareros ocupaban un amplio y alto edificio cerca de las cocinas que Dolores me enseñó al pasar, incluso señaló la ventana de su apartamento. Al cabo de un tiempo llegamos a la urbanización de Heather y un poco más allá, antes de alcanzar las residencias de los doctores, observé un amplio complejo deportivo, con pistas de tenis, piscina, pistas de atletismo y un miniestadio para otras actividades deportivas.

-Oye, Dolores, no sabía nada de que se pudiera practicar deportes en Crazyworld. ¿Podría pedir permiso a alguien para utilizar las instalaciones? ¿Podemos hacerlo los pacientes?

-Aquí se puede practicar de todo, muchachito, solo tienes que apuntarte en alguna de las listas del doctor Sun que tiene tantas que si no las gestionara el personal de administración esto sería un caos completo. Serás el primer paciente que hace deporte. Todos los demás tienen bastante con comer, dormir y estar despiertos el tiempo que les permite la medicación. Claro que como a ti no te medican puedes permitirte el lujo de pensar en gastar las energías que te sobren, si es que te sobra alguna.

Intuí que lo decía con segundas intenciones pero no quise tirarle de la lengua, bastante tenía con procurar mantener el equilibrio, apoyándome en su hombro. Entre los edificios y urbanizaciones pude ver bonitos parques bien cuidados, con árboles no muy altos, columpios y toda clase de diversiones para los pequeños y circuitos de footing muy completos con aparatos para estiramientos, encogimientos y lo que fuera necesario.

-¿Tantos niños hay en Crazyworld que se necesitan todos esos columpios y parques?

-Mr. Arkadin pensó en todo, menos en que aquí encerrados las parejas que se formaran, si es que se formaba alguna, tendrían muy pocas ganas de traer hijos al mundo para que fueran esclavos. Que yo sepa está Mónica, la hija de Patricia, que llegó aquí con menos de diez años y ahora tendrá unos dieciséis. El jefe de jardineros que se casó con una de las maestras de la plantilla –Arkadín quiso convertir Crazyworld en una auténtica ciudad- tiene media docena de hijos con diferentes edades. Las maestras son de las pocas mujeres que quisieron ser mamás, tal vez porque necesitaban alumnos para la escuela o no tendrían nada que hacer. Al menos ahora tienen unas dos docenas de alumnos entre párvulos y bachilleres a los que educan con mucho mimo. Cuando no dan clases les cuidan como en una guardería mientras los padres trabajan. Salen con ellos a pasear y hacer ejercicio por los diferentes parques, si se lo permiten los jardineros y horticultores les llevan a la granja donde cuidan los animales y aprenden a cultivar la tierra.

-Imagino que tiene que haber un auténtico ejército de jardineros y agricultores para cuidar de todo esto.

-Los hay. Viven en las granjas, en casitas de madera muy monas. Solo los jardineros se acercan por aquí diariamente a cuidar de los parques. Apenas se relacionan con el resto, nos ven como apestados, para ellos somos menos interesantes que sus animales y plantas. A veces regalan mascotas a los niños. Los adultos que quieren una, tienen que robarla.

Hablando de unas cosas y otras y deteniéndonos para descansar de vez en cuando en alguno de los bancos de madera estratégicamente situados, el camino se nos hizo más entretenido. Por fin llegamos ante la casa de Patricia. El jardín estaba muy bien cuidado y me pareció que una parte estaba dedicado a huerto, con trozos cubiertos de plásticos sustentados con armazones metálicos. Rodeándolo todo un alto muro por el que yo solo era capaz de asomar la cabeza. Dolores oprimió el botón de un telefonillo con cámara de video. Una voz dulce y agradable quiso saber quiénes éramos y qué queríamos.

-Doctora Patricia, soy Dolores y me acompaña un guapo joven que desea hablar con usted. ¿Nos puede abrir?

Pasó un tiempo prolongado. Ya creíamos que nos iba a dar con la puerta en las narices cuando ésta se habló y nos encontramos ante una mujer en la cuarentena, muy bien cuidada, muy hermosa. Morena, de ojos claros, vestida sencillamente con un vestido floreado y una agradable sonrisa en la boca. Me sentí atraído por ella de inmediato. No tuve tiempo para más porque ella no dejaba de mirarme.

-¿Qué le ha pasado a tu amigo, Dolores? Parece como si le hubieran dado una buena paliza.

-Fue Jimmy, que le pilló descuidado. Como comprenderás de otra forma no hubiera podido con este buen mozo.

-Pasad. Tengo un botiquín en casa. No me gustan nada esos ojos morados y esa nariz. Puede que tenga que dar algún punto a ese párpado.

Nos precedió hasta la puerta y nos invitó a pasar. Entramos directamente en un salón más que suficiente para las dos personas que vivían allí. Pude ver un sofá, dos sillones orejeros, algunos armarios de madera acristalados, con vajilla en su interior, una televisor bastante grande, un equipo de música, una librería repleta de libros y bonitas alfombras por el suelo. La doctora me hizo tumbarme en el sofá, puso un cojín bajo mi nuca y me pidió que no me moviera.

-Dolores, sírvete lo que quieras. Ya sabes dónde están las cosas.

Desapareció por una puerta.

-¿Tú quieres algo¿

-Creo que un tequila me vendría bien.

-¿A estas horas?

-Vale, pues dame un Martini, con dos cubitos y hielo y una aceituna.

-¿Una aceituna?

-Bueno, un par de ellas. Me encantan las aceitunas… O eso creo. Me ha venido a la cabeza y ya me estoy relamiendo.

-No tienes remedio.

Se alejó hacia la cocina que estaba separada del salón por un largo y amplio mostrador, tras él podía verse una amplia cocina, moderna y muy bien surtida. Llegó Patricia con el botiquín, lo abrió, sacó un trozo de algodón que empapó en agua oxigenada y me lo pasó por la cara. Hice un gesto de dolor. Luego utilizó un palito con un trozo de algodón redondeado en la punta y me lo introdujo en la nariz, primero por un orificio y luego por el otro. Salió empapado de sangre. En ese momento llegó Dolores con mi Martini que posó en la mesa acristalada que había frente al sofá y ella echó un buen trago de su zumo de naranja. La doctora observó el Martini.

-Si no te importa, querida, trae otro para mí, sin aceitunas y con solo un cubito de hielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario