Zoilín, tomado por la pichulita, se transformó en un auténtico esclavo de Lily. Por lo
visto hizo para ella cosas que solo Gervasio, el viejo amante y ahora jefe de
matones, de mi cada vez más sorprendente celestina, aceptó ejecutar, aunque de
otro calibre, ustedes me entienden. Sentía tal debilidad por Anabél que narraba
a su oreja los más mezquinos secretos de su miserable vida. Creo que mi dulce
Ani era la mujer mejor informada del país sobre las intimidades de famosos y
famosetes de poca monta que ya empezaban a prepararse para la maratón.
El primer
encuentro entre ambos tuvo más parecido con una película del viejo cine mudo
que con un video porno. Las carreras de Zoilín no hubieran podido ser grabadas
ni por una cámara rápida. ¿Era tan poca cosa para Lily que nunca le dejó
utilizar sus potingues?. Le pregunté asombrado a mi amiga. ¿Nunca le habló de
sus remedios milagrosos?. Nuestra patrona no era tonta, me respondió, si curaba
a Zoilín se quedaba sin su más preciado recadero. Pero era de esa manera como
le tenía más cogido de las pelotas. No entiendo su astucia, Ani. Sabes que los
potingues eran muy caros y solo los dispensaba a grandes clientes. De todas
formas no era el dinero lo que podía preocuparla, sino que llegara a curarse de
su eyaculación precoz. Entonces ya no dependería de ella para satisfacer sus
necesidades sexuales. Zoilín era un chantajista nato, se hubiera acostado con
bellas mujeres a cambio de guardar secretos. No lo hizo nunca porque sentía
pánico de que descubrieran su debilidad.
-Lily nunca
le suministró sus elixires, pero a mi me dio pena, ya sabes como soy -siguió
contándome Ani- y le facilité las migajas de un tarrito que había utilizado con
un buen cliente. Dio resultado, cómo no iba a darlo. Zoilín aguantó más tiempo
del que su delirante fantasía hubiera podido nunca imaginar. Lo pasamos muy
bien aquella noche y el se sintió tan agradecido que lloró a moco tendido sobre
mis pechos. Me dijo que desde aquel momento yo era más que su madre -ya lo
llevaba siendo hacía tiempo,jaja- y que podía pedirlo lo que quisiera. ¿Y qué
le pediste?. De momento nada pero luego aproveché sus servicios para acostarme
con un famoso actor de cine, de visita en España. Pero a lo que iba. Se marchó
más bien tarde al día siguiente de la casa número cinco, ya la conoces, me besó
y me dijo las palabras más dulces que he oído en mi vida. En la puerta del taxi
se dio la vuelta para despedirse y pude ver que lloraba como un bebé. Todo
parecía ir de perlas cuando al día siguiente me llamó a casa, había conseguido
sacarme el teléfono con sus carantoñas y lloros, para explicarme que aquellas
pomadas le producían alergia. Tenía el bajo vientre lleno de ronchones, de
granos que a cada minuto aumentaban de tamaño, se le caían las postillas sobre
su pilulita que aparecía hinchada y tumefacta, con muy mal aspecto. La tenía
completamente roja, lo mismo que sus huevos de avestruz, jaja, y no podía ni
darse bálsamo bebé porque saltaba del dolor.
Es una pena
que no pueda transcribir el lenguaje caribeño de Anabel porque la gracía que
tenía al narrar este episodio podría hacerles llorar de risa. Es cierto que
tengo sus grabaciones pero ustedes no pueden oirlas y la mera transcripción
mecanográfica les quitaría todo su sabor dulzón y salsero.
-Me pidió
permiso para venir a casa, continuó Anabel muerta de risa. Se bajó los
pantalones y me enseñó el estropicio. Tuve que hacer un gran esfuerzo para
controlarme porque se me estallaba la risa por todos los poros. Aunque bien
mirado no era precisamente para reirse. Daba verdadera pena el pobre Zoilín. Se
dejó poner un poco de bálsamo y lloró como un niño mientras mis manos hurgaban
en su cosita. Le dije que no podíamos dejarlo así. Llamaría al doctor, que Lily
tiene siempre de guardia, por si surgen emergencias y él encontraría la forma
de que al menos no le doliera tanto. Chilló de miedo y se puso de rodillas para
suplicarme que no lo hiciera. Si Lily se enteraba podría ordenar matarle. Le
contesté que no era para tanto, que nuestra patrona era una buena mujer y se
apiadaría de él. No me lo consintió. Yo no sabía si morirme de risa o de
lástima. Allí, de rodillas, con todo al aire, parecía un bufón de corte, de
esos que tú me contabas Johnny.
Pensé que era
una lástima que Lily no hubiera puesto un sistema de grabación también en casa
de Anabel. En ese momento se me ocurrió que hasta eso era posible. Tendría que
mirar las grabaciones una por una. Aún no había inventariado la herencia de mi
patrona. ¿Y cómo solucionaste el problema?. Pregunté con cara de risa.
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