jueves, 3 de noviembre de 2016

EL DOCTOR CARLO SUN, DISCÍPULO DE JUNG III

HISTORIAS CLÍNICAS DEL DOCTOR SUN


EL PACIENTE EMPÁTICO


SÍNDROME DE EMPATÍA COMPULSIVO-PARANOIDE

Según el doctor Sun es la enfermedad que yo padezco. ¿Quién soy yo? El paciente empático, el secretario personal del doctor, su factótum, el hombre imprescindible de su vida, porque la mujer imprescindible es Rita la portera, reciclada a enfermera. Confieso que me hice imprescindible transformándome antes en una mosca cojonera que no le dejaba ni a sol ni a sombra. El benevolente doctor no tuvo otro remedio que nombrarme su secretario personal y ponerme a cargo de sus archivos, tal vez pensando que mientras yo me entretenía con las historias clínicas de sus otros pacientes, él podría dedicarse a la busca exhaustiva del subconsciente colectivo de Jung, la meta de su vida, de sus vidas, su pasión romántica e incontrolada.

El síndrome de empatía compulsivo-paranoide es un invento del doctorcito, no lo he encontrado en la lista de enfermedades mentales de la OMS, ni actual, ni pasada, ni futura. No existe. No importa porque todos los psiquiatras te acabarán poniendo su propia etiqueta, aunque para ello tengan que saltarse todas las normas, sus vademecums, lo que sea, si tienen que inventarse una enfermedad nueva… pues lo harán, lo importante es que tú encajes en algo y te puedan comprimir en algún cajón. Lo que ellos más odian es el cajón de sastre, el caos primigenio del universo, el mundo sin etiquetas.

El doctor Sun me encontró a mí, o más bien yo le encontré a él, porque fui su primer paciente nada más abrir su despachito en Barcelona. Acudí a él como un náufrago a una tabla de salvación. Todos los psiquiatras que me habían tratado me consideraron un caso imposible, me desahuciaron antes siquiera de ver el efecto de la medicación o concederme una segunda entrevista. Me consta que se reían de mí por lo “bajini” y que me acabaron convirtiendo en el chiste de moda, en la anécdota imprescindible en todas las reuniones sociales, burguesas, donde hubiera un psiquiatra o un aspirante a serlo algún día. Pronto toda la ciudad supo de mí, aunque nadie me conocía, y ya me estaba temiendo que pronto sería el hazmerreir en toda Cataluna, en España y en cada una de sus comunidades autónomas, en Europa, en el mundo, en la galaxia, en el universo. Fue por eso, angustiado hasta la médula, que decidí recurrir al doctor Sun, y no me equivoqué porque enseguida descubrió mi enfermedad: “Síndrome de empatía compulsivo-paranoide”.

Aún no ha encontrado el remedio a la enfermedad más rara del planeta, porque que yo sepa, que él sepa, que sepáis vosotros, que sepan ellos, que sepan todos, existen numerosos psicópatas, sociópatas y asesinos en serie que no sienten la menor empatía hacia el prójimo, pero alguien como yo, con una capacidad de empatía tan maravillosa, que sería sublime si no fuera patológica, que puede ponerse en la piel del prójimo, del próximo, del lejano, de quien sea, y sentir lo que él siente, pensar lo que él piensa, vivir en su cuerpo, en su mente, en su corazón, en cada célula que le compone, no, eso no era posible hasta que mi madre me parió entre intensos dolores en un lugar desconocido, de padre desconocido, sin familia, sin perrito que me ladre ni gatito que me lama, tan solo tan infinitamente solo, que tras la muerte de mi madre en el parto comencé a llorar como un energúmeno y no paré hasta descubrir que la capacidad de empatía me permitiría no volver a sentirme solo nunca jamás. Sé que ustedes no me creen, no pueden creer que un bebé abandonado pudiera ser consciente de lo que yo fui consciente, de la inmensa soledad del ser humano y de que la única solución a esta tragedia es la empatía. También sé que ustedes me consideran un loco y como a todos los locos no me harán ni caso, aunque les diga las verdades del barquero y les cante la Traviata en versión original con subtítulos. ¿Cómo puede un bebé tomar decisiones? Esa es la pregunta del millón que yo contestaré en profundidad si me ponen un millón de euros sobre la mesa, si no lo hacen dejaré que sigan mordiendo el enigma hasta quedarse sin dientes, como estoy dejando que el doctor Sun intente encontrar la raíz de mi enfermedad, la causa última de mi patología, pensando que si consigue demostrar la existencia del subconsciente colectivo de Jung todas las enfermedades mentales desaparecerán, todos los enfermos se curarán, y entre ellos yo, el último entre los últimos, el más despreciado, el paciente empático.

Para que conozcan toda la historia desde el principio les voy a contar cómo un día cualquiera, tal vez el primero en mi nueva vida como secretario personal del doctorcito, me colé en su consulta, con su permiso, naturalmente, ya que porto en el bolsillo de mi bata blanca, comprada con mi escaso peculio y autorizada a posteriori por el doctor Su, el llavín que me facilitara tras hacerme firmar el contrato de trabajo, eventual, temporal, como lo son todos en estos aciagos días, tal vez pensando que podría deshacerse de mí en un santiamén en cuanto metiera la pata, que metería hasta el corvejón.
¿Qué quién soy yo? Sí, ya sé que me repito como el ajo en las sopas de ajo, que esa pregunta ya la formulé con anterioridad, pero lo hago solo para ver si están atentos a esta historia rocambolesca o ya se han dormido y roncan como angelitos en sus poltronas. Pues yo soy uno de sus “locos egregios”, uno de sus numerosos pacientes –en la actualidad, porque le costó Dios y la ayuda de los ateos hacerse un caminito en esta Barcelona tan descreída y tan mercantilista- que le adoran como a un dios y se postran a sus pies una vez a la semana, cada quince días o cada mes, solo yo, su preferido, puedo verle todos los días, hablar con él como un colega habla con otro colega o un amigo le toma el pelo a otro amigo.

Y he dicho “sús”, no porque esté constipado sino porque somos su posesión más preciada, su tesoro “golumesco” o como se diga, y nos sentimos muy orgullosos de ello, puesto que la autonomía en un loco es como la ceguera en un conductor. Causa demasiadas muertes a su alrededor, sin querer, claro, pero es así.

Dejémonos de disquisiciones y verán cómo comprenden mi enfermedad… en cuanto tengan suficientes pistas. ¿Nunca han jugado al parchís de los locos? No saben lo que se pierden. Ya les enseñaré yo mañana, no hoy, sino mañana, como dice mi querido José Mota, de quien me conozco cada uno de sus “shows” con antelación porque siento por él tal empatía que hasta podría jurar que su humor es el mío y el mío el suyo, porque en el subconsciente colectivo todo está revuelto y nadie sabe quién es quién, y menos el doctor Sun que acabará volviéndose loco en su deseo delirante de etiquetarlo todo.

Ya saben, no hoy, sino maañaana les enseñaré el parchís de los locos.


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