
EL TURISTA ACCIDENTAL
SEGUNDA CRÓNICA
X es un hombre rarito, como pude comprobar en conversaciones que tuvimos a lo largo de nuestra estancia, incluso tras la llegada de su amigo Bautista. Suele ocurrirme que tras hablar conmigo nadie se acuerda de haberlo hecho, ni mucho menos de mi nombre. Soy como un fantasma de carne y hueso o un ser multidimensional. Incluso hay por ahí alguien que cree ser mi creador y yo uno de sus personajes humorísticos. Tiene gracia la cosa.
Mientras esperaba a que llegara su amigo, con una cierta preocupación, porque se retrasaba un poco, me hizo algunas confidencias que aprovecho para colar en mi crónica. Dado que X no tiene nombre, como yo, el que hable de él no tendría por qué molestarle. Odia el calor. No le importaría estar en cualquiera de los polos, con los pájaros bobos, esos señores que visten de frac, en lugar de achicharrado por un sol de justicia. El calor le abotarga, por eso se aposentó en un banco y allí permaneció sin mover una ceja. Me comentó que sufría de fobia social. Que en otros tiempos fue un problema grave pero que ahora lo llevaba con mucha calma. Le asustaba un poco la gala que se avecinaba, aunque estaba más preocupado por cenar a la hora -es diabético- , que en verse obligado a conversar, algo que es lo más común en estas reuniones.
Su mente parecía estar en bucle. Que si le habrá pasado algo a su amigo Bautista. Que no miró cuánto le costaba el parking donde estacionó el coche. Que mira tú si le cobran por hora, incluso las horas de la noche y sumando más de cuarenta y ocho horas, esto puede subir un pico. Que le gustaría quedarse otra noche más para conocer algo de Guadalajara, pero le parece abusivo. Piensa en cómo encontrar la forma de decirle a M que pagará de su bolsillo. Sus bucles mentales parecen propios de una patología mental. Así me lo cuenta. En efecto toda su vida ha sufrido de una enfermedad mental a la que ahora no sabe cómo la llamarían porque estas etiquetas cambian más que los nombres que les dan ahora en inglés a cosas que antes tenían un nombre castellano de toda la vida. ¿Lo de esta noche será un "party"? Le gustaría preguntarle a M si todos los empleados del hotel sufren algún tipo de patología mental, porque no lo parecen en absoluto. Luego, cuando llegue su amigo Bautista satisfará buena parte de sus curiosidades, aunque ya conoce buena parte de la historia, gracias a que está pasando sus memorias al ordenador y a las conversaciones que han ido manteniendo sobre el tema a lo largo de los años. Cómo ha cambiado el tema de la enfermedad mental. A él, a X, le tocó lo más duro, antes de que se produjera la reforma psiquiátrica en España. Todo lo que están viendo sus ojos parece un milagro, como lo comentará en una conversación casi al final del "party".
Me cuenta que siempre tiene un plan B por si las cosas salen mal. Esta vez todo sale bien. Intuyo que le pasa con mucha frecuencia. En el parking hay un tope diario, que no sobrepasa los diez euros, bastante menos de lo que él pensaba. Su amigo Bautista acaba llegando. El acabará cenando y muy bien, aunque no a su hora habitual. Parece bastante despistado porque se le mete en la cabeza que tiene que cenar antes del "party" sin caer en la cuenta que en estos eventos siempre hay canapés o pinchos o como se los quiera llamar. Arma un pequeño lío del que lo saca Bautista que ya ha asistido a otros eventos. En la cocina debieron pasarlo mal. ¿ Pero qué le pasa a este hombre?
Por fin se enterará de que los sombreritos tan monos que aparecían sobre bustos no eran máscaras de carnaval sino para las damas y que aquella especie de pajaritas o lo que fuera eran para los caballeros. Todo saldría bien, incluso algunas gotas de lluvia en el momento oportuno que obligó al pianista a retirarse a tiempo. Ya estaba temblando X ante la posibilidad de tener que bailar con la alcaldesa de Guadalajara o las seis consejeras del gobierno de Castilla la Mancha que asistieron a la gala e hicieron sus discursos, todas muy simpáticas. ¡Uf! le escuché aliviado. Yo por supuesto estuve a su lado en todo momento. Nadie me vio, nadie supo de mí, pero lo pasé tan bien como X. Incluso comí alguna de sus alitas de pollo, riquísimas. Debió caerle simpático a una camarera, antes recepcionista, que siempre le ofrecía de su bandeja, alitas, hamburguesas mini, etc etc.
Pero eso será objeto de una tercera crónica.
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