lunes, 21 de noviembre de 2016

EL FUNCIONARIO MACARIO



         



Nota: Todos los hechos y personajes que aparecen en esta serie son pura ficción y cualquier parecido con la realidad sería pura coincidencia. El hecho de que el autor haya contado con una documentación de primerísima mano no significa nada, puesto que la manipulación narrativa y la imaginación delirante que acostumbra a usar con liberalidad en todos sus textos aquí alcanza su punto culminante. Solo una cosilla más: pido a Dios que nunca caigan en manos de la justicia, ni en este país ni en cualquier otro de la Tierra, no olviden que es ciega y porta una afilada espada en su mano. Mientras tanto disfruten con esta serie... si pueden.



         VARIACIONES SOBRE UN TEMA OMINOSO (LA JUSTICIA)

                           I

          EL FUNCIONARIO MACARIO

Fueron cinco duros años de estudio (bueno, en realidad lo que se dice hincar el codo lo hincaba poco, pero al menos lo intentaba) en una academia regentada por un amigo, con el que acostumbraba a ir de farra por las noches, en cuanto cerraba la puerta el último alumno. Tuvo que pasar media docena de convocatorias en las que fue tirado a la papelera sin consideración alguna, a pesar de sus numerosos enchufes, todos ellos de alto voltaje. Desgraciadamente sus exámenes habían sido para cero patatero. Así no podemos mojarnos, le dijeron sus padrinos por teléfono.

Con el tiempo y la ayuda de un Agente Judicial, contratado por su amigo, el dueño de la academia, pudo lograr un examen pasable. Eso permitió a sus enchufes darle corriente suficiente para aprobar. Y aquí tenemos al nuevo funcionario, el Sr. Macario -así le gusta que lo llamen- vestido de punta en blanco con un nuevo traje, corbata, sonrisa untuosa y un look espectacular, como de yupi de Walt Streeet. Resultaba tan irreconocible que el agente judicial, que le diera clases en la academia, lo saludó como si se tratara de un nuevo Juez, al verle caminar por los pasillos con esa desenvoltura que Dios le dio. Se abrazaron aparatosamente y el Agente Judicial le acompañó hasta el Juzgado número 27, donde el buen Macario tomaría posesión e iniciaría una carrera que pasaría a la historia del funcionariado de este país, al que llamaremos República de Tananarivo para evitar equívocos.

Nada más entrar al Juzgado supo a quién convendría lamerle el culo. Y esto no lo dice el narrador, sino uno de sus compañeros, que respondería de forma tan políticamente incorrecta a las preguntas de una vieja amiga de otro Juzgado, tres meses más tarde de este momento histórico. Pero me estoy adelantando demasiado. Ustedes disculpen. No, no se trata del Juez, un señor mayor y muy estimado en su profesión, que gusta encerrarse en su despacho para poner sus sabias sentencia. Le disgusta ser molestado, sobre todo con nimiedades. No al señor Secretario, un hombrecillo sin carácter que lo delega todo. Ni que decir tiene que enseguida supo que allí todo el mundo trataba de pasar lo más desapercibido posible, excepto un oficial, una especie de patriarca bíblico, mayor, canoso, con bigote facha, cara regordeta y modales de general en jefe del ejército de tierra.

La historia que estoy contando sucedió hace mucho, mucho tiempo, cuando la época dictatorial de Tananarivo aún funcionaba, mal, pero funcionaba. Los modales dictatoriales se le habían pegado como chicle al trasero del pantalón. Era el gran jefe Bigotito de Tarascón, por el famoso y literario Tartarín de Tarascón. Macario observó enseguida que en aquella oficina todo el mundo le hacía caso, sobre todo el Secretario, que le consultaba hasta para ir a mear. Con el desinterés del juez por todo lo que sucediera fuera de su despacho Bigotito de Tarascón se hizo amo y señor feudal con poderes supremos, excepto el derecho de pernada por razones obvias (no había matrimonios de funcionarias).

Al funcionario Macario le sobraron horas de los dos primeros días para apercibirse que lamiendo un determinado culo iba a vivir como un rey y se puso a ello a conciencia y sin escatimar lengua ni halagos. Pronto obtendría prerrogativas que nadie le discutiría, entre ellas llegar tarde o ausentarse sin dar explicaciones. Tenía el horario más flexible del palacio de justicia y eso que los horarios eran bastante flexibles, habida cuenta que ningún secretario judicial era estricto con los horarios (a la mayoría les gustaba dormir alguna horilla más de la cuenta) y podía vérsele con frecuencia en una cafetería cercana intentando lamer culos con más poder e influencia. Con el tiempo, no mucho, llegó a  saludar a jueces, magistrados y secretarios judiciales con un desparpajo que ni siquiera tienen los amigos de toda la vida.

A cambio de estas y otras muchas prerrogativas Macario acompañaba a Bigotito de Tarascón a tomar café a las once en punto todos los días, le hacía los recados a la mujer de su señor, llamémosla Burguesita de Pirindengues,  y se chivaba si veía al hijo mayor fumándose un porro. Amén de hacer de correveidile de todos los jueces y secretarios del palacio de justicia que pronto adquirieron la costumbre de mandarlo de acá para allá como chico de los recados.

Macario era feliz, porque curraba poco, lamía muchos culos y sobre todo porque con el tiempo llegó a ser acompañante imprescindible, en las correrías nocturnas de ciertos cargos que tenían la lujuria más suelta de lo debido. Con la disculpa de servir a sus señores se hizo un redomado putero o putañero, aunque ya lo era a escondidas. Trató con chulos y putas chalaneando aquí y allá descuentos en las tarifas a cambio de hipotéticos favores judiciales para el futuro que no pensaba cumplir.

El funcionario Macario se convirtió en una institución, logrando enchufar como interinos en otros Juzgados a primos, sobrinos y demás parentela. Pero se hace preciso interrumpir esta historia para intercalar otras, igualmente sabrosas y divertidas, sin perjuicio de que nuestro funcionario vaya apareciendo aquí y allá como un malévolo duende.

Continuará.

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