lunes, 30 de noviembre de 2015

LUIS QUIXOTE Y PACO SANCHO III





Así pasaron la mañana, mitad al sol, mitad a la sombra protectora de las nubes, que pasaban veloces sobre sus cabezas, buscando tal vez un acomodo imposible en el viento alborotador, por lo que reemprendían el camino cada vez más rápidas y más rabiosas. El estómago de Paco Sancho producía extraños ruidos que hubieran sobresaltado a cualquier otro con menos sueños en la cabeza que su colega: Sancho imaginaba el pepino de su amigo repleto de pajarillos que piaban deseosos de emprender el vuelo.

Aprovechando la sombra de una chopera que se les venía al encuentro Sancho dio una voz a Quixote para que detuviera su montura al lado de aquel prometedor remanso en mitad del desierto que atravesaban, donde bien podrían engañar a sus estómagos con un pedazo de duro queso y unos mendrugos que el buen Sancho guardaba siempre en la fardela para emergencias y que reponía en cualquier mesón del camino precavido ante las contingencias que todo viajero debe afrontar.

Paco Sancho se vio obligado a retener del brazo a su amigo para detenerle ya que no hacía caso alguno de sus voces, pero como aún esto no fue suficiente tuvo que interponerse en su camino. Ambos rodaron por el suelo sin grave deterioro para sus físicos ni para sus motos habida cuenta de la corta velocidad que en aquel momento llevaban sus monturas. 

Recompuestos y lavadas las superficiales heridas en el agua limpia de un arroyo, que por la chopera discurría, se sentaron entre las hojas con un ruido agradable que invitaba al descanso, sacó el gordinflón de la fardela medio queso y unos mendrugos de pan duro que era todo lo que quedaba en ella. Miró con satisfacción a su amigo que parecía muy recuperado al menos físicamente porque comió con indudable apetito y a pesar de quedarse con ganas de embaular alguna cosilla más no se sintió perjudicado sino al contrario se sentía feliz, dispuesto a seguir el camino hasta encontrar una localidad donde pudiera disponer de sus ahorrillos ya que la bolsa estaba más que menguada. De esta manera podría pedirle al robot inmóvil, que detestaba entrañablemente ya que no se fiaba sino de la moneda en la mano, que le diera algunos doblones de su diminuta boca a cambio de chupar aquella tarjeta - que un banquero le convenció de utilizar, malhadada sea la hora- como un bebé aficionado a chupetes rectangulares. Con esta seguridad y ayudado por la fantasía que le puso delante de la boca la pantagruélica cena con que pensaba regalarse esa noche, fue capaz de engañar a su estómago vacío con unos tragos de aquel agua límpida que no quitaba el hambre pero al menos lubricaba las tuberías.





A todo esto su buen amigo Luis Quixote no cesaba de decir disparates como arrojándolos por un tubo, el tubo de su boca, que de comer tan poco se había estrechado tanto acoplándose a la traquea ,sin duda muy delgada habida cuenta de la estrechez del cuello que había de soportarla, que su amigo a duras penas imaginaba hueco por donde pudieran salir al exterior el aliento que alguno de los magos de que hablaba Quixote transformaba en palabras.

-Amigo Sancho, el hombre moderno ha olvidado el placer regalado y la tranquilidad de espíritu que el ser humano recibió siempre de la naturaleza, madre amantísima y no matrona como piensan algunos, ocupados tan solo en mamar de sus ubres sin el menor recato, casi a mordiscos. Bueno es que nosotros nos solacemos a la umbría de estos chopos y con el frescor de esta agua cristalina y de esta suave brisilla que comienza a soplar.

Así era en efecto y a la suavidad de la brisa se unía lo muelle del suelo que invitaba a Sancho a cerrar los ojos mientras se preparaba para oír con calma cuantos discursos quisiera endilgarle su amigo del alma.




-Amigo Sancho el psicópata es un invento moderno propio de las ciudades y de la vida urbanita que llevamos, apresurada y competitiva, más propia de lobos peleando por la jefatura de la manada que de apacibles corderos ramoneando las hierbas de las veredas. En la apacible naturaleza, lejos de los semejantes que disputan con nosotros a dentelladas, desde el trabajo al ocio, hasta el más tarado encontraría razonable sabiduría para sus meninges y calma monástica para su colérica destemplanza.

“Amigo Sancho vivimos malos tiempos y los psicópatas florecen por doquier como las malas hierbas ahogando hasta la más ingenua belleza. No es necesario ser profeta para darse cuenta de que agostadas las ubres de la madre naturaleza los tiempos difíciles que sobrevendrán acabarán por crear un nuevo tipo social, el psicópata vampiro, capaz de desayunarse de las entrañas de sus semejantes, cual un rebaño de hienas hambrientas en una llanura asolada por la peste. Solo sobrevivirán los sabios que busquen en la naturaleza un apacible refugio para sus espíritus cansados. Los demonios terminaran por devorarse entre sí y las ciudades se transformarán en putrefactos cementerios de cadáveres a quienes nadie querrá enterrar...




Hubiera seguido Luis Quixote con su negro discurso si los ronquidos de Sancho no le hubieran sobresaltado. Viendo dormir como un cerdo a su amigo se recostó contra un chopo y con los ojos muy abiertos forzó a su imaginación a buscar una dama adecuada para ser la tierna receptora de sus fazañas y hechos caballerescos. Mentalmente repasó la lista de sus actrices hollywoodienses favoritas que eran muchas y abarcaban los años gloriosos y glamurosos del cine en blanco y negro hasta los últimos estrenos que nunca se perdía, apasionado como era de este gran arte. Pero a pesar de su inestimable belleza y muchas prendas no encontró a ninguna digna de ser la dama de sus sueños, ni siquiera a Julia Roberts, la de largas piernas, tan a propósito para hacer buena pareja con lo magro de su anatomía. Finalmente terminó también por dormirse acompañando sus ronquidos a los que Paco Sancho enviaba al aire con singular denuedo.

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