Confieso
que me da un poco de miedo seguir con la historia de la Cantante de la
Tropicana. Los espectadores acaban enamorándose de sus voz y al fondo de la
sala está Slictik, escondido en un rincón, con sus gafas de sol explorando el
misterio. Para finalizar la noche, Sally, la cantante de voz cautivadora, nos
canta una dulce balada. La banda de jazz deja por un momento de moverse a su
ritmo sincopado para acompañar esa bonita balada. De alguna manera a Slictik le recuerda la canción de Billy Joel, el hombre del
piano. Un canto al perdedor. Sí, porque el triunfo tiene poco de misterioso, es
el fracaso lo que está envuelto en las brumas del misterio.
Ella
canta con los ojos cerrados y los espectadores no se mueven, pendientes de su
voz. Sobre una mesa puede verse un marco vacío. En el aire se va formando un
rostro misterioso. Nadie respira durante el tiempo que la voz tarda en
redondear el último acorde.
Termina
la noche, y mientras los espectadores apuran suúltima copa, la cantante termina
embutida en las sombras por un laberinto de callejuelas que conducen al
malecón, donde las olas se estrellan. Las cantantes suelen soñar, como los
poetas, los escritores, los músicos, los artistas, las personas sensibles. Todos ellos terminan la noche dejándose mojar
por las olas de un mar siempre en
movimiento. Los otros, los otros están ya en sus despachos. Imaginando la
fórmula mágica para hacer más y más dinero.
Que la bolsa suba hasta el cielo y la economía sea un cohete a la
luna. No viven para otra cosa, han
olvidado los sueños y ni siquiera son capaces de pasarse una noche por la
Tropicana para escuchar una balada de Sally.
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